Ganar y hacer ganar

Entre la extraña Supercopa de España de invierno y la Liga conquistada sin público ni más ruido que el de Ramos mandando, Raphael Varane (27 años cumplidos en abril) ha superado el número de títulos que levantó Zinedine Zidane de jugador. Con el regreso del técnico el pasado año el club recuperó el chamanismo y eso tan soberbio que los merengues dicen cuando les discuten la estética: el estilo es ganar. Zidane volvió obsesionado con la Liga -dos de tres disputadas completas ganadas- y ya la tiene. Once títulos en 209 partidos, apenas tres años y medio, de entrenador del único equipo del planeta al que se le presupone pedagogía en la victoria, con tantos niños como tiene pendientes de sus andanzas. Con Zidane, Varane (que también es campeón del mundo…) ha vuelto a parecer ese central que asomaba en los tiernos veinte, cuando Mourinho, y que en el mercado actual en el que los equipos suspiran por sucedáneos a precio de estadio tiene difícil comparación.

Con Varane se ha crecido el capitán imperfecto, Sergio Ramos, una personalidad arrolladora a quien más vale tener de tu lado. Tal es su fuerza e influencia que hizo pasar a Antonio Conte («el respeto se gana, no se impone») como el entrenador más efímero de la historia del club blanco. Hoy día hasta Paco Jémez tiene más opciones que el italiano de recalar un día en el remozado Bernabéu. Ramos (12 goles oficiales esta temporada) sigue rifando balones en posiciones comprometidas, pero a cambio otorga dimensión al concepto puro de líder. Me equivoco porque puedo. Es justo lo que pasaba con Cristiano Ronaldo, solo que al portugués cada error lo perseguía y acomplejaba hasta el punto de acabar perdiéndose, sobre todo, en guerras contra sí mismo. Con todo, es complicado que el Madrid encuentre nunca en su historia un goleador como él.

luka modric 2020

A la larga, pandemia mediante, Zidane ha sintonizado a los de siempre, entendiendo por «los de siempre» la acepción más plomiza del término en tiempos de cromos, cambios de cara, presentaciones, fastos sin rumbo. Por este orden: Modric, Kroos y Benzema. Y ha resultado ser su baza ganadora troncal. El pasado año Zidane aprovechó los últimos partidos de la temporada para jugar con las alineaciones buscando hueco a Pogba mientras enviaba a Ceballos a Londres y dejaba volar libre a Llorente, quien había salvado la cara en los grises meses de Solari. Como el Manchester no vendió, el vestuario aprovechó para acomodarse y generar nuevos recuerdos, como si volvieran a sus barrios de infancia ya de adultos, buscando nuevas razones y encuadres. No fue fácil al comienzo, donde el andar errático entre los modestos -un curioso signo del Madrid del siglo XXI- pifió una ventaja cómoda en otoño, pero la pertinencia de la lucha y sobre todo el carácter son variantes que no se pueden cuantificar y que marcan la diferencia en torneos revueltos.

Modric estuvo cerca de cambiar Madrid por Milán para encarar la cuesta abajo de su carrera y a los 34 (35 en septiembre) resulta que ha decidido reclamar su memoria y lubricar un centro del campo para el que el año pasado sonó, además de Pogba, medio mundo. Igual con Kroos (hasta Schuster le llamó «tractor»), uno de los mejores fichajes del Real Madrid en muchos años, a quien unos meses al trote (superado por la endeblez defensiva del equipo y la ausencia de sintonía en transición) casi acerca a la rampa de salida. Casi cualquier madridista preguntado al término de la 2018-2019 habría vendido a tres cuartas partes de la plantilla. Pero pronto la palabra revolución dio paso a otra (evolución), y resultó que la pedantería era cierta: hoy están celebrando, aun con mascarilla y manteniendo la distancia social, otra liga.

Otro caso ilustrativo es el de Benzema, a quien Zidane cuida como a una suerte de compatriota -comparten además corazón argelino- repudiado por la bandera. El nueve ha resuelto la temporada con goles y juego. Esto es, con tangibles e intangibles. Su juego ha evolucionado, aunque es casi imperceptible: genera espacios, baja a recibir y descarga a bandas como siempre, electrificando cada jugada como haría un mediapunta tocón. ¿Qué ha cambiado? Que ahora manda él. Esperó diez años a tener esa opción y por carácter, clase, acierto e inteligencia espacial no le ha venido en absoluto grande el reto. Y aunque Benzema también dio síntomas de futbolista muy grande con Mourinho, Ancelotti e incluso Benítez, nadie sabe qué habría sido de él si un Zidane con plenos poderes no hubiera insistido en alinearle una y otra vez, sin facilitarle apenas descansos, para aprovecharle a la vanguardia del equipo en lugar de en galerías de barrio chic, desoyendo sus tardes raras, entendiéndole con la mirada. 26 goles este curso a los 32 años, marca personal top 5 en sus once temporadas de madridista.

rodrygo real madrid 2019

Hay quien insiste en descifrar a Zidane como entrenador, resistiéndose a concederle mérito real en sus triunfos. Pero son ya demasiadas veces manteado como para que la condición de campeón pueda reducirse a la simple casualidad. O a la flor. Ni el más optimista de los bobos puede silenciar el impacto real, sonante y de autor de un entrenador destinado a que el banquillo lo queme sencillamente por su carácter templado, sencillo, cavilante. Ya se fue una vez porque sintió que el equipo había tocado techo. Durante un tiempo -coincidente justo con la ausencia de Cristiano, el gran valedor de los títulos madridistas en su época- los resultados con otros entrenadores le fueron cargando de razones. Lo supo ver. Y tal como se fue, volvió, para reactivar a los mismos y hacer lo mismo (ganar). Con una pequeña y esperanzadora salvedad: los futbolistas a los que acostumbró a la exigencia real del Madrid que él probó de jugador rondan o superan los treinta y urge meditar una solución a corto plazo. Resulta que la tiene: Vinicius, Rodrygo, Asensio, Militâo, Mendy. No son lo mismo, claro: pero nadie sabe lo que pueden llegar a ser.

Este será el mayor desafío de Zidane como coordinador del grupo, exponerles y lanzarlos a la arena. El año del doblete pudo elegir entre dos onces ultracompetitivos que alternó con excelentes resultados. Esta temporada ha eliminado de la pizarra a Bale y James, dos de los imprescindibles de aquella vez, y dado paso a quienes poco a poco tendrán que hacerse con el equipo. No será el año que viene ni quizá el siguiente, pero una vez probada su incuestionable incidencia personal y futbolística sobre el grupo queda ver qué es capaz de hacer con las promesas del futuro. Ganar y hacer ganar es el modelo, pero sin espacio ni tiempo para la fatal autocomplacencia que otras veces ha condicionado la estabilidad de la entidad. Esa es la maldición del madridismo, disfrutar en voz baja con el objetivo folclórico cuestionando siempre el medio plazo y sus dramáticas opciones.

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