«Ganar más premios no te convierte en mejor escritor»

Guillermo Borao

Desde bien jovencito, a Guillermo Borao le preocupó el sentido de la vida. Más adelante descubrió una cita de Thomas Wolfe,  «no puedes escapar de lo autobiográfico cuando quieres escribir algo que tenga un valor real o duradero» que dio sentido a aquello que le rondaba por la cabeza y que hoy ya es realidad sobre el papel con La sastrería de Scaramuzzelli (Editorial Roca, ver). Esta novela mezcla dos vidas, «una centrada en la preocupación de saber qué es real y qué no, si existe el destino y podemos franquearlo, y otra profundiza en lo circunstancial, en lo que nos ha tocado sufrir o disfrutar y debemos, por lo tanto, aprovechar hasta el último aliento». Casualidades improbables, el sentido de la vida, la esperanza que nunca se pierde y por más que uno busque respuestas tropieza con más preguntas… Todo alrededor de los temas más importantes de su vida como son los viajes, las inquietudes, su niñez, su apuesta por el amor romántico, la relación con la familia y la educación de sus hijos como a él le educaron: «Instruyéndome en el respeto, la diversidad y la confianza de que todos somos iguales».

Quien lea La sastrería de Scaramuzzelli o la mayoría de sus relatos cortos encontrará la base del realismo mágico, su compromiso moral y la aceptación de acontecimientos insólitos como cotidianos. Por algo jamás habría sido escritor si no hubiese leído a Shakespeare, a Hermann Hesse o a Kafka… Adéntrese en el universo Guillermo Borao y descubra si, como afirma, el destino está escrito.

¿Qué se siente al exponerse en público por primera vez como escritor?

Aunque parezca un sinsentido, mucha tranquilidad. Después de tantos años de trabajo, de correos, de esperas, de incertidumbre, de revisiones y de planificación, lo que te apetece es charlar con los lectores que han disfrutado de tu obra o tienen curiosidad por comentar cualquier cosa contigo. Guardo un recuerdo increíble de mi primera Feria del Libro ( ver programa) como autor, en Murcia, y es un honor estar ahora en Madrid y Zaragoza.

¿Qué representa para usted la publicación de este libro?

El premio a la perseverancia, a la constancia. Y la oportunidad de que le concedan a uno el privilegio de tener voz. La vida de un novelista de opera prima no es fácil antes de publicar. Habla, y habla y habla. Se esfuerza en contar aquella historia que crepita en su sangre, que le oprime, pero está en mute, nadie oye ni una sola palabra, y aun así no se calla por sí alguien pasa por ahí, lo ve y le da al botón del volumen en el mando. Yo fui muy terco con esta novela…

Háblenos de La sastrería de Scaramuzzelli.

La novela cuestiona la existencia del azar a través de la vida de William Langhorne, un niño al que su padre le cuenta historias cada día frente a la ventana de su dormitorio. Antes de morir, el padre parece avisarle en una de ellas de una desgracia, porque le confiesa que algún día llegará al pueblo de Tonleystone alguien que lo cambiará todo. Veinticinco años después aparece un misterioso sastre, Tonleystone se transforma y sus habitantes comienzan un proceso de caída social y moral. Entonces, ¿cómo es posible que el padre supiese lo que sucedería?

Creo que cada tema tiene una explicación y una inspiración muy personal. Por ejemplo, creo que la luz es su obsesión por comprender la realidad de nuestro mundo y que su viaje a Inglaterra es la base del relato… 

Cuando era niño, me obsesionaba la luz de los domingos. Pensaba que era distinta y la asociaba con la calma y con los paseos con mi abuelo por la Ciudad Universitaria de Zaragoza. Luego se me ocurrió que quizá fuese posible distinguir cada día de la semana por el resplandor con el que amanece, y me llevé la idea a Tonleystone. Este muchacho, William, cree que conocer la rutina de esa luz le permite, en teoría, predecir el futuro, controlar su vida, pero se equivoca. Como dice el sastre Barros Scaramuzzelli, «es en la luz donde ocurren los engaños más terribles, donde se nos enseñan los trucos de magia». Que suceda en Tonleystone no es azaroso. Yo viví en Leytonstone, barrio de Inglaterra, e inventé este pueblo con la ilusión de que fuese un Macondo inglés y reflejara tanto la sociedad británica como mi paso por aquella tierra.

La novela llega después de seis años de mucho reescribir, corregir, tirar a la basura páginas sin miramientos, ¿cómo fue esa fase de pulir, releer, editar…?

Absolutamente desquiciante y absolutamente enriquecedora. No hay mayor aprendizaje para un escritor que corregir y reescribir. Eres nieto, padre y abuelo a la vez. Cometes errores, los borras o rectificas y das con la que tenía que haber sido la primera decisión, con la diferencia de que nunca la habrías tomado de no seguir este orden. Estoy muy orgulloso del resultado de esta fase larguísima de edición, pero aún más de las herramientas que he conseguido para precisar desde el principio en la siguiente novela.

Le he leído que siempre parte, a la hora de escribir, desde el desenlace. Explíquenos cómo es esto y por qué

Casi todas las historias que escribo son una excusa para demostrar una hipótesis. Si estoy viendo un documental sobre felinos, pienso: «Un tigre daría su vida por proteger a un antílope si lo ama». Después, voy a la fabulación: «Un tigre aislado en la selva con una cría de gacela come plantas para evitar matarlo y acaba muriendo él por ingerir una venenosa». Lo siento si la idea es terrible, es la que me acaba de venir, prometo no desarrollarla. Lo que importa es que tengo un final y una lectura, y a partir de ahí monto un escenario, unos personajes, unos antecedentes. Construir de esta manera me facilita que siempre sepa a dónde ir, que haya un propósito en la narración.

Por cierto, he leído en sus redes sociales que aprendió a leer con los cromos del Real Madrid…

Es la consecuencia de tener un hermano seis años mayor, futbolero y coleccionista de aquellos álbumes de Colecciones Este. Me acuerdo perfectamente de los cromos y del ejercicio de juntar sílabas. Mi-lla. Za-mo-ra-no. Nunca me ha dado por preguntar a otros cómo fue su proceso de aprendizaje, pero supongo que encontraríamos respuestas increíbles y de todo tipo. Con mis futuros hijos intentaré que esos primeros nombres vayan perfilando la huella que ojalá les dejen después: Ga-bo, Rul-fo, U-na-mu-no.

¿Qué influencias se reconoce?

Hay tantas evidentes y tantas silenciosas… Quien lee La sastrería de Scaramuzzelli o la mayoría de mis relatos cortos encuentra la base del realismo mágico, su compromiso moral, la aceptación de acontecimientos insólitos como cotidianos. Ha habido épocas en las que leía a García Márquez en bucle, sobre todo en periodos de corrección para reforzar el tono y el estilo que le estaba dando. Pero también hay otros intereses de fondo, otros autores que me han dado la mirada o la necesidad de profundizar en los conflictos internos, en la dualidad y la locura de cada personaje. Reconozco más influencias en mi obsesión por ciertos temas que en el propio estilo. Nunca habría escritor si no hubiese leído a Shakespeare, a Hermann Hesse o a Kafka.

¿Qué ha aprendido de su estancia en la Fundación Gala? Cuentan que cada creador tiene una voz personal y secreta que le impulsa en su búsqueda y jamás le abandona…

Bueno, que jamás lo abandona… Ojalá. Bastantes residentes salen de la Fundación Antonio Gala y no se atreven a coger más un pincel o un teclado. Por un lado, es una burbuja maravillosa e irrepetible. Nueve meses compartiendo el mundo con artistas que están en un periodo de desarrollo como tú, aprendiendo cada segundo de ellos. La Fundación te lo da todo para que te dediques en cuerpo y alma a tu obra, el exterior deja de existir. Pero, por otro, es una ducha de agua fría con los pies metidos en hielo. Te hace preguntarte si realmente tienes suficientes aptitudes, si quieres dedicar tu vida a algo tan sacrificado como la creación artística cuando hay gente tan válida pululando por ahí.

Ganar más premios no te convierte en mejor escritor, solo te indica que vas por buen camino

El lema de la Fundación es, «ponme como un sello sobre tu corazón», un verso del Cantar de los Cantares. Explíquenos más sobre esto, su significado para todos

Supongo que Antonio Gala quería que ese sello que estampamos en nuestros corazones no fuese el distintivo de su fundación, sino el del creador que convive, aprende y se nutre de otros, que adopta un estilo de vida artístico que lo acompañará siempre. Quería que los artistas se conociesen y se reconociesen. Él hablaba de fecundaciones cruzadas para referirse a nuestras reuniones donde opinábamos del trabajo de un compañero. Que el músico aprendiese del pintor, el pintor del escritor, y así todos de todos.

¿Cree, como Antonio Gala, que «en lo trascendental no existen el azar ni la suerte»? 

Qué voy a decir yo, que he escrito una novela entera solo para afirmar que el destino está escrito.

Le reconozco mucho oficio, esto suyo no es algo incipiente, sin ir más lejos tiene ya en su mochila un buen número de premios literarios…

Para los autores jóvenes son un acercamiento fenomenal a la literatura. Ganar más premios no te convierte en mejor escritor, solo te indica que vas por buen camino, que lo que cuentas tiene interés. Yo debo mucho a los certámenes literarios. Me dieron un impulso para madrugar durante años con un ordenador sobre las piernas.

Casualidades improbables, el sentido de la vida, la esperanza que nunca se pierde, dice que por más que busca respuestas tropieza con más preguntas… Todo esto se ve en la novela. Amplíenos un poquito más…

El pensamiento socrático nos persigue: solo sabemos que no sabemos nada. En el principio de El show de Truman, el protagonista duda exclusivamente de nimiedades de su mundo apócrifo y repite aquella frase de: «Por si no nos vemos luego, ¡buenos días, buenas tardes y buenas noches!». Para él existe la posibilidad de que no se produzca un encuentro, pero los que están enfrente disponen de la información con la fecha, el lugar y la hora exacta en que volverán a cruzarse. En el momento en que Truman accede al conocimiento, en este caso que su vida es un programa de televisión, multiplica sus dudas y tal vez llegue a la conclusión con la que pretendo que el lector reflexione en La sastrería de Scaramuzzelli: pese a hallar un nuevo grado de irrealidad, nunca sabremos cuál es el último nivel de la creación y, por tanto, de la mentira.

Dice que es autoficción, pero hay una cita de Tom Wolfe, «no puedes escapar de lo autobiográfico cuando quieres escribir algo que tenga un valor real y duradero»…

Nuestras experiencias son lo único que podemos contar de un modo totalmente original. Cuando escribes sobre algo propio, o a partir de algo propio, puedes hacer una parada en un punto inédito, uno que nadie jamás ha pisado por mucho que se le asemeje, y además sin perder el comodín de las licencias y las libertades. La autoficción es la subscripción prémium de la autobiografía: coges lo que te interesa y lo despojas de todo límite.

La familia tiene un valor muy importante en la novela, ¿cree que la familia es el único patrimonio que merece la pena?

Para nada. Que para mí es el más importante, sin ninguna duda. Y también para el escritor y fabricante de tejidos Joseph Langhorne, que haría, y hace, cualquier cosa para salvar a su hijo de un futuro no muy claro.

¿Por qué la moda, la sastrería? Además, no es cualquier tipo de moda, es moda y diseñador con valores…

Esta novela mezcla dos vidas, una centrada en la preocupación de saber qué es real y que no, si existe el destino y podemos franquearlo, y otra profundiza en lo circunstancial, en lo que nos ha tocado sufrir o disfrutar y debemos, por lo tanto, aprovechar hasta el último aliento. Yo no puedo escribir otra cosa que no sea una reflexión o una crítica social, aunque lo enmascare de muchas formas. La moda me acompañó un tiempo en Londres y me parecía un ejemplo fabuloso para explorar y hablar de la perversión, del egoísmo, de la diferencia de clases, de por qué preferimos ser una copia de copias antes que un ente original, único, como pretende Barros; de cómo nos acabamos corrompiendo por la creación de una necesidad innecesaria.

Usted se dedica a revisar guiones, está muy metido en el tema del cine desde aquel Master en Televisión y Cine, ¿ve su novela con cimientos para la pantalla grande?

Bueno, ya no tan metido. El cine y yo tuvimos un romance demasiado intenso, demasiado rápido, y nos dimos un tiempo. No es un divorcio, volveremos, y ojalá sea con la adaptación de La sastrería de Scaramuzzelli. La escribí pensando en que fuese una obra que encajase en un formato audiovisual. Varios lectores me dijeron que a veces no leían la novela, sino que la estaban viendo.

Dedica a Javier Marías una de las citas que abre el libro, ¿qué significa Marías para usted?

En Corazón tan blanco, Marías dice que «la propia vida no depende de los propios hechos, de lo que uno hace, sino de lo que de uno se sabe, de lo que se sabe que ha hecho». Hay autores que me han regalado mucho y los escondo en la novela a través de citas, pseudónimos o referencias. De Marías cogí algo que me encantaba para apuntalar mi idea de que nuestra historia es pura repetición. Así que necesitaba agradecérselo, abrir el juego con él.

¿Qué vendrá después de La sastrería…? ¿Está pergeñando ya su próximo trabajo?

Es la primera vez que voy a poner esto por escrito, a ver si me sirve como contrato inviolable conmigo mismo. Mi intención es terminar en 2023 un proyecto que tengo muy avanzado, a caballo entre la novela y el relato corto. 2024, si la vida lo permite, quiero cerrarlo con una novela algo más corta que La sastrería de Scaramuzzelli. Por supuesto, pienso en plazos de escritura, no de publicación. Lo que no está en nuestra mano…

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