“Qué esperabais que iba a ser Churchill de repente”. La pregunta quedó resonando como la nota de un timbal en el grupo de Whatsapp. Mientras escribo, Turquía requisa para sus propios enfermos los respiradores comprados por España a China. El Gobierno, al parecer, los da por perdidos. No sé qué esperaba del presidente. Sí sé qué me hubiera gustado que pasara. Una esfera mediática e institucional sana hubiera contrastado la versión oficial. Hubiera comprobado que no concordaba con las informaciones que llegaban de China. Ni mucho menos era compatible la inacción del Gobierno español con las acciones de previsión realizadas por Francia y Alemania, o las que a menos de 800 kilómetros eran dictadas por el Gobierno italiano. Un país con el que compartíamos 100 vuelos diarios, 61 sólo a Madrid, y que confinaba a la gente en sus casas. Aquí, mientras los ministerios convocaban a manifestaciones, un señor vestido con jersey y el logo de Moncloa afirmaba que no nos preocupáramos.
A día de hoy, sigue siendo de fachas y saboteadores exigir responsabilidades: es sabotaje incluso exigir que la cifra de test realizados sea cierta
Si uno quiere valorar si el ejecutivo cometió una imprudencia el 8M, convocando gubernamentalmente 127 manifestaciones, 47 concentraciones, 59 acciones reivindicativas y 78 puntos de encuentro, tiene que asumir que será tildado de machista. No hay que hacer valoraciones, ni toca, ni procede, ni es el momento. En todo caso si las hubiera que hacer, hay heterónimos como Miguel Lacambra de los que tirar. Y si lo señalado es que se retrasaron medidas preventivas por el interés político de una coalición inmersa en la disputa sobre el patrimonio de la Ley de Libertad Sexual, esa afirmación es autoevidente que procede del odio a las mujeres. Aún hoy, sigue siendo de fachas y saboteadores, como los llama el PSOE, exigir responsabilidades en la tardanza en la compra de materiales de protección sanitarios o la incapacidad de nuestro Estado para actuar de manera coordinada ante una crisis. Es sabotaje incluso exigir que la cifra de test realizados sea cierta. Pero mientras el Congreso sigue cerrado, hay quienes encuentran tiempo para expresar su preocupación por la situación política de Hungría.
Sabíamos que los fachas decían que había que cerrar fronteras y tomar medidas. Supimos rápido gracias a los columnistas, a Evolé y a La Sexta que esto del coronavirus era algo de Salvini dando gritos. Una frikada del de los ovnis. Y claro, también, por qué no, de la gente que odia a las mujeres. No querían que se celebrase el 8M. El machismo mata más que el coronavirus. Lo afirmó toda una vicepresidenta y todo aquel que se encontraba entre Xabier Fortes y Anabel Alonso. Afortunadamente dada de alta, sana y fuera de cualquier peligro, se puede comentar que la vicepresidenta Calvo acabó primero ingresada en el hospital y días después dando positivo, como un miembro más del Gobierno con más positivos por coronavirus del mundo.

Cuando aún se podían hacer preguntas nadie repreguntaba. ¿Cómo no amar la manera acrítica en la que nos tragamos los intereses de Sánchez leídos por Fernando Simón? ¿Quiénes podían renunciar a la emoción estética de ser gobernados por Minerva encarnada en un tipo con pinta de profesor de instituto? “¡Si no lleva corbata, fíjate! Lo que dice sobre las mascarillas no encaja en ninguna de las políticas sanitarias asiáticas, pero seguro que esos ojos nos dicen la verdad”. Perdimos enero y febrero. La generación que llegó a la esfera pública a caballo de la crisis de 2008, la que subida a los PhD señalaba los heurísticos de los demás, propaló la versión que más reforzaba sus prejuicios ideológicos y sus intereses. Los intelectuales orgánicos siguen asistiendo con pasión de infantes a las ruedas de prensa de los portavoces del Gobierno: preocupados con Bolsonaro y Trump, hay fenómenos que nos pueden llegar a pasar desapercibidos.
Un capricho de la geografía nos protegió del aleteo del pangolín durante dos meses. Dos meses en los que no se promovió una estrategia diferente a ver crecer el virus: Ni se compraron test rápidos, ni materiales de protección, ni se establecieron por el Ministerio mecanismos extraordinarios de coordinación entre administraciones autonómicas, ni en último término se reorientó la capacidad de la industria del país para producir equipos de protección. Todo eso no se hizo ni siquiera para garantizar la seguridad, al menos, de los más necesarios de los nuestros: el personal sanitario. Medidas todas que se tomarían tarde, mal y cuando ya no servían al punto álgido del conflicto. Si esto es una guerra, mandamos a los nuestros a pelear mal equipados. Aplausos sí, y el respeto más profundo y sincero, pero mascarillas y EPIs también.
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Una obviedad: en Madrid el 12 de marzo se unificaron bajo un único mando la sanidad pública y privada, incorporando y ordenando todos los recursos disponibles bajo una misma estructura. El 30 de marzo, el Ministerio de Sanidad aún estaba estudiando si se abría a la coordinación sanitaria entre comunidades autónomas. Quienes señalan de manera repolluda y cursi que su patria es la sanidad pública olvidan que las fronteras sanitarias autonómicas han impedido llevar a convalecientes de Leganés a Guadalajara. ¿Cuántos equipamientos en provincias limítrofes se han mantenido sin usar a plena capacidad por estar en Comunidades Autónomas diferentes?
Sé que cuando se abra la veda ya tendremos una narrativa sólida, fuertemente asentada y sostenida con todos los recursos mediáticos públicos, privados y tertulianos del Gobierno. Sea por los recortes o por la privatización de la sanidad, el resumen es que los muertos son culpa de la derecha. Que sabemos que aquí se juega, pero algunos sólo aspiramos a que no se nos quede cara de tontos en el momento en el que una generación de españoles descubra de qué va todo esto. No, el machismo no mata más que el coronavirus. No, preparar al país para una pandemia durante el periodo de propagación no tiene que ver con los recortes de hace una década. No, exigir información fiable, control y fiscalización de las decisiones del Gobierno no es ser un saboteador. Y desde la serenidad habrá que disputar narrativas, con paciencia, algo de mala leche y un poco de humor, salvo que queramos tener un país extraordinariamente bien armado para la guerra ideológica y extraordinariamente mal preparado para confrontar de manera exitosa con los problemas reales.
Hemos debilitado la libertad de expresión y la posibilidad de un debate basado en el respeto a la discrepancia y que tome base en la razón
Nunca esperé que fuera Churchill, ni siquiera que en su coalición gobernasen para todos, o que actuasen durante esta crisis para unirnos. No lo espero porque no soy ingenuo y comprendo lo que viene. Sé que a fuerza de reforzar los alineamientos ideológico-partidistas, a fuerza de establecer desde el poder y de manera clara un sistema de recompensas y castigos en nuestro espacio de opinión pública, hemos debilitado la libertad de expresión y la posibilidad de un debate basado en el respeto a la discrepancia y que tome base en la razón. Para librarse de algunos virus nunca es suficiente con lavarse las manos.
Sólo esperaba, aún lo espero, que ante la inmensidad del dilema moral al que nos arrojan nuestras acciones, cuando estas repercuten de manera directa o indirecta en el perímetro de la muerte, muchos de los arriba aludidos, si bien no por responsabilidad aunque sea por miedo a la vergüenza, hubieran actuado de una manera mejor. No héroes. Sólo personas conscientes del papel que desempeñan dentro del entramado social. Nada de aspirar a la santidad, pintarse el pelo con cenizas o pasearse con sacos de arpillera. Sólo gente que compartieran el silencio prudente del que se pregunta de manera sincera qué pudo fallar. Gente que ante la gravedad del asunto se pudiera alejar de las verdades ideológicas eternas aunque fuera por espacio de diez minutos. Personas, que más allá de los motivos, a posteriori de los hechos y la experiencia pudieran razonar.