No hace mucho, un chamán de los que venden arena en el desierto -normalmente rebotados de empresa en empresa y con un amplio historial de pérdidas económicas insalvables a sus espaldas- me explicó off the record cómo había colaborado en el proyecto de hacer famosa a Laura Escanes. Un proyecto del que tomó parte activa la propia agencia de Risto Mejide, que midió con precisión cada polémica, cada centímetro de piel en bikini, cada corte de pelo y trabajó un valor inestimable en el mercado actual: la predicción. «Todo estaba calculado. Sabíamos que alguna vez la machacarían, pero… Un millón de seguidores en Instagram», y se encogió de hombros con una sonrisa. Es por experiencias como esta, además de por haber probado en carne propia el hormonado lugar de las agencias de publicidad y sus consortes, que concedo mucho más espacio referencial al terror moderno en lo que a la exploración de la celebridad efímera y sin compactar se refiere. Por eso insistí en encontrar una copia de Like. Share. Follow., película de 2017 distribuida por Blumhouse sin oficio ni recorrido, sutil paradoja, en las cajoneras de internet. El secreto argumental es de corto recorrido: su protagonista (Keiynan Lonsdale) es un youtuber naíf que no acosa ni se aprovecha de sus seguidoras, generoso e inmarcesible en lo moral: como un urgente tapiz de normalidad sobre personajes cuya dimensión suele hipertrofiar su valor humano y en consecuencia los hace estrictamente vulnerables al peso de la relevancia, condicionando para siempre todo lo que son y hacen. Dirigiendo sus vidas, en el mejor de los casos, a un público que crecerá y cambiará de prioridades. Un público en ningún caso sometido a ningún control, que vale lo que pesa y en el que puede que haya alguna desequilibrada, como la que aquí desarrolla la actriz Ema Horvath (pronto en la secuela de La horca, también de sello Blumhouse), impecable en la labor de acoso y destrucción. Como quiera que sea que la cinta combina visuales familiares -que no digestivos- con el ya irrenunciable metraje encontrado marca de la casa en las películas de muy bajo presupuesto, la realidad es que Like. Share. Follow. hace las veces de sátira contemporánea, rol que fagocita cualquier otra pretensión de tipo audiovisual. Y debería ser suficiente, ahora que la prioridad es dar lecciones. Un ejemplo que queda lejos, porque sí destaca, en lo intelectual pero se desenvuelve en grupos semánticos estrechamente relacionados fue Her (2013, Spike Jonze) quizá la película de la década, otra advertencia en absoluto sutil sobre la soledad del hombre rodeado como lo han sido también varias entregas de la aclamada Black Mirror (con mención especial a Blanca Navidad, Cállate y baila, Hang the DJ o el inolvidable Nosedive de Bryce Dallas Howard).
Es interesante comprobar cómo el terror de los últimos años ha ido encontrando alternativas a los jump scares baratos, como la introspección de la cruda naturaleza negra interior, sirviéndose recurrentemente de las redes sociales y la sobreexposición digital como hilo conductor de un miedo mucho más básico y natural que el ofrecido hasta ahora con reflejos en los espejos y oportunos crujidos de puertas. Aunque Black Mirror destaque sobradamente como referente en la producción de la nueva rebelión de las máquinas (las maquinitas, diría un purista) y las reticencias con que cualquiera debiera operarlas, el caudal es importante. Like. Share. Follow. es un producto ligero cuya intrascendencia mediática ha relegado al olvido apenas un año después de su modesto estreno, aunque en listas como esta de IMDb haya quien la ponga al frente de las películas de stalkers (acosadores) por delante de otras como Mientras duermes, la maltratada Pet o Disturbia. Aunque el impulso de pretender diferenciar psicópatas de carne y hueso de los trolls de internet sea constante y un activo recurrente de agencias y medios que venden -y compran- followers (seguidores) al peso, la aplastante evidencia (que además ha vinculado psicopatía y trolls en no pocas ocasiones) sitúa esta nueva producción de terrores modernos entre las primeras opciones en la mente de los creativos del género. Siempre se enfrentará al efecto rebote de la hipérbole -lo que por otro lado distingue muchas de las películas de terror modernas y además implica su cuestionable credibilidad: hay más terror en un clip de diez segundos de Al final de la escalera o La semilla del diablo que en todo Paranormal Activity-, pero hay un vasto territorio que conquistar y es el de recordar al espectador, como en Insidious, que el mal viaja contigo. En tu bolsillo, concretamente. A fin de cuentas, la moraleja fundamental de algo tan poco presuntuoso como Like. Share. Follow. es que puede no haber tanta distancia entre el que te sigue a todas partes y una Annie Wilkes al uso: la supervillana de Misery -a la que por cierto hay un guiño impagable en el desenlace- también quería lo mejor para su influencer de cabecera, en este caso un escritor de raza (no un subproducto precisamente del macrocosmos digital). El leit motiv con el que Wilkes (Kathy Bates, que ganó el Oscar por este papel) despertaba a Paul Sheldon (James Caan) de sus narcóticas caídas al abismo era concluyente (y el libro se escribió en 1986, cuando influencer era el que enseñaba a tu hijo a leer y escribir): «Soy tu mayor fan». El propósito del acosador no ha cambiado, sólo los medios: unos medios que abrimos encantados al gran público y cuyas responsabilidades cuesta digerir. Un camposanto nutritivo y prolífico para este nuevo terror clásico en el que parece estar todo por escribir, pero cuya principal fuente de inspiración sigue siendo la observación.