De cuando en cuando el gentío relaja la pestaña y ceja en su labor de rutina de matar al mensajero para enrocarse en matar al árbitro. Algo que sólo adquiere una dimensión rentable si, de por medio, pueden caer unos exabruptos guerracivilistas y logramos dar forma a un lamento global por la ausencia de un Charlton Heston de aquí que quiera un rifle en las manos de cada español, no vayan a roernos en la realidad alternativa. Al último que le ha tocado, que no será el último de la historia, ha sido al bueno (o no) de César Muñiz Fernández, por pifiarla, dicen, en el Elche – Real Madrid con un par de errores de apreciación (o no) que presuntamente beneficiaron a los visitantes.
“Yo no hubiera pitado el penalti”, es lo que ha dicho sobre la jugada del siglo Sánchez Arminio, presidente del Comité Técnico de Árbitros de la RFEF desde hace 20 años, opinión preclara que iría de golpe al misario de no ser porque en dicho Comité, quien ejecuta es otro, Manuel Díaz Vega, el director técnico. Uno de los responsables, junto al miembro consensuado con la LFP (Evaristo Puentes Leira) y el elegido por la misma LFP (Antonio Jesús López Nieto) de designar los árbitros para cada partido de Liga, nombramiento que les llega a los colegiados con diez días de antelación. Y son ganas de apelar a la ironía, pues el mismo Díaz Vega era acusado hace nada por el exárbitro Paradas Romero de perseguirle y arrinconarle precisamente para salvar del descenso de categoría a su “amigo” (en palabras de Paradas) Muñiz Fernández.
Un Muñiz Fernández que, a estas alturas de la película, ya sabe que no pitará en la jornada 7, pero no porque vaya a la ‘nevera’, ese mito histérico y goloso sobre el que redundan los amantes del castigo, sino porque, sencillamente, no le toca. El árbitro del Elche – Real Madrid ya sabía antes de patinar (o no) en ese partido que no arbitraría en la 7 porque ya dirigió en las jornadas 2, 4 y 6; las dos últimas, especialmente turbulentas. Ni tan siquiera su ausencia en la jornada 8 cabría atribuirse a un castigo, dada la extensión de la plantilla arbitral de Primera y su modelo de gestión. De modo que sólo si tampoco aparece en la jornada 9 –serían tres consecutivas sin arbitrar- ya se podía considerar que sí, que en efecto Díaz Vega ha endurecido su mano y ha tomado una decisión sobre la idoneidad de designar al colegiado, que pertenece al mismo comité (el asturiano) al que perteneció él.
La cuenta es muy de la vieja, pero sencilla igualmente: hay 20 árbitros para 10 partidos, situación que favorece por aritmética pura que uno pueda dejar de arbitrar dos jornadas consecutivas, considerándolo así en el siguiente supuesto: diez pitan una y los otros diez, la siguiente, de tal manera que a la tercera en liza, el cruce de probabilidades podría dejar a algunos de los de la primera vez sin arbitrar. Y no suele el CTA regirse en estos casos por cuestiones extradeportivas, guiándose por los nombres o los, digamos, roles de los árbitros en el extranjero. Circunstancia que por otro lado tampoco beneficiaría a Muñiz Fernández, el peor de los árbitros internacionales españoles la temporada pasada (quedó undécimo, el último puesto de la relación). El ‘neverazo’, en consecuencia, es formal y sólo se advierte si un árbitro encadena un mínimo de tres jornadas sin arbitrar. Situación anómala en la que le va parte del sueldo variable, dado que los árbitros cobran una parte fija, y otra, por partidos.
Esto con los ordenadores no pasaba, diría alguno, y con razón. Anteriormente, la designación de los árbitros era mecánica: no podían dirigir más de dos partidos (uno en casa y otro fuera) a cada equipo por vuelta. Hoy, las decisiones las toman personas de carne y hueso, con holgada experiencia en el arbitraje nacional e internacional, que además conocen de lo coherente de designar a un árbitro para un partido o un equipo en función de lo mal que les haya caído anteriormente (de ahí que se haya filtrado que Muñiz no volverá a pitar al Elche en casa esta temporada). En todo caso, y como ocurre con los ‘neverazos’, tampoco es público ni constatable, dado que el CTA nunca ha publicado –ni lo hará- ningún tipo de nota para explicar sus movimientos y evitar así suspicacias, que las seguirá habiendo se pongan del color que se pongan. El error, firman muchos, fue darle a Muñiz el Elche-Real Madrid habiéndola liado ya (o no) en el Barcelona-Sevilla anterior, tras el cual Fernando Navarro, jugador del Sevilla y ex de la cantera culé, habló abiertamente de “robo”.
Que Muñiz Fernández pueda (o deba) ser relegado a un descanso templado en vista de los antecedentes y también del calor vivo del momento, es difícil de rebatir, si bien es cierto que la última palabra la tiene el CTA (Díaz Vega al frente) y que salvo casos en los que se considera que se han cometido fallos técnicos (considerados muy graves), o algunos de apreciación de los graves (goles fantasma o penaltis clamorosos al limbo), el ‘neverazo’ no es una opción. No al menos en lo que se refiere al tiempo añadido en Elche (el que se pierde del descontado se puede recuperar sin límite; póngase el ejemplo de un equipo que realiza sus tres cambios con sus respectivos tres trotes cochineros en el tiempo extra), sino a los posibles errores de apreciación en el penalti a Pepe o en la roja presuntamente perdonada a Sergio Ramos. En todo caso, el Comité puede decretar el ‘neverazo’ tanto por estas cuestiones como por razones meramente humanas: y en este sentido cabe subrayar que de Muñiz ya se ha publicado que tuvo problemas en el aeropuerto y que incluso ha vivido en carnes de su familia el desacierto que, otra vez presuntamente, le marcó en el Elche-Real Madrid. Sea como fuere, una vez le cuelguen la letra escarlata, siempre quedará otro árbitro, u otro mensajero, al que redirigir las vomitonas. Así de simple, así de complejo.