Infección y contexto

Thomas Hawk

Es probable que a Ignacio Escolar nadie tenga que explicarle la diferencia entre su despido de Prisa y el despido que Unidad Editorial ejecutará sobre 224 personas que se irán simple y llanamente a la calle porque sí. Porque esta es la vida que hemos elegido y el país que más o menos nos ha tocado para vivirla. Sin embargo, no ha perdido la ocasión de martirizarse como, por cierto, es tan habitual entre los bienpagaos de la profesión. A bote pronto salen rápido varios de los nombres de estos periodistas que ya no son periodistas sino figuras, modelos, floreros, millonarios acomodados intocables, algunos de los cuales precisamente sólo puede sacar pecho por el mérito, intachable, que es saber estar en el momento adecuado y acercarse a las personas idóneas. Entiendo el trasfondo de lo de Escolar, no soy idiota: cuando entré en la Complutense a cursar Periodismo (2005), El País estaba tan idealizado y su director tan manoseado como pasto de mitómanos que yo mismo caí en cierto embrujo rozagante del que por suerte salí rápido. Digo por suerte porque puedo presumir de haberme llevado pocas decepciones durante mi carrera en la medida en que me he permitido el lujo de sostener las menos expectativas posibles.

Pero si de lo que trata Escolar es de hacernos creer que en España no hay libertad de expresión porque el director de un medio le ha cortado de raíz una colaboración puntual en uno de sus canales por dar bola a una exclusiva de terceros que no hacen más que posicionar y salpimentar sobre la sociedad con evidente sesgo comercial, ha elegido la dirección equivocada. Podría haberse arañado menos la carita y haber encajado con otra dignidad una decisión que a todas luces retrata no a Juan Luis Cebrián, ojo, sino al modelo de periodismo que se conjura y se comparte por todos y cada uno de los que no luchan contra él, suponga esto lo que suponga. Un modelo que ni mucho menos defiendo, dicho sea de paso, pero del que él precisamente sale favorecido cada día de su vida sin que ninguno de estos haya bombardeado a sus socios y sus extraños con líricas cartas de amor del estilo qué bien me va estando en todas partes y vosotros os jodéis. Seguro que Escolar guarda dentro del empresario que manda en eldiario.es un periodista de lo que los tahúres apellidan de raza, pero las capas del acróbata que encaja números lo entierran. No tengo noticia de que los redactores de su medio naden en la abundancia de la pompa de Madrid, pero tampoco es algo esto que nos atormente a los que sabemos que el periodismo da más hambre que de comer.

Esta noticia, la del trágico despido de Escolar de la SER por diseminar con gusto las miguitas de la investigación del Süddeutsche Zeitung sobre los Papeles de Panamá, coincide en el tiempo con la amenaza a dos periodistas de ABC, Cruz Morcillo y Pablo Muñoz, de perder literalmente su libertad por dar a conocer lo que consideraron relevante para su audiencia –una escucha del caso Bárcenas-. Los diretes de este caso pertenecen a otra ventanilla, a mi juicio un tanto más noble, pero tanto Cruz como Pablo tienen el amparo no sólo de su medio sino de gran parte del periodismo mileurista que para flotar tiene que vivir de morros de lunes a domingo. Y todavía más allá de estas reivindicaciones están las huecas y torpes pretensiones de los anteriormente referidos periodistas florero, que no serían nada sin un equipo de cuarenta personas a razón de ochocientos euros mensuales detrás, hablando de vergüenzas, amenazas a la libertad y otros cuentos de Calleja por contar. Vergüenza debería darle a ellos, si es que les quedara un mínimo de sus cruzadas contra el planeta que les imponen sus empresarios jefes, ser partícipes conformes de la verdadera opresión que cada uno de sus padrinos ejerce sobre el periodismo real.

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