El páramo (2022) Netflix ya tiene su Babadook

El páramo, Sitges 2021

Siete años cincelando y perfeccionando su primer largo son garantía suficiente para que David Casademunt convenza con El Páramo, película en la que ha vertido una significativa carga autobiográfica perfectamente deducible. El gran tema del terror del siglo XXI (la soledad) es el disparador de esta historia, que sumerge a una gran Inma Cuesta en el rol de madre sólida en una familia aislada y alejada del sufrimiento de la guerra, sobre todo a partir de la salida de escena de su marido, interpretado por Roberto Álamo. Desde ese momento, la protagonista se cargará el peso de la casa, la memoria y la educación de su hijo (Asier Flores, Dolor y Gloria), responsabilidades todas de calado que acabarán por permear en su salud mental con impredecibles consecuencias.

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Ambientada en el siglo XIX, El Páramo se dibuja con escenarios y tramas de western ucrónico, ambiente del que se imbuye la misma Inma Cuesta para ir degradando a un personaje que desde el comienzo es el verdadero motor de la familia. Esta estrechísima y especial relación maternofilial, en la que interviene notablemente el joven protagonista, une El Páramo a otras películas como Babadook (2014), de Jennifer Kent, la cual por cierto David Casademunt aconsejó ver a Inma Cuesta para prepararse su personaje. Se da la circunstancia de que también es fácil encontrar semejanzas con la segunda película de Kent, The Nightingale (2018) mucho más áspera e incómoda e incomprensiblemente sepultada.

Según avanza la película se va intensificando la presencia de una bestia que merodea el páramo, casualmente a medida que la madre va perdiendo pie con la realidad y el hijo pasa de niño modélico, sensible y medroso a ser el hombre de la casa, con lo que ello implica. La localización -una casa cerrada casi a cal y canto, un paisaje eterno sin horizonte- y el inteligente uso de la luz, que va menguando según la protagonista empieza a asomarse al abismo, acompañan esa idea de la bestia interior sobre la que precisamente trata el leit motiv de la 54ª edición del festival de Sitges durante la cual se ha estrenado.

La presencia sobrenatural de esta bestia de inspiración azarosa recuerda a los monstruos vigilantes de películas recientes como It comes at night (2017), After midnight (2019), The wind (2018) o We need to do something (2021), vista también en Sitges este año: realidades no siempre literales, muchas veces alegóricas, sobre los miedos, los traumas y las necesidades no confesadas de sus protagonistas. El cuidado con que se esconde esta naturaleza refuerza El Páramo con un crescendo narrativo que homenajea a esas películas más clásicas (de Hitchcock a Kubrick, nada menos) en las que la salud mental y las obsesiones de los protagonistas los revelan como los verdaderos invocadores del terror.

LO MEJOR: La curva de decadencia emocional de una Inma Cuesta solvente, excepcionalmente acompañada por Asier Flores, y el sofisticado uso de la iluminación, que rinde como un protagonista más

LO PEOR: La pretendida iliteralidad del conflicto y la recurrencia contemporánea del tono y la revelación del monstruo dificultan que destaque como sin duda habría hecho hace unos años.

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