Nada -ni siquiera una línea de guion- aclara en Jurassic World: Dominion el incierto destino de Lex y Tim, los carismáticos críos que en la Jurassic Park original (1993) eran, en principio y según palabras de su fundador -y abuelo- John Hammond, «el público objetivo» de la visita al parque. Sí hay dos menciones veladas a los hijos de Ian Malcolm -ya tiene cinco, con distintas mujeres como siempre se encarga de recordar: una de ellas tuvo un papel coprotagonista en El mundo perdido (1997)- y Ellie Sattler -que tiene dos ya universitarios, el primero de los cuales salva a Alan Grant en Jurassic Park III (2001) atendiendo su llamada de auxilio siendo casi un bebé-.
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Pero si algo queda claro en Dominion es que los niños ya no son el target de la maravilla, como de hecho vaticinan en el primer Jurassic World (2015) para justificar las andanzas con híbridos en laboratorios. De hecho, la más joven del reparto vuelve a ser la clónica Maisie, quien en Jurassic World: Fallen Kingdom (2018) era una niña inocente en fase tardía de autopercepción, pero que cuatro años después representa a una adolescente problemática y respondona canónica. En otras palabras: todos hemos crecido. Y eso puede que sea un problema.
Jurassic World: Dominion tiene en cuenta esto y durante sus más de dos horas y media (la más innecesariamente larga de todas) hace verdaderos esfuerzos por elevar el tono de debate sobre la bioingeniería, la ética genética y otros tropos trascendentales de la saga, dinosaurios aparte. Por eso se desdobla en subtramas eco-friendly con el farragoso peso del sermón de fondo, sin que parezca importar demasiado que, en fin, los verdaderos protagonistas del lío sigan siendo animales prehistóricos que ahora puedes encontrarte en la playa, merendando o dando un paseo por la montaña.
No parece que reivindicar a los dinosaurios en una sexta película multimillonaria sobre dinosaurios sea arriesgar demasiado
El forzado enfoque a una big picture casi en pantalla dividida, con dos generaciones protagonistas librando aventuras paralelas cuya química en común no transmite un interés real, exige a Dominion una atención y un ritmo desdibujados imposible de conectar con los niños que fuimos. Para compensar, el equipo inunda de easter eggs y recuerdos memorables a todas las películas anteriores, desde el vestuario -la ropa de la Dra Sattler- a reclamos visuales directos como la célebre lata de espuma de afeitar del desaparecido Dennis Nedry. Pero lo más importante sigue siendo un misterio: ¿qué papel juegan los animales?
En Dominion, los dinosaurios vuelven a ser un elemento de rutina que acompaña a la esencia humana a través de todas sus etapas oscuras: codicia, corrupción y salvajismo. Ahora es un macrolaboratorio, al que por supuesto sirve el Dr Henry Wu en las sombras pero que también hace proselitismo verde a través de charlas del afamado Ian Malcolm, el que intenta explotarlos mientras los furtivos los roban, malvenden o desarrollan en criaderos ilegales. Y ahí, en ese recoveco, en ese lugar común (las instalaciones del laboratorio…) levanta Dominion su Jurassic Park tradicional, esto es: un escenario cerrado con dinosaurios asalvajados sueltos. Y casi todos ellos, nuevos.
Si algo tiene de reivindicable Dominion es eso, las criaturas y su versión farandulera de desfile antagonista. Todas las especies a descubrir impactarían mejor en la trama central pero ninguna de ellas se arroga un papel ejemplar -de hecho, el giganotosaurio pasa por uno de los peores enemigos de la saga y el trazado de su arco es imperdonable- . Pero no parece que reivindicar a los dinosaurios en una sexta película multimillonaria sobre dinosaurios sea arriesgar demasiado. Ni la adición de nuevos escenarios -hielo, nieve- o llamativas especies -con los plumíferos pyroraptor y el inclasificable therizinosaurio– añade otra cosa que no sea cierto desconcierto a aquella gran aventura iniciada 30 años atrás. Sólo un verdadero nerd del dinosauriado reconocerá con una levísima sonrisa infantil ese vano intento por sorprender, y para entonces -todas estas revelaciones son en el tercio final de la película- puede que sea demasiado tarde.
Los dinosaurios han venido para quedarse: esa fue la profecía del Dr Malcolm y ha resultado ser también el estilete de la saga
El único y troncal desafío al que Dominion no da respuesta es al de hacer pasar por algo útil el discurso catastrofista tantas veces programado durante todas las películas de la colección. Eso y que, además de que los dinosaurios ya no estén pensados para maravillar, los ínfimos conflictos que plantea el guion se vayan resolviendo a horcajadas y a golpe de casualidad, despojándolos de tensión. Embutir hasta 15 personajes, con la fantasiosa necesidad de que todos parezcan elocuentes y hábiles y ponerlos a compartir espacio en una narración de continuidad tampoco es fácil, y la banalidad en ciertos diálogos y escenas de transición así lo terminan por confirmar.
Jurassic World: Dominion sería en circunstancias normales un buen blockbuster de aventuras familiar si pasáramos definitivamente por el aro de que lo familiar ahora se vaya a las dos horas y media y se pierda frecuentemente por escenarios alternativos sin interés (conspiraciones, debates, soliloquios, agenda). Los dinosaurios, relegados definitivamente a un segundo plano, han venido para quedarse: esa era la profecía del Dr Malcolm y ha resultado ser también el estilete de una saga que, ahora sí, decae agónicamente. Por suerte, no habrá mal que dure otros 65 millones de años en los que nuestra prioridad sea recordarle a Colin Trevorrow lo que pudo haber sido y no fue.
LO MEJOR: Los guiños furtivos a fans que ya son demasiado mayores y descreídos como para celebrarlos.
LO PEOR: El tormento nostálgico y la sensación de que para dar entrada a conflictos adultos e inexplicablemente largos se haya despreciado el sentido de la maravilla, lo que incluye a los nuevos y anodinos dinosaurios.
Una basura, como todo el cine comercial del siglo XXI. Ya no está de moda el entretenimiento, sino el adoctrinamiento (ecológico, sexual o social) y acaban siendo todas las películas como clones.
Malísima, sin tensión y con unos diálogos de traca.