La última escena perfecta de Elisabeth Moss

elisabeth moss her smell 2019

Todo está en paz ahora. Aparentemente. Elisabeth Moss, aka Becky Something, lleva tiempo sobria, haciendo un poderoso esfuerzo por reordenar los pedazos en los que rompió su vida anterior como rockera autodestructiva enharinada. Es obvio que quedaron secuelas. Recibe la visita de su hija, Tama. Tama, apenas un bebé cuando Becky Something lideraba el grupo Something She, presta a su madre una admiración reverencial pura. Le pide una canción. Elisabeth Moss la sienta junto a ella al piano y toca y canta, durante dos minutos y medio, el Heaven de Bryan Adams: «Baby you’re all that I want / when you’re lying here in my arms / I’m finding it hard to believe / we’re in heaven». En efecto, Becky ha pisado su edén. Esta escena de Her Smell, película estrenada en el Festival de Toronto en 2018 pero olvidada en la taquilla estadounidense (se proyectó en 69 salas, estuvo apenas un mes en cartelera y recaudó 256.000 dólares) es icónica y clave en el film. Ya es demasiado tarde para comprender que la protagonista de Her Smell no es tanto el personaje de Elisabeth Moss como su hija: el único personaje que sigue a su lado, que la admira pese a todo, que no observa rencor ni ha medrado en busca de oportunidad de éxito y relevancia. Sólo una niña. Her Smell es, pues, una inmensa película sobre nada menos que la maternidad, como prueba la misma relación tóxica que Becky mantiene con su propia madre, a la que insulta, humilla y menosprecia con relativa frecuencia pese a sus esfuerzos por mostrarse disponible al otro lado. La psicosis persecutoria de la artista, obviamente reforzada por la adicción, está inspirada en un personaje misterioso al que recurre en sus años de éxito, un chamán -que acaba en la cárcel- que le advierte de que el amor por su hija será lo que la mate. Durante toda la película uno espera cualquier atrocidad habida cuenta del estado de disociación de Becky y la impotencia de quienes la rodean: su exmarido, sus excompañeras de grupo, el trío santo de muchachas que parecen amenazar su reinado (lideradas por Cara Delevingne, que básicamente pasa la película encarnando la ceja) y su agente, inspirado en lo obvio (la rentabilidad). Elisabeth Moss, que sigue predestinada a pasar a la historia como la protagonista de The Handmaid’s Tale -el éxito de la adaptación televisiva ha llevado a Margaret Atwood a publicar una secuela del libro escrito en los ochenta-, eleva a un personaje, Becky Something, realista, cercano y demencial. Ninguno de los planos secuencia mareantes de la primera mitad de la película da tanto de sí -todos tenemos esos sótanos muy vistos y remirados- como el plano final, que refleja el título de la película. Terrible, sola, asustada, responsable inmediata y directa del éxito y del fracaso, Becky sobrevive. Aunque al otro lado, en la cara B, el escondrijo oscuro del que nunca podrá salir, sólo hay una madre. Una madre perseguida por el drama de saberse incapaz, aunque suficiente a ojos de su hija, de mantenerse al ritmo y al nivel que el resto del mundo que ella misma ha levantado parece requerirle sin descanso «hasta el final».

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