Cuando la indiferencia había tomado ya las calles, Jesús Vallejo completó ante el Athletic Club en el Bernabéu el mejor partido de un central del Real Madrid en toda la temporada, quizá a excepción de la tarea de Sergio Ramos en Ámsterdam. Un desenfreno de cortes, salidas y anticipaciones ensuciado inevitablemente por su sanción autoimpuesta en mitad de la semana horribilis del equipo en marzo. Vallejo, apuesta de futuro hace ya cuatro años (verano de 2015), sigue persiguiendo la ocasión que se le resiste y que parece tampoco le va a dar Zidane, que tiene en nómina dos centrales de primer nivel mundial (Varane y el propio Ramos), uno (Militão) que ha costado cincuenta millones y otro (Nacho) que puede salvar un descosido en cualquier sitio de la línea. Así, mientras levantaba la Eurocopa sub-21 como capitán de un grupo olímpico que viajará a Tokio 2020, Vallejo rumiaba este futuro inmediato que atropella a los futbolistas en mitad de sus vacaciones y los redirige hacia sitios extraños en los que son masacrados si no caen de pie, que estadísticamente es lo menos probable.
Vallejo brilló ante el Athletic, midiéndose y ganando todos los duelos individuales a un delantero tan difícil de marcar y seguir como Iñaki Williams, recordando a otro central prometedor al que el dolor persiguió y tumbó hasta el final de su carrera: Jonathan Woodgate. El ahora técnico del Middlesbrough, donde se retiró en 2016, fue el primer central de YouTube. Antes incluso de fichar por el Real Madrid, se hizo muy visible una actuación personal suya contra Thierry Henry en un Arsenal-Newcastle. Vídeo, por cierto, del que no queda ni rastro, como si hubiera un YouTube antes de Neymar y otro después, ya encorsetado en los códigos de los vídeos de skills: música de rave, imágenes robadas en calidades execrables, transiciones infantiles entre planos y créditos en Comic Sans. El inglés de la espalda escrita con un texto de autoayuda, pasó su primera temporada en blanco y en la siguiente debutó en el Bernabéu frente al Athletic, con gol en propia puerta y roja por doble amonestación pasados diez minutos de la segunda mitad.
Como el británico, Vallejo ha atravesado los pliegues del estrés de su cuerpo con cierta permanencia, privando al cuerpo técnico de ocasiones para valorar su capacidad y a él mismo de afianzar esa confianza que cualquier futbolista a su edad necesita para crecer solvente. Con España es otro, indudablemente. Un central muy antiguo, rudo, de marca media, no demasiado amigo de las salidas a banda -lo que mató a Fabio Cannavaro y Walter Samuel en Madrid-, veloz y con un gusto posicional de juego muy aseado, sin estridencias, amagos, artificios ni toda esa semántica del central de pierna ágil que siempre quiso ser delantero. Woodgate salió del Real Madrid por la puerta de atrás de la trasera y reemplazó en la memoria madridista a Robert Prosinecki, bautizado por José María García como «el hombre de cristal» y cuestionado por el mismo motivo, su inquietante fragilidad. Ni siquiera los casos posteriores de Arjen Robben, Nuri Sahin o más recientemente Gareth Bale se han asomado a esa generación de leyenda de folk horror tan visceral para el mass media y a la vez tan triste para futbolistas víctimas de sí mismos.
Una vez superada la prueba del Europeo sub-21, donde Vallejo no ha acusado inactividad y de hecho ha recordado al Real Madrid las razones por las que abona su nómina cada mes, la duda se ha hecho carne. Este año no ha podido medirse con un Varane intranquilo en el que se suponía año I después de consagrarse con Champions y Mundial, y desde luego parece lejos de todo lo que Ramos representa en la entidad. En cuerpo y alma. Ramos es ese central que quiere ser otra cosa. A fuerza de carácter y egoísmo se ha levantado sobre un pedestal de virilidad, éxito y ubicuidad del que es imposible bajarle a sus 33 años. Con los años, la onda del folclore y el cuché que todavía lo acompañan y respetan dejará paso a ese lugar honorífico que ocupaba Fernando Hierro, al que iba a suceder y ha acabado escondiendo en las hojas de cálculo. Un tipo, Ramos, hecho a las exigencias del fútbol moderno -que no es tan moderno-, en mitad del vértigo de cada renovación, actor principal de algunos estíos incómodos. Una vez nos han robado las pretemporadas de Irdning y el verano se ha convertido en una marisma de likes y competición de piscinas y tatuajes, Vallejo parece que se enfrenta a la que será la decisión de su vida: ganar o aprender.