De la ocasional revista de prensa que hago por los digitales australianos, he rescatado un titular, en concreto del Sydney Morning Herald, que tenía que llamar la atención a la fuerza: “Australian Islamic State doctor Tareq Kamleh’s sudden change after mystery trip in 2013”. En una información que firman tres periodistas, algo que los editores y dueños de medios de España ven como un despilfarro y una pérdida de tiempo, dinero y recursos, se cuenta la historia de Tareq Kamleh, un joven (no llegaba a la treintena) y atractivo doctor australiano muy cómodo hasta 2013 con su carrera y su fama de fiestero. Una fama que sin embargo no le adivinaba ni de rebote que fuera a unirse como doctor al ISIS, apareciendo después en un vídeo promocional del grupo terrorista presentándose con otro nombre y animando a otros doctores musulmanes a unirse, lamentando no haberlo hecho él antes. El doctor Kamleh, pediatra en el hospital de Mackay en Queensland, había dado la vuelta a su disposición neuronal, lo que adivinaba Picabia como natural y necesario en el hombre, tras lo que sus compañeros llaman “un viaje misterioso”. Las confesiones al artículo parecen sacadas de las líneas de guión de una película de sobremesa de pésimo gusto. “Estuvo de camping con gente, no sé con quiénes ni dónde, pero fue después de eso”. Y sigue la confesión de quienes le admiraban, que los redactores interpretan con saña: “El doctor Kamleh dejó de beber alcohol y el sexo, se dejó crecer la barba y rompió con todos los amigos que había hecho”. A mitad del artículo reaparece el fantasma del fundamentalismo por adhesión que Australia tanto está sufriendo en los últimos meses y por el que elevaron el nivel de riesgo por ataque terrorista por primera vez en su historia en septiembre del pasado año, antes de la toma de rehenes en la chocolatería de Sydney. Se refiere a la familia: el padre del doctor, palestino, le fraguó con una alemana que se convirtió al Islam para poder casarse con él. Por amor, se entiende. Tiene el amor unos tentáculos tan curiosos que el mismo doctor amenazó a su novia, a la que según sus compañeros había engañado varias ocasiones, con dejarla si no se convertía también. Flota durante la información el vibrato de aquel viaje misterioso, tras el cual se han convertido otros tantos en el mundo. Se me viene a la cabeza el refrán, “el nacionalismo se cura viajando”, como si el nacionalismo per se fuera algo que curar. Por tener, el ISIS tiene hasta bolsa de trabajo propia, en la que especialmente los medios británicos bucean cada tanto para fiscalizar los movimientos a los que apunta el grupo. En el último de ellos, uno de los cargos ofertados era de jefe de prensa. Jefe de prensa del ISIS. Jefe de prensa del terror y la barbarie. Y si no fuera porque sería una frivolidad asquerosa, diría que el mundo está preparado de sobra para cubrir esa vacante.