El director debutante Jordan Peele sabía lo que quería con Get Out (Déjame Salir, en España) y, según la taxativa obra numérica, acertó. Sólo así puede entenderse que Peele mantuviera el tipo en la taquilla estadounidense pese a coincidir con Logan y Kong, dos de las apuestas más fuertes de la industria en el primer semestre del año. Sin exclusiva pantomima y lejos del cacareo que sobreviene a los trabajos de regusto cultural en canal, Get Out apoya su éxito en la continuación de una lucha, la que el mundo libra contra el racismo, con una escalofriante cabriola diría que esencial. En esta película no existe el racismo por el racismo pese a que el personaje, un normal Daniel Kaluuya -también protagonista del episodio Fifteen Million Merits de la primera temporada de Black Mirror-, abre naturalmente el asunto con su blanquísima, sensible y solidaria novia (Allison Williams) que resulta, por encargo, una psicópata de alta gradación. Aunque Peele no repara en gastos a la hora de cerrar esta horquilla, reconoce que fue el personaje más inspirador de su obra. No es la primera vez que nos encontramos a los buenos girando sobre sus talones cerca del final, y eso es exactamente lo que pretende el director: que nos situemos rápido del lado racional y por un momento creamos que Kaluuya exagera. La protagonista, que lo asedia en tono jocoso aprovechando su evidente flaqueza -es celoso- lo arrincona cuando Kaluuya insiste, al comienzo de la película, en la reacción que sus padres expresarán al conocerlo: «¿Saben que soy negro?». Tras unos diretes de relleno, la misma Williams cuyo sensato atractivo retoza en la conciencia del espectador acaba con uno de esos argumentos que consideraríamos definitivos: «Mi padre habría votado a Obama para un tercer mandato».
No hay otro tema en Get Out que éste: la normalización del drama de lo que todavía se entiende, y no siempre de forma escrupulosa, por minoría. En dos escenas de transición, Peele desconecta la cuestión colorista y se detiene en cómo Kaluuya expresa una naturalidad sentimental lejana a la ya sospechosa frialdad de su compañera. Entonces Get Out arrebata de la mesa la cuestión colorista y pasa a ser una película de terror, con sus resortes de ficción, que como las mejores películas de terror acaba fidelizando ese desvelo por su componente cotidiano. Todo lo sucesivo es simbología medida fotograma a fotograma: hay algodón, trabajadores no cualificados de color, hay tics de liberal blanco que se siente del lado del mundo que progresa, tensión resuelta a topicazos y hasta Jesse Owens tiene un cameo en dos dimensiones y por alusiones. El personaje de Kaluuya va entrando en el desigual bucle de autocensura, aunque según cumple horas en la casa de sus suegros se va autoconvenciendo de que esta vez puede tener razón. Ya no es sólo racismo cultural del tipo simpático, hay algo más. No tarda en descubrirlo, siempre con su novia en tercer plano, justo cuando se presentan al fin de semana otro grupo de blancos de etiqueta que incomodan a la pareja con zafiedades, a cual más usual, con las que el mismo Peele ha sugerido estar familiarizado pese a que él pertenece a eso que bien podríamos considerar «la élite de color», una porción de la élite con voz que sí puede dar visibilidad, siempre de la mano que mece la taquilla, a lo que representa un problema en ciernes: el racismo soft, de andar por casa, que llega a sobornar a los propios agraviados y tan politizable es.
Get Out arrasa, sin embargo, por su portentosa inverosimilitud final. Cuando Kaluuya ya se debate entre el espasmo huidizo y el recelo reflejo contra el mundo blanco, es cuando se revela un supremacismo pasado de rosca y en virtud de los antagonistas, que han estado secuestrando negros y robándoles su identidad para, literalmente, lograr ponerse en su piel. En la de Kaluuya, por ejemplo, quiere acabar un invidente que expresa clara su intención al perseguido: «Quiero tus ojos». Luego la cinta tiene sus cosas de cinta de terror -como revelación de la temporada yo sigo prefiriendo Crudo-, su insinuación slasher, su factor de título novel: pero no es hasta la última escena, que pilla absolutamente a contrapié, que uno no cae en lo bien que ha hecho Peele lanzándose a fabular la indómita y enfermiza característica del lunático. En Get Out no hay racistas; hay perturbados. Peele no aclara, quizá por aquello de evadir los spoilers, si la intención última y manifiesta era establecer algún tipo de conexión, pero lo consigue. Algún crédito habrá que otorgarle de que ésta haya sido la película de terror más taquillera de los últimos 20 años -a la espera de lo que logre el IT de Andy Muschietti– y de que el propio Peele se haya convertido en el primer director negro debutante en rebasar los cien millones de dólares. Pero la cuestión, como todas las que merece la pena tratar, va más allá: en los últimos meses racismo, homosexualidad, feminismo y tabúes con etiqueta de alta gama han sido más bandera de propaganda en Hollywood que rotunda certeza creativa. Get Out acertó rompiendo esa norma durante su promoción, evitando la golosa estrategia de contrarréplica que por costumbre logra inflar la expectativa. Que se quiera comprender la altura del desafío ya es otro lugar recóndito en el que liarse la manta a la cabeza entre lo que nos debatimos si nos desenvolvemos o no en una fracción privilegiada.
Foto de portada: comingsoon.net