La lenta, lenta, lenta agonía culé

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Aunque luego lo disimularon con ingeniería argumentativa, no quedaban muchas ganas en Barcelona de que Ansu Fati fuera al Mundial sub-17 de Brasil con España porque el chico estaba escribiendo titulares con un equipo que se caía -se cae- a trozos según Ramón Besa. «Está para competir en categorías superiores», explicó el seleccionador de la España más pequeña. Una semana después, debutó con la sub-21. A Robert Moreno, el interino de la absoluta al que al parecer nadie le explicó que estaba de paso, le preguntaron recurrentemente sobre la irrupción del que se había sublevado como una de las emergencias del deporte español. Como niños impertinentes que no saben esperar a llegar al destino. Otra vez la generación intolerante al aburrimiento. La carrera por el Ansu Fati español recordaba en las formas a cuando Munir El Haddadi, que ya tiene 24 años y es más que suplente en el Sevilla, debutó con Del Bosque para privar a Marruecos, un rival directo, de un nueve normal. Lo describió como «la opción más lógica» cuando, estando con la sub-21, escaló para suplir una baja de Diego Costa. Años después, el propio Del Bosque ha reconocido arrepentirse de aquello, y aunque nunca lo reconocerá, parece evidente que la orden no salió directamente de él. El paradigma Ansu Fati canceló todo lo que estaba mal en el FC Barcelona de la 2019-2020 que echaba a rodar con Messi y Suárez tocados, Busquets discutido, Piqué al tenis y Coutinho, el fichaje más caro de su historia, entregado al Bayern a cambio de la maltrecha paz financiera que la directiva maquilla en los Power Points que trabajará en las sombras los machacas de zulo y café de vending. Los imagino cuando coinciden con sus contemporáneos felizmente alejados del fútbol pero no de su politización: «¿Aquel gráfico de superávit infinito? Obra mía. En-una-mañana». Y tres golpecitos, uno por cada letra pendiente del nuevo iPhone, con el índice en el propio esternón. Contra el Leganés, se publicó que el Barcelona reunía de inicio «por fin» a los cuatro fantásticos considerando a Ousmane Dembélé uno de ellos. Ansu Fati fue el último cambio y jugó veinte minutos. Ha pasado toda una vida entre octubre y noviembre pero el Barcelona de Valverde sigue rodeado de hienas. Con razón.

Vuelvo oportunamente a Ramón Besa, que lleva pregonando el apocalipsis culé varios meses. Vivió la peor noche profesional de su vida tras el 4-0 en Anfield. Cada línea del artículo posterior a la eliminación era como un parásito removido de su conciencia. Correligionario de un Barcelona que no volverá, ha escrito tras la victoria en Butarque cosas como las que siguen: «La mayoría de asociaciones funcionan por amistad, o incluso por familiaridad, más que por sintonía futbolística, un pecado capital para el ecosistema del Barcelona, que sobrevive a partir de jugadas de estrategia espontáneas y afortunadas, no ensayadas en la Ciudad Deportiva». El Barcelona va líder en Liga y también encabeza su grupo de Champions pero dice parte del barcelonismo que eso no es suficiente, que hay que llevar más lazos amarillos al Camp Nou. Besa, paradójicamente, necesita por imperativo natural trazar una línea de moralina entre la virtud del consumado aficionado culé y la del bárbaro madridista, recordando que en Barcelona no importa tanto el qué sino el cómo. No como allí, en la funesta capital del reino. «El vestuario está viciado por los hábitos de una vieja guardia cuyos contratos no son regresivos sino que aumentan con los años, una política que fomenta el sedentarismo y el abandono». Pero esto no lo ha escrito el más gris de los madridistas tras perder contra el Mallorca, sino el mismo periodista, en el mismo artículo del mismo diario. Ya ni Messi va a salvar la función: «la pelota acababa siempre en los pies y hasta en la cabeza del argentino (…) hoy ha desaparecido hasta de sus botas (…) el equipo perdió la pelota, después el juego y más tarde el alma, razón de más para que se haya convertido en un club de descreídos que solo aspira a que Messi no se canse también del Barcelona». Mourinho en su día dejó un recuerdo grandioso al referirse a Guardiola como el fundador de un grupo único de entrenadores, aquellos que criticaban los aciertos de los árbitros. Pues con Besa igual: está tocando el tambor del fin de Messi desde hace tiempo para congratularse y celebrar, entre las ruinas, que él tenía razón. «Yo ya lo dije», y los cuatro golpecitos en el esternón de los curritos de tupper, solo que entusiasmado con su predicción diferida. Alguna vez tendrá que retirarse, alguna vez desaparecerá. Claro. Pero ni Ansu Fati, que quizá por entonces juegue en el Brighton & Hove Albion, estará allí para firmarle el anuario: sólo quedarán los restos de los columnistas de costumbres. 

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