Bailó por entre los centrocampistas de la Juventus como un beat en technicolor, dejándolos en blanco y negro como fotogramas del cine antiguo. La final todavía iba 1-1 pero él, junto a Kroos y Modric, con Marcelo y Carvajal, parecían conocer algo, un secreto. Un enigma indescifrable para sus rivales. El truco del fútbol contemporáneo; como si de otro deporte se tratase, el partido de la Juve duró 45 minutos, y el del Madrid, 90. Todavía iban 1-1 pero Isco ya ganaba medio metro de más, el medio metro necesario: el palmo de pradera galesa que le había negado la camisa de fuerza juventina al principio, con ese vallado de Allegri en la zona ancha que impidió a Isco imantar el juego con la mecanicidad de una planta de la FIAT. Napoleón perdió una batalla en Marengo, hasta las 3, y ganó otra luego, hasta las 5. Pasó el descanso y Alarcón estableció el reino del trescuartismo.
Era su primera final como titular. Un chico del 92, como Casemiro. Como Kroos, que es del 90. Ellos no conocieron nunca los fantasmas de una generación de madridistas que sublimaron el sudor y los cojones ante la carestía de recursos. O a aquellos otros que que poseyendo técnica, talento y juventud, les pasó por encima la Historia a caballo. Ellos son ahora los Atilas del hoy y también los del mañana. Desacomplejados, audaces, temerarios, les pertenece eso que tantas veces ansió el madridismo: la fuerza, el saber y el momento. La voluntad les sale sola, les brota de dentro como el agua de un manantial. Ellos son los buenos, y Zidane se reconoce en ellos con la cómplice intimidad de los iguales.
Isco es el fútbol por el fútbol: la virtud del fantasista macerada al sol de Málaga
Caracoleaba Isco por entre las piernas de Bonucci, Alex Sandro, Mandzukic y Chiellini, como toreando. Pisaba la pelota, arrancaba y se paraba, parando al toro con la mirada. Era la segunda parte ya y todavía iba la final 1-1, pero acompasaba el juego el Madrid con ese movimiento pendular que arruina a los adversarios. El tam tam que anuncia la carnicería. La tocaba, la daba y emerger otra vez por detrás de su marcador, otra vez para recibirla, tocarla y marcharse. Era la juventud descarada y descarnada que no conoce el miedo. La que jugaba a la Play y aprendió a entender el fútbol alternando el joystick y el Mikasa duro y compacto del futbito: el arte de los golpes de tobillo. Se colaba Isco por las rendijas de la fortaleza, en busca de la princesa escondida, de la Copa de Europa guardada en la gruta de Buffon. La nueva forma de entender la vida, la misma de siempre acuñada por una quinta de muchachos desenvueltos y con barba que jamás escucharon a Nacho Vegas, agujereó la gruta a cañonazos. Muchachos modernistas como Isco, que es el fútbol por el fútbol: la virtud del fantasista macerada al sol de Málaga. Birlibirloque de videojuego que sabe a Mediterráneo y a Youtube, a mundo nuevo y a siglo XXI.
Isco se amarró a Marcelo, con 1-1, y volcaron la final hacia la izquierda. Con Modric y Kroos desplazaron el partido hasta las costillas de la Juve. Allí se pusieron a coser. Isco fue el hilo. El sistema de Allegri, pensado para detener hemorragias convencionales, no estaba preparado para el tsunami inteligente. La ola que nace con el robo del 14 y los pases del 19, con los movimientos en paralelo y en diagonal, arriba y abajo, del 22. Con el 8 detonando y el 9 brujuleando en torno al martillo hidráulico que lleva el 7 y la gloria. Isco despejó los,aires fúnebres del descanso subiendo al equipo dos metros por encima del nivel del mar. Subió el Madrid y se ahogó la Juve. Es la Juve un equipo encadenado al pasado y a la mística del dolor. Sólo se escapa del embrujo de muerte Dybala, un chico como Isco, pero sin las dos copas de Europa en las alforjas con que apareció el odín malagueño por Cardiff. La nouvelle vague del fútbol europeo es una fusión cosmopolita de campeones que juegan con el cinismo de los veteranos y la desenvoltura de los niñatos. Casi todos están en el Madrid. Casi todos tienen eso que tiene Isco. Anoche se clavó como una astilla entre las dos líneas de cinco y tres de la Juventus, y de la herida supuró su Madrid viscoso e implacable, que se ha hecho con el fútbol del presente como la espada y los gérmenes destruían antes imperios milenarios.
Antonio Valderrama, @fantantonio en Twitter, es el autor de Hombres Armados y el responsable del blog Defensa Siciliana