Algunos de nosotros hemos crecido viendo grandes alianzas de ficción, concilios en los que rencillas casi eternas se dejaban de lado para enfrentarse a un gran mal. La más conocida tal vez sea la de elfos, enanos y humanos en El señor de los anillos. La más reciente, la del Capitán América y Iron Man, Guardianes de la Galaxia, Wakanda y héroes solitarios en Los Vengadores. En ninguna de ellas había un lado absolutamente bueno formado por personas inmaculadas; al contrario, muchos de los personajes más importantes en esas alianzas eran personas mediocres, cobardes, impetuosas, vanidosas o autoritarias que eran capaces de elevarse sobre sus peores demonios para entregarse a lo mejor que podían ofrecer. Lo que sí había era un lado claramente malvado, mezquino, siniestro; un lado que abrazaba el terror y que no sólo se entregaba a sus peores demonios, sino que los alimentaba, los multiplicaba y los convertía en algo contagioso. Lo reconfortante de todas esas películas era la derrota de los villanos, que no se producía en la última batalla, sino en el momento en el que los nuestros decidían considerarlo como lo que era: un mal al que había que oponerse sin excusas y sin matices. Esto era lo que hacía que nos pusiéramos a aplaudir como si todo aquello fuera real.
Después de la película, después de los aplausos catárticos, salíamos del cine y volvíamos a nuestro mundo. Aquí no aplaudimos a los héroes, sino a la Orden Negra, porque al menos ya no mata. Aquí ofrecemos elogios a Annatar, que no tiene nada que ver con Sauron; hay muchas sensibilidades en el Señor Oscuro. Aquí nos empeñamos en hablar de un concilio constitucionalista no ya como si existiera, sino como si constitucionalista no fuera una palabra vacía que nunca podrá sustituir a un compromiso político, y mucho menos a un código ético. Aquí somos conscientes de lo que hizo Saruman en La Comarca cuando la gran batalla terminó, pero preferimos no hablar de ello porque el final ya ha sido narrado y no puede ser sombrío; que se jodan los hobbits.
Si se pone el foco únicamente en las víctimas, pronto parecerá que no hubo asesinos, secuestradores o extorsionadores
Pensaba en todas estas cosas después de leer este editorial de El País. El editorial se titulaba, de manera muy apropiada, Hacer pedagogía. Y vaya si hacía pedagogía. La pieza sirve como enseñanza práctica extremadamente interesante; muy educativa, diríamos. Sirve para que todos aprendamos -a ver si esta vez sí- cuál es la correlación de fuerzas en eso que de manera cursi se suele llamar la batalla por el relato’, que no es más que la suma de todas las decisiones individuales sobre algo muy sencillo: decir la verdad o engañar; llamar a las cosas por su nombre o entregarse al eufemismo y a las consignas. Sirve, en fin, para observar cuál es la deontología que rige en el equipo editorial de El País, que ayer decidió publicar un texto tan cargado, tan brumoso, que conviene leerlo con calma. Hagamos, pues, pedagogía.
El texto empieza con dos afirmaciones cuestionables:
Esto, que aparece justo debajo del titular, es doblemente falso. No cambió el sentido profundo de la convocatoria, que siguió siendo lo mismo -sin electrocharanga, sin juegos infantiles y sin marcha de 31 km- y desde luego el cambio no fue fruto de los gobiernos vasco y español. La propia organización convocante, Sare, dijo que había decidido modificar la organización del evento para no alimentar «ningún espacio de confrontación», para no permitir que «la ultraderecha», que había ido a Arrasate a confrontar, tuviera esa oportunidad. Sería extraño que en El País considerasen que los gobiernos central y autonómico forman parte de la «ultraderecha». ¿Será que en El País escribieron el editorial sin leer el comunicado de Sare? ¿O acaso leyeron el comunicado y decidieron escribir, sin atender a la realidad, que los que consiguieron el repliegue fueron dos gobiernos que no hicieron acto de presencia en la localidad guipuzcoana?
Confrontar es exponerse al odio de los que dicen hablar en nombre de la concordia mientras llaman hijos de puta a todos los españoles y asesinos a las víctimas del terrorismo
Es verdad que Sare se replegó. Mantuvo el acto en solidaridad con Parot, pero recortó los elementos festivos. Y no se replegó por la inacción de dos gobiernos, sino por las acciones de personas concretas que fueron a Mondragón a confrontar. A confrontar, sí; hay que comenzar a pensar y a escribir con claridad. Confrontar no significa lanzar piedras, escupitajos e insultos, salvo para la izquierda abertzale. Confrontar significa situarse frente a algo, renunciar a la comodidad de la condena hueca y exponerse al odio de los que dicen hablar en nombre de la concordia, la convivencia y el respeto mientras llaman «hijos de puta» a todos los españoles y «asesinos» a víctimas del terrorismo. Eso es confrontar.
Y eso es lo que algunos fueron a hacer a Mondragón. Eso es lo que hizo que Sare se replegase unos milímetros en su exhibición de la miseria social. El País no sólo retuerce la realidad para engrandecer un acto de cobardía de Sare, para convertirlo en un gesto honroso, sino que además atribuye ese cambio a dos gobiernos que no pisaron, ni material ni intelectualmente, Mondragón.
El País hace mucho más, claro. En el primer párrafo se refiere a los ongi etorris como «secuelas del pasado terrorista de ETA». Pero los actos de bienvenida y homenaje a etarras no son secuelas del pasado terrorista de ETA; son secuelas del pasado terrorista de la izquierda abertzale. Y por eso los organiza hoy la izquierda abertzale. Es un asunto esencial, no es un matiz lingüístico sin importancia, porque con esa elección de palabras se pretende que toda la crítica a la izquierda abertzale se vierta sólo sobre su pasado y sólo sobre su brazo terrorista. Los actos vergonzosos que la izquierda abertzale dedica periódicamente a los peores de entre nosotros no forman parte del pasado, sino de nuestro presente.
A algunos les interesa introducir la palabra pasado en estos análisis para que parezca que es un asunto cerrado, y para extender la idea de que hay enajenados que pretenden que se mantenga abierto. Es un truco muy viejo, pero funciona. Se dice también en ese párrafo que los ongi etorris «suponen una execrable provocación a las víctimas del terrorismo», y de nuevo asistimos a otra verdad a medias y muy cómoda. Porque no es cierto que los homenajes sean una provocación a las víctimas; suponen una provocación a cualquier persona con un mínimo de integridad, decencia y cuajo. Debería suponer una provocación incluso a quien ha escrito el editorial de El País, salvo que no cuente con los requisitos mencionados.
El tercer párrafo insiste en las dos ideas previas: el elogio a la labor de los dos gobiernos y la necesidad de «centrar el foco» en las víctimas:
Centrar el foco en las víctimas y no en los victimarios está muy bien si lo que se quiere es desviar la atención de lo esencial: que en el País Vasco hay una fuerza política, la segunda del parlamento, que organiza actos de todo tipo para homenajear a asesinos. ¿Es necesario recordar a las víctimas? Claro. Y es aún más necesario recordar que no fueron víctimas de un accidente, y que quienes los convirtieron en víctimas son hoy celebrados como héroes por un partido político. Entre otras cosas para que cuando Podemos o el PSOE deciden aceptar como socio parlamentario a Bildu seamos capaces de recordar quiénes son y qué defienden esos socios. Para hacer, en fin, pedagogía. Porque si se pone el foco únicamente en las víctimas, en poco tiempo parecerá que no hubo asesinos, secuestradores o extorsionadores. Que es justo lo que quieren los defensores de asesinos, secuestradores y extorsionadores.
Así que sí, claro. Quienes fueron a Mondragón querían confrontar. Confrontar el relato de que en Euskadi hubo violencia política, sufrimiento y tantas otras cosas abstractas. No; lo que hubo fue la decisión sistemática, continuada, de hacer política mediante el asesinato. Y lo más importante: fue una decisión apoyada por una parte considerable de la sociedad vasca.
En el párrafo siguiente vuelven a insistir, insistir, insistir. El giro de Sare es positivo. La labor pedagógica del Gobierno vasco y la Delegación del Gobierno en Euskadi dio sus frutos. La labor hagiográfica desde luego que siempre ha dado sus frutos, y de ahí la insistencia. Este párrafo, el cuarto, es sin duda el más jugoso del editorial. El más fructífero. El más pedagógico. El párrafo termina de esta manera:
Es el más pedagógico porque El País, para hablar de la izquierda abertzale y de su responsabilidad en ese tipo de actos, menciona a ETA, a Sortu y a Batasuna. ¿No llama la atención una ausencia? Evidentemente: Bildu no aparece. No puede aparecer, porque en El País saben que hacer pedagogía es una labor muy importante. Hay que insistir en que Bildu y Sortu no son lo mismo para que cada vez que Bildu aparece en el Congreso los lectores no piensen en homenajes a etarras. Pero lo mejor del párrafo, la idea en la que El País abandona ya sin complejos cualquier intento de sujetarse a la verdad de los hechos, es la petición que le hace a la izquierda abertzale. En El País le piden a Sortu, que convoca, dirige, apoya y financia los actos de homenaje a etarras, que utilice su autoridad para impedir que continúen los homenajes que Sortu convoca, dirige, apoya y financia. Más que pedagogía, aquí entramos directamente en el terreno de la deontología. No sólo Bildu no aparece en el reparto, sino que a Sortu le dicen que «use su autoridad» para impedir algo que lleva a cabo con orgullo, algo que es parte esencial de su actividad política. Y esto no aparece en una columna de opinión sino en un editorial.
En cualquier caso, no pensemos que lo anterior es fruto de la moderación, del análisis aséptico y de la vocación de tratar a los actores de la obra con la mayor amabilidad. A la parte que tuvo que salir escoltada, a la parte que recibió los insultos, le dedican estas palabras en el último párrafo: «Es verdad que no ayuda la vociferación de la ultraderecha de Vox, pero su objetivo no es suturar con justicia los crímenes del pasado, sino alentar la perpetuación de los rencores».
Para @el_pais los que vociferan no son los que gritaban «españoles, hijos de puta»; gritaba Francisco Alcaraz, que vio cómo ETA asesinaba a su hermano y sus sobrinas: Clic para tuitearPara El País los que vociferan no son los que en Mondragón gritaban «españoles, hijos de puta», «fascistas, asesinos» y «marchaos de aquí»; vocifera Francisco José Alcaraz, que vio cómo ETA, Henri Parot, por quien Sare había organizado una jornada festiva, asesinaba a su hermano y sus sobrinas, y que ve cómo hoy en las calles vascas se trata a los asesinos como a luchadores por la libertad. Y como todo eso no es suficiente para El País, añaden que lo que buscan es «alentar la perpetuación de los rencores». En este punto alguien podría coger el párrafo e incluirlo en un editorial de Gara, donde ahora escribe el que hasta hace poco era vicepresidente del Gobierno, para ver qué tal encaja. Sería también un notable ejercicio de pedagogía periodística.
En El País no sólo conocen cuál es el rencoroso objetivo de quienes fueron a Mondragón a recordar que Parot es un preso condenado por haber trabajado en una banda terrorista, y no un simple preso; saben incluso qué es lo que requiere la convivencia: «La convivencia requiere que el PP de Casado deje también de utilizar el terrorismo etarra, finalizado hace diez años, y a sus víctimas como arma de confrontación contra el Gobierno».
Al final la convivencia no requiere nada distinto de lo que requiere el Gobierno: que la oposición se quede callada
Al final «la convivencia» no requiere nada distinto, curiosamente, de lo que requiere el Gobierno: que la oposición se quede callada. Que no crispen al progresista Saruman en la Comarca. No deja de ser gracioso que El País eche en cara a Casado que haga política con el terrorismo, cuando Casado no estuvo en Mondragón y cuando lo que se fue a denunciar no fue el terrorismo, sino el homenaje continuo de un partido político a los miembros de una banda terrorista. El que sí estuvo fue Carlos Iturgaiz, que precisamente de convivencia sabe, digamos, un poco.
El editorial que El País decidió publicar es una muestra perfecta del mapa moral de nuestro tiempo. Las palabras que usan, las palabras que omiten; los elogios que regalan, los éxitos que atribuyen, los rencores que presumen. Es un editorial que habrá que tener siempre a mano para recordar que no hay ninguna alianza posible con quienes se niegan a llamar al mal por su nombre, con quienes defienden la convivencia del insulto y el veto, con quienes nunca harán acto de presencia en las calles secuestradas por la izquierda abertzale. Su batalla es otra, y la alianza realmente existente es la del horror con el silencio.