Perder el status referencial implica necesariamente una revisión compleja de tu propia posición en el mundo, y este es el proceso creativo en el que está inmerso el FC Barcelona contemporáneo. Digo creativo porque todo en torno a este club, que es más que un club -es un sentimiento, una experiencia, una ideología: el brazo semiarmado de un movimiento cultural de cierto arraigo- todo es relato. Esta admiración por la publicidad, y cómo escapa ésta a los mínimos reguladores, es lo que asfalta un tono circense, casi pesadillesco, respecto a la configuración última de ese capricho fundacional del deporte de élite que es la competitividad. Y si se quiere, es preciso apuntar con nombres y apellidos quiénes están haciendo más por hacer parecer al Barcelona actual mucho peor de lo que es y bastante mejor de lo que parece.
Hace ya décadas que los jugadores -ahora considerados activos o recursos casi fungibles- ocupan simultáneamente un espacio en la trigonometría futbolera. Pero hasta ahora no había sido tan obvia la cosificación del atleta como hito discursivo. Eric García y Gavi, dos semicanteranos del Barcelona que asoman recurrentemente a la titularidad de la selección española, valdrían: donde el jugador de fútbol podía ampliar el eco de la marca de su club en el conjunto del sistema out of the box, sobre todo a través o gracias a su destacamento primario, ahora sólo aspira a entrar en la retahíla prosaica que el mundo nos prepara para su autodestrucción. Y aunque este es un proceso tan infinito que hacer churramerinismo con algo tan vano como el fútbol puede llegar a irritar a las mentes más elevadas, lo cierto es que el carácter universalmente popular de este deporte representa, irónicamente, su ejemplaridad.
La ausencia de crítica hacia la precocidad y llana presencia de Eric y Gavi en ese espacio destinado a lo sorprendente, improbable y virtuoso no es más que la llamada sorda a la aceptación de la mediocridad como modelo. Más heterogéneo es el escaparatismo de adversativas, porque son dos jugadores muy jóvenes con impensable margen de mejora y crecimiento. Pero eso, que está fuera de toda duda -aunque es significativo pretender calcular el margen de mejora en quienes se supone que destacan sobre sus coetáneos-, también es una trampa y en efecto constituye el primer paso claro hacia la moderación del debate y el adiestramiento de la voz contraria. Pero el culé promedio, cómodamente instaurado en ese universo paralelo del que nadie puede sacarles, sigue aferrado a la fe inquebrantable de las palancas, el estilo y la herencia, ajeno a todo evolucionismo y a la fatal realidad del proceso de depauperización del talento en que está inmerso el fútbol mundial al que están contribuyendo tan activamente.