En una entrevista para Marca Plus, Quique Sánchez Flores explicaba hace pocos días la ventaja que llevan por delante los clubes que consiguen alejarse en la medida de lo posible de la inmediatez que exigen las fuerzas de presión futbolística –medios, directiva, afición– en este país: “En España se trabaja con mucha precariedad en términos de tiempo, porque hay pocos proyectos que sepan manejar la presión. Hay una flaqueza de ideas que parte de no admitir que una temporada tiene diferentes momentos y el objetivo está al final, en el mes de mayo. La influencia de los medios es grande, es su deber, y además generan expectación y deseo, aunque venden éxito y fracaso, duelos a vida y muerte, el todo o nada. Pero los proyectos más sólidos pertenecen a aquellos que permanecen el tiempo. Vaya a la clasificación y eche un vistazo. Podríamos hacerla con los ojos cerrados porque los mejores son los que mantienen la idea. Desde fuera se ve muy bien al fútbol español pero nosotros creo que no lo manejamos como se merece. A mí los tiempos me dan fuerza, la ilusión de pensar como proyecto y no como equipo. Aquí –en el Espanyol– damos importancia al próximo partido pero también tenemos en cuenta lo que será la próxima temporada, porque pensamos en la evolución, incluso transformarlo en modelo. Pensamos en algo grande”.
Mourinho se encontró en Manchester una plantilla con De Gea como único jugador top 15 en su demarcación, sin un solo jugador capaz de marcar más de 12 goles en Premier en ninguna de las dos campañas anteriores y con un club que se tenía que dejar la pasta en jóvenes con potencial pero sin visos de consolidarse a corto plazo –Martial o Depay– porque los que estaban para ganar ya –Pedro, Cesc, Müller, Thiago, etc– no se creían el proyecto. Esta realidad venía en un envoltorio envenenado: la magnitud de un club histórico, el hecho de tener todo el dinero para fichar y el lastre que supone ser dueño de semejante palmarés como técnico, ese que le hace esclavo de unas expectativas desconectadas del crudo contexto. Todo un arsenal de armas arrojadizas que usar en su contra cuando vinieran mal dadas a lo largo de la temporada.
¡TÚ OTRA VEZ!
Ahora que hay tantos equipos con capacidad para pagar burradas, convencer a superclases de que se montaran en un tren de Europa League y confiaran a ciegas en un proyecto que era un melón por abrir solo era posible si el entrenador era Mourinho o Guardiola. Cuando Ibrahimovic y Pogba firmaron, el Manchester United daba un paso de gigante para recobrar la grandeza que a saber cuándo se hubiera dado sin Mourinho. Es el problema que tuvo el Barcelona a principio de siglo hasta la llegada de Ronaldinho, ese que eterniza la depresión. El que surge cuando la dimensión del escudo extiende cheques que la calidad de sus jugadores no puede pagar y no se ve solución a corto plazo.
Los resultados son tiránicos e inciden directamente en ese proceso entre lo que somos y lo que queremos ser. El circo no tolera los lógicos altibajos, el ensayo-error propio de los procesos de aprendizaje. Sabemos que los resultados puntuales nos nublan la perspectiva real del recorrido, pero aceptamos cómo está montado el juego, nos precipitamos a gritar y romperlo todo para luego quejarnos, cómo no, de que no tenemos nada sólido sobre lo que crecer. Sin embargo existe un reducidísimo grupo de entrenadores que, por ser garantía de éxito, se han ganado el derecho a pasar por encima de la costumbre, a ejercer su profesión como un artesano que sabe que el mismo pueblo que le lincha mientras construye su obra será el que lo admire con devoción cuando esté acabada. Son los hombres extraordinarios que Dostoievsky, poniéndolo en boca de Raskólnikov, explica en Crimen y Castigo: «Las personas, según ley de la naturaleza, se dividen en general en dos categorías: personas de categoría inferior (ordinarias), como si dijéramos personas que constituyen un material que sirve exclusivamente para la procreación de seres semejantes, y en personas propiamente dichas, en hombres extraordinarios. Es decir, en seres humanos que poseen el don o el talento de decir una palabra nueva en su medio. (…) Las personas de la primera categoría son por su naturaleza conservadoras, ceremoniosas, viven en obediencia y gustan de ser obedientes. A mi modo de ver, están obligadas a serlo porque tal es su sino, y en esta condición no hay nada humillante para ellas. La segunda categoría la forman personas que pasan por encima de la ley, que son destructoras o están inclinadas a serlo, según su capacidad. Tales hombres recaban la destrucción del presente en nombre de algo mejor. Pero si para el cumplimiento de sus ideas necesitan pasar, aunque sea por encima de un cadáver, y han de derramar sangre, a mi modo de ver, en su fuero interno y sin remordimientos de conciencia han de permitirse pasar por encima de la sangre».
Mourinho pudo fichar más, crear una plantilla superior, pero prefirió conformarse con un jugador potente por línea, confiar en su capacidad para crear bloques compactos y esperar a jugar Champions para completar su plantel comprando en un mercado abierto totalmente donde los buenos de verdad pasaran a ver al Manchester United como una opción de destino inmejorable. Así que entrar en Champions era el siguiente paso, y ahora sí vuelve a mirar de tú a tú a los grandes de Europa, ahora ya juega con sus mismas posibilidades. En el camino a la consecución de este objetivo, Mourinho deja la asimilación de una identidad colectiva seria –con el margen de mejora a recorrer por los nuevos fichajes–, el poso competitivo que le da al grupo jugar y ganar tres finales, la convicción del vestuario de que su entrenador gana partidos aun cuando el nivel individual del equipo no parece alcanzar, y la elevación al estrellato de un Ander Herrera que lee cada acción como si ya la hubiera visto y que goza igual con balón que sin él porque su conocimiento sobre lo que pasa en el campo es superior al de los que le rodean.
A cualquier otro técnico lo hubieran echado en noviembre. El entorno no le hubiera consentido el derecho al crimen que es perder, a no cumplir los objetivos cortoplacistas que exigen las personas de la primera categoría. Nadie le hubiera permitido el derecho a seguir dando vida a esa obra mayor que está en la cabeza de los hombres extraordinarios y que el resto no pierde el tiempo en intentar ver. El privilegiado parece Mourinho, pero en realidad lo es el Manchester United. El final de la historia es también el final del discurso de Raskólnikov. Y esta película, aunque la hemos visto todos, seguiremos actuando como si no la hubiéramos visto nunca: «De todos modos, no hay por qué inquietarse mucho: la masa casi nunca reconoce ese derecho a tales hombres, los decapita y los ahorca, y con ello cumple con justicia su función conservadora, lo cual no es obstáculo para que en las siguientes generaciones esa misma masa coloque a los decapitados en un pedestal y los venere. La primera categoría es siempre dueña del presente; la segunda, lo es del futuro. Las personas del primer grupo conservan el mundo y lo multiplican numéricamente; las personas del otro grupo lo mueven y lo llevan a su fin».
Excelente redacción, un saludo y bendiciones.
«Mourinho pudo gastar más» Oh, sí pobrecillo, decidió ser humilde y reservar los recursos.
¿Cuanto más? Si ficho al jugador mas caro de la historia, 40 en Bailly, otros cuarenta en Mkhitaryan
¿Cuánto podía haber gastado? ¿Un trillón de trillones?
Vaya argumento. Si ha sido el segundo club en la historia que más ha gastado en una temporada.
Ya no te crees tus epopeyas ni tú mismo