El día que Gareth Bale deje el Real Madrid lo hará como el hombre que pudo reinar y también como el nombre recurrente de las finales que disputó. Es decir: como el hombre que reinó. A menudo se ha anticipado a Bale una capacidad compleja de ser algo sobrehumano sin que esto sea proporcionado ni prudente. La decepción también juega cartas muy severas. No en el caso del británico, a quien salvo lo evidente -tibia regularidad, rocosa conjugación de grupo, frialdad sobreseída- no se le puede afear demasiado. Saldrá de Madrid con un caché sujeto a revisión, sí, y catorce títulos en el bolsillo trasero del pantalón. Un hombre y una leyenda extractada de la historia del club, fundamental en las irrepetibles cuatro -suplente en la última, decisivo desde el banquillo-, que no decidió su precio en verano de 2013. Nunca ha tenido, por tanto, que responder por él. «Nada de lo que hace Bale vale cien millones de euros». Hay equipos que se han gastado más en intereses de aplazamiento de deuda con Hacienda.
Bale fichó por el Madrid el mismo verano que Neymar por el Barcelona, y ambos fueron ungidos en estrellas consortes de transmisión mientras envejecían las auténticas. El brasileño se agotó antes. Lo mejor de Bale fue muy bueno y casi irrepetible. En los disparos lejanos que atravesaban la red y todas las carreras con y sin balón a la espalda de defensas derrotados iban los cien millones. Apocado en la derecha, trabajando el centro exterior, fundamentando la diagonal en paralelo a la frontal del área, trabajando para el equipo. Un operario del conjunto, fuera de la promesa individual que incendió la Premier y San Siro con aquel hattrick de goles calcados, en carrera, disparo cruzado al palo largo, altisonantes. Pareció por épocas que Bale encabezaría una década del fútbol, y parece que va a abandonar esa tarea antes de tiempo considerando que la vida se le escapa demasiado rápido entre los dedos mientras lleva consigo los títulos de blanco prístino. Los aplausos, las retinas de los escépticos, las vergüenzas de la prensa. Una diabólica imaginería de culto al incompetente con el que candar su inenarrable historia.
«Dos gritos a las puertas del verano»
A Bale se la ha imaginado en Madrid un dios, siendo que ningún hombre está preparado para acercarse. Sobre todo en el último año en que ya no estaba el regente hiperbólico, cuando se esperaba que se empeñara en hacerse un traje con sus recuerdos. Pero venía roto de Kiev, cuando después de golear al Liverpool argumentó en caliente que requería atención y otro tipo de cariño. Habló de sentarse «con el agente», uno tan venenoso como cualquiera cuya relación con los medios ha sido especial y caótica. Quienes reniegan del otro fútbol no se lo imaginan, pero los representantes de jugadores -ni que decir tiene de los grandes jugadores- son la segunda fuente principal de filtraciones a la prensa por detrás únicamente de los propios jugadores. Esto en una época de urgencias y necesidad es un valor irrenunciable. Bale, roto, no encontró acomodo en las plegarias de la afición como nuevo rey. Renunció al trono, recopiló sus inquietudes y llegó Zidane, que regó su decadencia con exámenes de conciencia y suplencias oportunas. Arruinándolo nervio a nervio.
«Bale es uno de los tres o cuatro que más ha hecho por el Madrid contemporáneo»
Del fútbol con el que ha regado el Bernabéu durante seis prolíficos años va a quedar un rastro universal. El más frágil de los mortales con mayor potencial, esperanza a posteriori para paliar la traumática renuncia del inigualable. Un futbolista de asociación caprichosa pero eléctrica, de ritmo vertiginoso y golpeo violento hasta que empezó a replegarse sobre sí mismo y a dudar. A la misma altura de sus éxitos quedará durante un tiempo la decepción de no haberlo conocido mejor, en otra posición, otra época, con más balón y menos tiempo para pensar. Llevando sobre los hombros una cabeza abismada, más preocupado que inspirado por el fútbol, aletargado, silencioso, extraño. Bale es uno de los tres o cuatro futbolistas que más ha hecho por la época más importante del Real Madrid en su historia reciente y sólo la perspectiva del tiempo le procurará esta afirmación. Para entonces, la prisa será el fantasma de otro. Una carrera a destiempo posibilitará un coro de abucheos. Habrá quien se cuestione si se volverá a ganar otra vez, se arrasarán los altares. Pero todo habrá pasado, sobre todo lo imposible, y eso será por siempre patria del británico extraño.