La estrategia mediática de PSOE y Podemos la lideran sus portavoces en el Congreso. A nadie se le escapa que Adriana Lastra y Pablo Echenique, discutibles activos políticos -con nula o brevísima experiencia en empresa privada- constituyen dos de los ejes de crispación constante en una atmósfera inflamable que rocían insistentemente, y como primera opción, con probada maldad y tenaz sectarismo. Ambos compiten a brazo partido, lo que les hace trágicamente complementarios, por capitanear la conducta más tóxica en la casa de todos los españoles, impregnada de una indecencia a todas luces inoportuna. A Lastra, que empezó la legislatura tropezándose por las escaleras del hemiciclo, le precede su simpleza, pero Echenique ha elevado su siniestro estándar. La última del portavoz de Podemos ha sido señalar, foto incluida, a un ciudadano al que ha llamado sicario. Su presunto delito, pasear. La libre utilización del término casi da que pensar que Echenique esté especialmente familiarizado con su semántica, por alguna u otra razón. Muy seguro tiene que estar de que una acusación así no vaya a acabar en un juzgado: lo contrario sería revelarle como alguien todavía más imprudente de lo que parece. Y todo esto en la semana en que los dos grupos han amenazado con devolver los escraches a políticos de la oposición, que paradójicamente fueron los primeros en sufrirlos cuando gobernaban. La forma en que Adriana Lastra y Pablo Echenique administran su posición, despreciando su responsabilidad pública y acudiendo recurrentemente a la manipulación -cuando no mentira-, todo en un lenguaje infectado y provocador, dice más de la opinable voluntad democrática de los partidos a los que representan que cualquier artificio formal fruto del pactismo. Se han convertido en las dos razones más nocivas del poder y esto no es baladí, a cuenta de que hablan no para los 9 millones de personas que les votaron, sino para los 47 a los que sirven.