Durante años, concretamente los que comprendieron el inenarrable periodo entre Makelele y Casemiro, el Real Madrid improvisó su equilibrio sobre futbolistas no preparados para soportar la tensión de ser el primer imprescindible en cualquier crisis. Llovieron jugadores que atesoraban carrera y experiencia pero que nunca habían llevado el cinco en el Bernabéu, donde un robo de balón es una extrañeza conceptual. Con la incorporación de Casemiro, el club localizó un posible bastión que cuidar. En su debut con el primer equipo frente al Betis -un día que faltaron Xabi, Khedira o Granero-, Casemiro barrió el suelo cediendo otra dimensión a Luka Modric, siempre generoso y excelente pagador del esfuerzo compartido. Para conservar el 2-0, Mourinho dio la última media hora a Pepe en el doble pivote, aunque una aventura de Albiol muy lejos de su área propiciara un contragolpe que acabaría en penalti de Nacho y un inquietante, aunque luego superado, 2-1. La psicosis de Mourinho con el control fue particularmente visible en esta última temporada cuando, desbocado, afianzaba en el madridismo un doble pivote justo antes de la llegada de Toni Kroos.
Desde la Décima con Carlo Ancelotti -donde fue encomiable su parte sosteniendo un amago de remontada del Dortmund en Alemania- y considerando el año que jugó en Oporto a las órdenes de Julen Lopetegui, no ha habido mejor cinco para esa demarcación, condenada en las temporadas largas, que Casemiro, independientemente del bisbiseo y las toses disimuladas de mucha grada y su permeabilidad mediática. La capacidad del brasileño para abarcar y su valentía en la marca han liberado el fútbol de los que le acompañan, fueran perfiles tan distintos como Modric y Kroos o Isco y Asensio. Es, entonces, un agregador de talento: el gatillo del despliegue con y sin balón de un Madrid que hasta esta temporada volcaba su producción en Cristiano Ronaldo, casi siempre con importante resultado. Si bien es cierto que no controla el espacio-tiempo, porque su morfología lo hace un futbolista de giro tosco y porque tampoco lo necesita, no menos rotunda es la evidencia de que su ausencia aboca al resto, aunque en la lista lo sustituya otra persona que intente hacer lo suyo, a adaptarse a una exigencia sin él a la que se habían desacostumbrado.
La teoría es valiente y argumenta que en ausencia de Casemiro lo único que hay que hacer es mover a cualquiera de los interiores al pivote y dar continuidad a la salida de balón con otro futbolista de corte liviano que salve patadas, se asocie en dos toques y busque el penúltimo pase con insistencia. La constante y terca objetividad es reveladora: hay jugadores diseñados física e intelectualmente para una posición, un tiempo y un lugar tan justos que cualquier ensayo alternativo acaba resultando nefasto. Kroos y Modric guardan angustiosos recuerdos de sus experiencias en el pivote, por separado y también juntos, como demostraron las olvidadizas semanas de Benítez en el cargo. Mateo Kovacic, un perfil más bien mixto y positivamente valorado, tuvo que atender sus necesidades personales con una rebeldía que se puede interpretar como un adiós definitivo si no llega desdecirse como jugador más de equipo que de plantilla; no atendía las necesidades básicas del pivote -posición y frialdad- pero lograba un particular equilibrio en una línea móvil de tres que aumentaba notablemente las opciones con balón. Su salida al Chelsea planteó la posibilidad (y así lo hizo saber Lopetegui en pretemporada) de buscar solución en el mercado, pero el dedo apuntó a Dani Ceballos y el joven Fede Valverde para descolgar, llegado el caso, el extintor. Ceballos es un agitador pero es difícil que logre ser un pivote recurrente, al menos nunca un pivote único: por prestaciones, fútbol y arrojo cabe -y le sobra camiseta- en la definición de Kovacic. Una cábala válida siempre que Modric y Kroos mantengan un nivel incuestionable con cierta regularidad, algo que tampoco está sucediendo en la presente campaña: la dificultad del centro del campo para liderar partidos de ritmo alto es lo que está coartando, sobre todo, la capacidad de una plantilla que ha perdido demasiado.
En Roma fue titular Marcos Llorente, a quien nadie le afearía el buscar otro destino habida cuenta de su escasa participación en la temporada y media que lleva en Madrid. Llorente fue lo que se espera de un cinco en ausencia de Casemiro: un apoyo cercano a los centrales, con recorrido físico pero ninguna carrera de más, medido atrevimiento y pase firme. El Madrid volvió a abrirse a las bandas, profundizó en los cambios de juego -santo y seña de la era Zidane y una imponente técnica de desgaste si se entrena y se domina con laterales largos y con la técnica suficiente para acomodar y alargar la vida de estos balones- y sobre todo mantuvo la compostura, un argumento de peso en la victoria. Llorente fue vital en esta interpretación del equilibrio, lanzó en concreto a Kroos y el Madrid volvió a generar superioridad, aunque todavía inconsistente. Casemiro, especialista mundial en su puesto y ganador de cuatro Champions League, tiene quien lo cubra si urge, aunque su ausencia -o más bien: la organización de un modelo en torno a figuras muy bien recortadas en sistemas casi herméticos- seguirá amenazando el consenso sobre esa demanda retórica histórica: ¿a qué juega el Madrid?