Enemigo de las listas como soy, no puedo evitarlo, me sigo resistiendo con no pocas armas a emitir cualquier juicio literario blandiendo semejante generalización. ‘Los mejores diez no sé qué‘ como arquetipo de lo que debió ser un año es, cuando menos, reduccionista y gilipollesco. Pero esta sociedad, cada día más efimerocrática, con menos tiempo para todo y más espacio para nada, se presenta ante nosotros exigiendo listas, listas que ordenen lo que otros piensen para ordenar el pensamiento propio, listas con explicaciones cortas que resuman grandes argumentos, listas que aparenten saber más de lo que ofrecen, listas que induzcan a seguir enumerando listas. En estos juicios vacíos me hallaba yo cuando el editor me propuso emitir una lista de este tipo. Él la tituló algo así como ‘Top 10 éxitos literarios 2017’. Me chirrió, así de primeras, la ausencia de preposiciones y determinantes en el título, pero supuse que ‘Un top con los 10 éxitos literarios del 2017’ entretenía demasiado al potencial lector, ocultando quizás el mensaje real del texto: queremos listas rápidas y las queremos ya. No culpo aquí a nadie, es el tiempo que nos ha tocado contar en el segundero, y heme entonces ahí, barajando la posibilidad de emitir la dichosa lista, con una mano en la cerviz y la otra en la pluma.
Fue en ese punto donde el editor y yo más nos enzarzamos. ¿Cómo podría explicar yo, en tan escaso párrafo, que Lo que el español esconde (Editorial Vox), de Juan Romeu Fernández, es quizás el libro de corte lingüístico que más me ha atraído durante estos doce meses de constante decadencia gramatical? La manera que elige el autor para pasear por los entresijos del idioma (idioma que es, idioma que fue), el arte con el que nos desnuda algunas anécdotas que lo hacen más atractivo, alejado del clásico tocho con ecos saussurianos y acercado al lenguaje que debe tener un libro sobre Lengua en 2017. No podría quedarme corto explicando sólo esto, así que: ¿Cómo continuar con la lista?
Además, podría ocurrir lo que me ocurrió entonces, que olvidara que a la altura del primer libro elegido tuviese que colocar De estraperlo a postureo, también editado por Vox, pero firmado esta vez por Mar Abad. En este título, moderno ya desde el mismo, la autora nos radiografía con notable habilidad las fronteras inexistentes entre las distintas generaciones lingüísticas que pululan por los siglos XX-XXI. De nuevo, como en el título que precede, se dan cita la originalidad, el ingenio y la lejanía con el horrible academicismo que rodea al mundo editorial lingüístico.
El editor, pese a seguir yo erre que erre, obcecado en olvidarnos de las listas, me siguió exigiendo que condensara todo un año frenético en diez párrafos. Mi indignación creció cuando recordé que tendía que incluir en esa condensación el maravilloso América, de Manuel Vilas, editado por Círculo de Tiza. De acuerdo, me podría valer para conectar con la poesía, dada la extraordinaria sencillez con la que Vilas hace de la lírica párrafo. O mejor dicho, la extraordinaria sencillez con la que Vilas eleva la lírica a la categoría de sobresaliente. El término ‘sencillez’ adquiere aquí una dimensión especial, pues pocas cosas resultan más difíciles que convertir la poesía en elegancia en el mundo que hoy pisamos.
Así que no, nada de listas. Porque además, si enlazo con la poesía, ¿cómo explicar los mil matices que guarda un libro de versos en dos renglones? No podría jugar con After Ego, por ejemplo, publicado por libros.com y que firma el poeta Juan Fernández Rivero. Porque este poemario es un juego, un paseo laberíntico a través de la metáfora inigualable de Juan, que se funde con los recuerdos de viajes pasados, experiencias lejanas que rebotan en el presente agónico del poeta. Juego, sí. Pero hay juegos de los que no se sale con vida.
Claro, parece claro que el editor no me permitiría ponerme tan lírico como en el párrafo anterior, y me tendría que quedar sin glosar los encantos de Cuaderno de campo, de María Sánchez, publicado en La Bella Varsovia. Aquí de nuevo el título dice más de lo que calla, y la estrofa de Sánchez va envolviéndote en algún lugar alejado de la gran ciudad, allí donde las manos se hunden en la tierra, en el animal, en la espalda, en el pasado. Es difícil no sentir la atracción que el tono de la escritora ejerce sobre la poética que esconde la mente del ser humano.
¿Y cómo gira uno hacia la novela desde la poesía? Si esto no fuese una lista de esas que vende el editor de la página, podría hacerlo a través del maravilloso Palabra de Lorca, una recopilación de entrevistas en torno a la figura del bardo granadino que va hilando con mimo Rafael Inglada con la colaboración de Víctor Fernández y que coloca sobre los estantes con no menos mimo la editorial Malpaso. En este libro podremos embriagarnos con la cara oculta de Federico, que vertebra de una manera íntima el resto de rostros lorquianos, y que termina de elevar la figura de nuestro poeta más universal al Olimpo de la literatura.
Como este último título ya me coloca en un plano intermedio entre la poesía y la narrativa, puedo pasarme a la novela sin necesidad de artificios. Comienzo con La mirada de los peces, lo nuevo de Sergio del Molino, editado por Literatura Random House. Entre estas páginas se dan cita dos mundos que sí, son opuestos, pero que al encontrarse suelen dejar en la razón su huella: la adolescencia y la muerte. Sergio del Molino pasea por ambos mundos con notable delicadeza, y sobre esta cuerda ejerce de acróbata sin frivolizar, dotando a ese pasado de la importancia que tiene como hoja de ruta para el protagonista.
Me quedo en la novela para charlar sobre La línea del frente, de Aixa de la Cruz, publicado por la editorial Salto de Página. En este caso, los hechos son observados desde el presente, que es el tiempo verbal al que se sube la escritora para purgar discursos de tiempos pasados. Es importante este matiz, pues sólo desde el presente se puede articular un discurso que no sangre. Como todos los grandes conflictos, la fractura en el País Vasco deja en la sociedad estigmas, etiquetas, juicios apresurados. De la Cruz propone explorar los matices, dirigirle la vista al ser humano, que siente, llora, vive y padece más allá del papel que la historia le asigne, por mucho que éste sea el papel de héroe o de villano.
La última novela que hubiera aparecido en una hipotética lista es La hija del comunista, de Aroa Moreno, que edita Caballo de Troya. Flotan sobre mí los pocos días que separan la lectura de este libro y las líneas que ahora escribo, pero puedo sostener con no pocos argumentos que estamos ante un tipo de narración diferente, con cierta tendencia al lirismo, sentimiento para el que parecía no quedar espacio. De nuevo se dan cita los personajes estigmatizados, presos del muro, literal o figurado, que estos estigmas levantan entre individuos. En este caso, el tiempo cae sobre ellos como el pasto al rocío, helándolos para siempre.
Permitan que le levante la falda a la novela. Si esto fuese una lista, podría terminarla con el fabuloso libro de no ficción que se han marcado Javier Menéndez Flores y Melchor Miralles, que tiene como título El hombre que no fui, y que edita La Esfera de los Libros. Utilizo la etiqueta trumancapotiana de no ficción porque el argumento se teje sobre el célebre caso de los Urquijo, asesinato que en los 80 tuvo pendiente del noticiario a todo el país. El mayor acierto de esta trama está en la selección del protagonista: Javier Anastasio, que va tejiendo sobre una mezcla de culpabilidad y necesidad de distanciamiento el telar de los hechos. Además de una nítida recreación de la época, el libro destaca por eso que consiguen los grandes del género y que nunca confesaría en una verdadera lista de éxitos literarios: empatizas con el asesino.
Foto de portada | Glen Noble