No tengo por costumbre ver la televisión salvo para ver fútbol y alguna película como las que ahora echa La 2 de TVE los miércoles, o antes, en verano, con la hora del cine europeo que tenían los sábados por la noche. Naturalmente no veo La Sexta y tampoco la vería si consumiese televisión de forma habitual. Pero se da que un programa de La Sexta, LiarlaPardo, presentado por la periodista Cristina Pardo, emitió un reportaje cuyo objeto era encontrar a los 44 de VOX. Es decir a los cuarenta y cuatro electores que en las últimas elecciones al parlamento de Andalucía votaron a VOX en Marinaleda, provincia de Sevilla. Un pueblo gobernado desde 1979 por la misma persona, Juan Manuel Sánchez Gordillo, quien lo ha convertido en un soviet. Un soviet en el que viven menos de tres mil personas y donde, encabezando Candidatura Unida de los Trabajadores (CUT, una de las plataformas fundadoras de Izquierda Unida, de naturaleza socialista y andalucista) este hombre ha ganado todas las elecciones municipales desde la restauración de la democracia. Gordillo ha gobernado y gobierna Marinaleda al modo estalinista, controlando el proceso asambleario por el que se toman las decisiones con una mezcla consumada de intimidación, clientelismo y permisividad institucional. Ya, por lo visto, ni se molesta en ir al despacho en el ayuntamiento, y atiende a sus conciudadanos, convertidos la mayoría en clientes o pedigüeños al estilo de los mafiosos italoamericanos (que no hacían más que continuar la tradición tan mediterránea que dominaba la política de la república romana en la Antigüedad): es decir, en siervos, individuos dependientes del poder arbitrario para el mantenimiento de su hacienda y sustento. Como es fácil imaginarse, los hitos que han fundamentado la popularidad de Gordillo, de joven opositor fallido a la Guardia Civil, como caudillo marxista de Marinaleda, la colectivización del cortijo El Humoso en 1991 y la concesión ilícita de terrenos públicos para el levantamiento de cientos de viviendas sin escrituras de ningún tipo, no habrían sido posibles sin la connivencia de la Junta de Andalucía.
La cooperativa, fundada tras la expropiación forzada de la finca (asaltos multitudinarios, etcétera) y de gestión pública, ha dado trabajo desde hace casi treinta años a casi todo el pueblo. La gestión durante ese tiempo la resumía hace poco Eladio Martos, teniente de alcalde de Marinaleda durante 16 años, en El Confidencial: «La gestión de la cooperativa siempre fue un desastre por las injerencias del ayuntamiento, pero tuvieron la suerte de que la subvención al olivo (actualmente unos 600.000 euros anuales y que llegó a cerca de un millón) compensaba todos los disparates laborales»; en Marinaleda, más allá de la cooperativa, hay dos farmacias, un restaurante y tres bares, y una empresa conservera de productos agrícolas que daba trabajo a 70 personas (en una población de 2.700) y que lleva un año sin actividad por sucesivas trabas burocráticas del ayuntamiento.
A este lugar vino La Sexta a «buscar a los 44 de VOX» como confesaba la voz en off del reportaje. Sólo la expresión buscar a los 44 suena tenebrosa, cabe imaginarse la realidad cotidiana de cualquier disidente ideológico en este tétrico parque temático del comunismo español. Desde luego, si alguna responsabilidad social tiene el periodismo (como nos decían en la carrera) debe ser justamente sosegar el ánimo iracundo de los ciudadanos con información veraz, diligente y contrastada, o al menos con una praxis honesta. LiarlaPardo de La Sexta hizo precisamente lo contrario, recuperando un precedente que un tuitero me recordó esta tarde en un estupendo hilo, Víctor Merino (@RaezDupon): el del reportaje publicado en Interviú en 1979 sobre “dos fanáticos ultraderechistas” vascos uno de los cuales, sabidos nombre y señas, fue muerto a tiros en el bar que regentaba. El artículo fue firmado por Xavier Vinader, referente por lo que parece también de Jordi Évole y con quien el gremio se volcó absolviéndolo de cualquier culpa sobre el destino trágico de los hombres a quien su reportaje señaló, circunstancia en absoluto sorprendente en la profesión probablemente más corporativista de España, la periodística.
En La Sexta han pedido disculpas naturalmente y ya es imposible encontrar el vídeo en la web del programa. Lo ha hecho Cristina Pardo con un tuit: «Hola a todos. Ayer nos equivocamos. El reportaje de Marinaleda fue desafortunado. Y por eso, mis disculpas». La cuenta oficial del programa también ha tuiteado: «La intención del programa no era en ningún momento poder perjudicar a nadie, sino mostrar cómo y por qué había crecido dicha formación en una localidad tradicionalmente de izquierdas. Visto el resultado, está claro que este reportaje nunca debió emitirse. Reiteramos nuestras más sinceras disculpas a todas aquellas personas que se han podido sentir ofendidas. No volverá a pasar».
Un programa guionizado, grabado y editado no es una cosa que se dice en un directo, no es ni siquiera el monólogo que suelta un locutor en la radio por las mañanas. Es algo bien pensado, algo sobre lo que se ha tenido un poder director total, seguramente durante muchos días. Es difícil deslindar la voluntad de dañar de la intención periodística de La Sexta. Desde luego, las disculpas no parecen tampoco espontáneas, sino parte estudiada del plan. «Visto el resultado», concluyen, como si el mal no estuviera, en sí mismo, en la idea original de ir a Marinaleda a buscar votantes de VOX.
Una cosa, eso de buscar, que recuerda peligrosamente a lo que decían los ultras en el fútbol cuando salían «a cazar» aficionados, violentos o no, de los equipos contrarios los días de partido. Es una suerte, por decirlo con una paradoja, que nadie se atreviera en el reportaje a reconocerse voxero, puesto sabe Dios hasta dónde podría llegar la búsqueda en redes sociales, tomada ya la justicia periodística por la mano del ciudadano. ¿Se habría hecho este programa buscando a votantes de Podemos? ¿De ERC, o del PNV, Bildu, en Alsasua o cualquiera de esos lugares? Por supuesto que no. Ni La Sexta, ni nadie lo habría hecho. Huelga la pregunta tanto como la respuesta en un país en el que existen partidos, con representación parlamentaria desde hace décadas, que propugnan la abierta destrucción de la democracia en España, bien en pos del establecimiento de repúblicas soviéticas en el País Vasco, Navarra, Galicia o Cataluña, bien en pos de la conversión del mismo Estado español en una suerte de república confederal semejante a tan exitosas experiencias históricas como la RDA.
En España hay mucha confusión, ya lo decía Gustavo Bueno. Una de las más vivas actualmente es la que no distingue entre facha y fascista. Es una confusión vieja ya pero el auge electoral andaluz de VOX la ha, por decirlo de algún modo, energizado, revitalizado. La confusión, la imposibilidad que manifiestan a menudo tantos y tantos españoles con estudios superiores, sólo cabe atribuírsela a la mala fe o al efecto, todavía vivo, del engrudo ideológico con el que Franco se hizo a sí mismo el traje del franquismo, en el segundo año de la Guerra Civil: el sometimiento total de falangistas y requetés carlistas, el ahormamiento del fascismo español (imitación del italiano con el timbre puramente joseantoniano que lo hacía particularmente español) y del tradicionalismo en una cosa inclasificable y perfectamente manejable para el entonces recién proclamado Caudillo que sólo se puede describir por la estética: camisa azul mahón, boina roja. Nacionalcatolicismo.
VOX es facha y por lo tanto hay barra libre de agresiones verbales contra sus militantes, líderes y votantes. La Sexta sólo transita un camino abierto por Pablo Iglesias la noche del 2 de diciembre, con los resultados andaluces en caliente. Esa noche el líder de la tercera mayoría parlamentaria del país llamó a la creación de estructuras alternativas («la calle») y paraestatales de «resistencia» al «fascismo», pero los periodistas de todo pelaje y condición, así como casi todos los políticos socialistas o peperos, no digamos ya politólogos y demás canela en rama, ponían en evidencia la enfermedad de nuestro tiempo (el entusiasmo, gran hallazgo) y se consumían augurando la llegada a los parlamentos de «la extrema derecha». Lo curioso es que desde julio la extrema derecha había sido Pablo Casado y su versión en apariencia reformada y fresca de la democracia cristiana pepera. Qué cosa.
El voto secreto, así como el aforamiento e inviolabilidad de diputados y representantes públicos, son dos grandes conquistas de la democracia moderna. Programas como éste de La Sexta nos recuerdan por qué. Los cuarenta años de autocracia franquista llevan validando otros cuarenta de hegemonía cultural izquierdista que ha conseguido la total sumisión de todos sus potenciales adversarios, empezando por el ambiguo espectro de los democristianos españoles, desde Alianza Popular a las exiguas ramas que se han apuntado recientemente a Ciudadanos. No digamos ya de los socialdemócratas, la gran mayoría política en España sin lugar a dudas desde los 80, que no han hecho sino hacerse perdonar su gustosa integración en el mercado libre y el Estado del Bienestar europeo que siguió a la caída del Muro de Berlín con un discurso retórico en ocasiones cercano al marxismo, pero sólo naturalmente en lo discursivo, la cartera y el dinero va por lo seguro o dicho en plata que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha, y todo eso.
El periodismo, que sólo trata -como bien recordaba Arcadi Espada en sus libros sobre praxis periodística- de un momento concreto en la vida de hombres y mujeres concretas, que sólo puede en una palabra trazar siluetas de personas, jamás retratos completos y mucho menos definitivos, sí que puede en cambio destruir vida, reputaciones y haciendas. Los periodistas en España, a menudo los de izquierdas, juegan con ese poder con una alegría aterradora. LiarlaPardo es sólo un ejemplo. Lo peor es la asunción, que parece general entre el común de los españoles, de que hay ciertas cosas que no se pueden decir y otras que están estupendamente asumidas por el imaginario popular: que en el País Vasco hubo «un conflicto», que es legítimo que proetarras que jamás han abjurado del terrorismo ni de sus consecuencias estén maravillosamente instalados en parlamentos, diputaciones y alcaldías gracias al voto (perfectamente legal) de trescientos mil paisanos, que la mitad de los catalanes quiera desposeer de su ciudadanía, derechos y libertades civiles a la otra mitad, que la Constitución consagre una desigualdad entre españoles y un disparate nominal en su preámbulo que la convierta en una antinomia autodestructiva, etcétera. También es verdad que esto como todo, pasará, y mañana estaremos hablando de otra cosa, mientras uno de los límites, otro más, ha sido ya saltado con total impunidad. Sólo queda esperar a que se traspase el siguiente, e imaginar cuál puede ser el último.