Mientras una parte importante del mundo opera en la inopia esperando a que le metan la cucharita en la boca, otra sigue reivindicándose con sordas muestras de atrevimiento formal que desafían órdenes antiquísimos. Es el caso de Holy Spider, la película con la que Ali Abbasi aspira al Oscar este año en la categoría de mejor film internacional -por Dinamarca, patria adquirida del director- y que no se rinde a la hora de fotografiar el momento histórico e histérico que Irán, como tantas otras piezas islámicas parceladas en el globo, atraviesa sin aparente vergüenza ni propósito de redención.
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Como ocurriera en los últimos años con otras creaciones como A Hero -del recurrente Ashgar Farhadi- y también con Under the shadow de Babak Anvari, el rechazo frontal a los hechos reales y su sutil adaptación al magma cultural internacional ha sido casi instantáneo, razón sobrada para ceder a Holy Spider la oportunidad de recrearse. Este thriller negrísimo sigue a una periodista en la angulosa y desagradecida misión de informar acerca de un asesino centrado en «limpiar las calles» de prostitutas, orden ulterior que, dadas las circunstancias, no recaba el rechazo que aparentemente debiera entre varios de sus vecinos -y especialmente, en su propia casa-.
Con fina amargura y un estilo cinematográfico ya reconocible, Abbasi juega a recordar al espectador que la línea entre la depravación y el heroísmo es todavía finísima en confines de la tierra inexplorados por el gran altavoz de la Historia contemporánea. No en vano, el seguimiento al periplo de la periodista frustrada deja paso hacia mitad de la cinta al reconocimiento tácito del asesino y su dimensión social, en un contexto político irracional a todas luces que soporta el peso de la miseria a través del ninguneo y la represión sistemáticas a la mujer en un país que sigue siendo noticia por lo terco de su aparato retrógrado.
La función de Abbasi es la de denunciar en el exilio, claro, pero también emerge de Holy Spider la contundente caracterización de una sociedad y una forma concretísimas de vivir el mundo, que quizá no obtienen fuera el eco que se presupone a lo que los occidentales, más o menos esmerados, querríamos conocer -tal vez presuntuosamente- por civilización. El terrible rol que adquiere aquí la culpa sin expiación del monstruo, una pequeña proyección de lo que es el islam a la mujer, sirve de hilo conductor para redondear un trabajo incómodo, atrevido y con absolutos trazos de denuncia indisimulada que engrandecen la obra y su dimensión.
LO MEJOR » El atrevimiento , la fotografía imbuida de fanatismo deformante y la trama en tres actos conectados con un hiperrealismo contundente
LO PEOR » Que de nuevo haya que esperar al reconocimiento internacional para recordar cómo se las gastan en otros países, mecenas accidentales de otros dizque desarrollados, en lo que a Derechos Humanos -por ejemplo- se refiere