No lo tenía fácil Carlota Pereda para replicar, apenas un año después de Cerdita, el éxito de su opera prima: sin embargo, con La Ermita presenta seria candidatura a mantener alejado el fantasma del one hit wonder. Siendo La Ermita una película escrita antes que la propia Cerdita, lo interesante era comprobar si según lo intuido en aquella y visto ahora en su nuevo trabajo podríamos empezar a aprender a identificar su trabajo.
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Hay puntos en común, como la recurrencia de la tragedia sobre la costumbre hispánica o los apelativos al humor de descarga; pero en La Ermita, que la misma Pereda define como «drama sobrenatural», concurren nuevos temas como la feroz infancia, la posición del niño ante la muerte y la transmisión del folclore de la mitad norte que en los últimos años ha proporcionado al fantaterror patrio una notable colección de títulos.
La Ermita nos presenta primero a una niña -actriz en papel debutante- obcecada con aprender a comunicarse con los muertos mientras parte de su mundo se derrumba. La protagonista, que mantiene por deferencia un finísimo hilo de esperanza para con su madre enferma, traba enseguida una espinosa relación pupilar con el personaje de Belén Rueda, una medium sui generis con su propio árbol genealógico a medio podar.
Asalta la pantalla una versión particular de los fantasmas del pasado, presente y sobre todo futuro; en este tríptico dickensiano reposa una historia sobre redención, aprendizaje y un vistazo profundo a la realidad ingobernable de la muerte, tan inoportuna como devastadora. Ahí, la protagonista acelera su madurez, contagiando de ella a los adultos que quieren sobreprotegerla -empezando por su propia madre- para buscar alternativa al dolor.
La Ermita bebe de la leyendas sobre el paso de la peste por el Reino de Navarra y en concreto sobre Olite, historiada como cúspide de la resignación. Transmite un esmerado trabajo de localización y producción y no descuida el texto, muy comedido en lo sobrenatural y sobradamente implicado en las conexiones humanas. En el tramo final, eso sí, la protagonista resuelve sus miedos desbordada por un cinismo antinatural, casi psicotrópico, con el que despeja una pena no siempre sutil que acompaña a toda la película.
Las visiones y experiencias de los protagonistas con sus fobias, los miedos acechantes y formas hambrientas del pasado abrigan el tono lúgubre y triste de la película, emparentado con las pavanas melancólicas del terror victoriano. Esa efectividad, además del entorno, la da el diseño de las amenazas oníricas. La Ermita, al final, empaqueta una funcional historia sobre la pérdida, emergiendo entre los títulos de fantástico de este año en España con cierta melancolía.
A FAVOR : El tono y el diseño de producción son altamente inspiradores; la química entre los personajes es natural y acompaña su construcción
EN CONTRA : El tono oscurísimo y cierto cinismo ante la muerte subyacen como subtramas cuando en realidad son el corazón propio de la historia