La última bala de plata

Ibrahimovic

Wikipedia y Ceroacero no pueden estar equivocados: Zlatan Ibrahimovic es un delantero muy prolífico en lo suyo. Pero algo en su afilada cara de rasgos mixtos, en su estética del terror cosida a una naturaleza desafiante, deja caer que se trata de algo bastante más importante que un simple goleador: es, además de un monstruo futbolístico, una peligrosa figura con cuentas pendiente. Por todos es conocido que el deporte a menudo se deja sin saldar estas facturas que luego se cobran desde la posición de comentarista, columnista, trader o recubierto emprendedor: pero Zlatan quiere que se la paguen en vida para llevarse con él la paz que nunca quiso para los demás en su presencia. Macerado en sangre balcánica y seleccionado por la ejemplarizante pompa nórdica, Ibrahimovic abandona el PSG de Nasser Al Khelaifi dispuesto a ganar la Eurocopa de Francia mientras sondea opciones en el mercado que se ajusten a su cuenta y su, esta sí que sí, marcada sonrisa de trilero peligroso, de los que a un silbido te mandan jugadores de segunda línea a rematar, siendo como es Zlatan uno de los nueves que menos se mancha las manos en el noble arte de desbrozar ajenos.

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Se han cumplido quince años, 15, de su debut con Suecia a nivel internacional. Fue en 2001. Salió de titular ante 2.204 personas y como no marcó (0-0), las crónicas todavía no hablaban de dios y en consecuencia hubo cierto retraso en la publicación de los textos sagrados. Saltó de Suecia a Países Bajos, donde recayó en el Ajax, y lo demás es leyenda. Todavía resuenan los ecos del gol grabado en baja calidad ante el NAC en el que va asesinando rivales con golpes secos de magia hasta que desliza la pelota hasta el fondo de la portería: era el Ibra de la fantasía, del regate y la salida en corto, explosivo, fino y filigranero, el potrero de dos metros que quería plantar cara a la fama. Su figura, reservada ahora al remate y al olor del azufre en la pólvora seca, se rediseñó en posteriores aventuras y especialmente marcado quedaría bajo la dirección de dos entrenadores, José Mourinho y Pep Guardiola, que le comparten con cariño dispar pero casi igual de relevante. Si bien el portugués siempre le alcanzó la sangre que le pidió –salvo la Champions League que se le ha resistido siempre- en el método del español encontró salvedades que no pudo digerir. Es, con diferencia, uno de los fracasos más sonados de la carrera de Pep como entrenador.

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Ya era viejo cuando volvió a Milán y masticaban en los foros su retiro: casi regalado a Allegri, que tampoco supo cuadrarle ante la necesidad, tardó dos años en coger el avión a París del que se acaba de bajar con diez títulos bajo el brazo. Milán, y en concreto el Milan post Ancelotti, parecen una fábrica de decepciones y supervivientes mutilados de los que sólo cabe esperar honor. Era evidente que para Zlatan, el mutante de la espalda interminable, no era suficiente. Y es cierto que al abrigo del dinero el PSG ha conquistado lo que ha querido sin oposición: tan cierto como que él ha sido decisivo en todas esas conquistas a excepción, claro está, del fantasma continental que se le resiste. Ni a nivel europeo ni a nivel mundial ha logrado consagrarse y por eso sospechamos que todavía se guarda una bala de plata a sus 34 años que está decidiendo si gastar en Francia o en Inglaterra, o allá donde decida ir a demostrar que se puede ser un anticristo tatuado con un gusto exquisito por el arte y por la épica sueca; esa que abrazaron en los 90 los salvadores que eran Brolin o Limpar, con la alegre incorporación en el 93 de un tal Henrik Larsson, todos futbolistas, pero ninguno amenaza a los sueños tranquilos de Europa como lo es todavía la bestia que camina despacio por el continente, esperando su lugar, su presa, su segundo delantero y su cielo al que apuntar cuando gane del todo lo que sabe que le queda por ganar.

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