La España de Coutinho

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Un fantasma hace dedo en Europa y lo recogen, según sopla el viento, allí donde caben poner adversativas. El espectro, como de costumbre, no conoce forma: adopta la que le dan quienes lo imaginan. Como una leyenda nórdica, se presta a interpretaciones. Una de ellas, del lado autómata, no reacciona ante todo lo que supone el fichaje del brasileño Philippe Coutinho por el Barcelona. La clave futbolística la han dado ya muchos de los que saben desgranar el deporte sin intangibles, por el puro entretenimiento de contemplar de vuelta en España a uno de los jugadores más apetecibles e interesantes del continente. Codiciado sin éxito en verano, Coutinho va a Barcelona a poner el lazo a la Liga que los de Ernesto Valverde encarrilaron en el Bernabéu, pues su participación esta temporada en Champions League con el Liverpool de Klopp lo inhabilita para la causa mayor de la que todavía es dueño sin paliativos el máximo rival, ahora desentonado. El desembolso, cifrado en ciento cincuenta millones de euros largos, sólo responde a las normas del mercado actual. Cualquier proposición correspondiente, puramente subjetiva, no tiene más valor que el que quiera darle el mal del flanco elegido. Coutinho dobla posiciones en un equipo que este año domina andando y que prepara la rampa de salida para el hasta hoy perenne Andrés Iniesta y quién sabe si no también para el innombrable, que algún día habrá de retirarse. La versatilidad del brasileño cae como una auténtica bendición en un entorno al que los resultados están acompañando tras un verano convulso en el que el socio volvió a dirigir la directiva a la horca. Nada que el confeti no arregle.

Hay otra versión del fichaje, no tan festiva ni almibarada, peor encarada, humana en definitiva. En 2013, Gareth Bale se convirtió en el primer jugador de fútbol cuyo traspaso bailaba con los cien millones de euros de manera oficial -porque el de Neymar por el Barcelona, entre multas, extras y mordidas, salió por bastante más-. Han pasado cuatro años y medio y todo el debate que en su momento se originó por lo pionero y extravagante del detalle ha quedado desclasado y sin vida, vamos a presuponer que por hartazgo y enterrado por el inagotable vacío de su juicio. Los malpensados dirán que la contrariedad únicamente la sostenía la histórica animadversión a lo blanco y el apetente misterio de su trayecto imperial: del fichaje de Bale, o más bien del gasto que le suponía al Real Madrid, único responsable de sus actos y deudor solamente para consigo mismo, opinó literalmente cualquiera. De todas las fruslerías, muchas procedentes de actores de reparto sin voz ni voto en el mundo no ya del fútbol, sino del deporte, siempre me gusta destacar una de José Antonio Zarzalejos en un artículo en El Confidencial titulado ‘La España de Bale’: «La formidable ausencia de debate social sobre la ficha y retribución de Gareth Bale vendría a avalar sin duda alguna que España está sin pulso». Por entonces, antes de que la nueva política se apropiara el opio, fue tendencia imaginar a cuántos niños desnutridos habría salvado el precio del británico. Todas las calculadoras de la demagogia han debido caer obsoletas al unísono, coincidiendo con la época en la que el Real Madrid no ha querido o necesitado volver a acercarse a estas cifras.

Cinismo aparte -qué potente nicho, el cinismo-, supongo que la reflexión cruzada del fichaje de Coutinho no debería tomarse por su valor, o mejor, por el precio que el Barcelona ha querido pagar por él. Por supuesto que la crítica podrá jugar, sólo faltaría ahora jugar a las mordazas en territorio infantilizado: recordemos que Coutinho cambia de equipo a mitad de temporada en año de Mundial y que no podrá participar de la competición reina de Europa en su presente edición. Debe ser tenido por mal menor, porque al culé le reconforta y le llega con ver a otro de los mejores levantando el pulgar. Es extremadamente sencillo, por otro lado, obligarse a comparar reacciones. Es divertido, pero no es adulto. Tampoco lo era en 2013, aunque la circunstancia favoreciera entonces la adhesión a la simpleza. «Ojo con la mierda», dejó escrito Jordi Pérez Colomé: «Hay muchos tipos y ha dado de comer a muchos medios en la última década». Del vulgo orteguiano a la elipsis del desorden privado de Marcuse hay un tramo tan nutritivo que de él han bebido y vivido muchos de los del think tank a quienes propios y extraños todavía compran la mierda a precio de polvo lunar. La España de Zarzalejos que no se turbaba por el precio de Bale, que invocaba comedores sociales y jugarretas cómicas asociadas por sistema a la malversación ideológica del todo, digiere sin disgusto que el Barcelona comprometa unos cuatrocientos millones de euros -sumando las modernas variables del hampa- en tres futbolistas en seis meses, como señal inequívoca del rejuvenecimiento económico de un país que ya no devuelve reflejo maligno. Como siempre, el equilibrio da la medida del título, aunque a este carnaval veneciano haga tiempo que le pesen ya más las caretas que las identidades.

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