El don de la oportunidad

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Durante el apasionado lapso de tiempo que Benzema e Higuaín coincidieron en el Real Madrid, detractores de uno y partidarios del otro se arrojaban injusticias para prevalecer. Higuaín había sido una jugada con vistas al futuro futuro que salió bien a corto plazo; Benzema, un movimiento de mercado más armonioso, una apuesta en firme por un valor que olfateaba consagración. El francés llegó el mismo año que Cristiano Ronaldo y aunque con Pellegrini sus cifras goleadoras fueron pobres de verdad -aunque mejores que las de esta temporada-, pronto quedaría de manifiesto que su carácter de asociación casaría mejor con la superabundancia futbolística del portugués, socio de honor de su fútbol. José Mourinho y su postura de presión y salida a la carrera conectaron mejor primero con un Higuaín meteórico, ya ganador de una Liga y que había recorrido el camino de la banda al área en lo que soplaba velas en la capital. Contaba, además, con cierto beneplácito de una grada que paga bien los esfuerzos. Hasta que se lesionó justo en vísperas del Clásico del 5-0 y Benzema se hizo con el puesto por necesidad. De todos es conocida la versión de Mourinho, quien contrapuso las habilidades de ambos con la ya académica fábula del cazador, el perro y el gato. Pero aunque Higuaín seguía promediando buenas actuaciones y unos números decentes -sobre todo durante la sanguinaria Liga de los récords-, Mourinho comprendió que el fútbol detonado también pedía dos toques a veces, y Benzema, quizá el mejor delantero del mundo en bajar a crear oportunidades y abastecer, le abría la puerta a los pujantes vencedores de los carriles para generar superioridad física sin reparos. En otras palabras: a Mourinho empezó a sobrarle un rematador, en este caso Higuaín, que era la competencia única de Benzema por el nueve del Madrid. Esto es, que se quedó con el gato.

En aquella época, Álvaro Morata barría el césped artificial de 2ªB con el filial madridista. Aquella lesión de Higuaín propició que Mourinho alentara al chaval pidiéndole más goles y conformándose con los ratos de Emmanuel Adebayor en lo que el Pipita volvía a ser él. Escorado a la izquierda, Morata tenía una jugada icónica en sus últimos años en el filial que consistía en tirar un desmarque en diagonal hacia la frontal del área, recibir entre líneas y definir rápido. Puro Higuaín. Como daba la casualidad de que Morata además se hacía pronto a la necesidad del juego, tampoco dudaba en golpear al palo largo si veía hueco. Cumplió con creces el mandato de Mourinho y debutó con el primer equipo, dándose el gusto incluso de decidir algún partido. Higuaín salió, y no de muy buenas maneras, harto de sobreentenderse suplente. Morata, que pasó por Turín para hacerse hombre o lo que fuera, volvió enseguida porque el Madrid echaba en falta, sobre todo, la determinación del gol que había dejado de exigirse al delantero del Madrid mientras Cristiano siguiera acaparando. Así, Benzema afianzó esa fama de recadero mágico, despojándose la responsabilidad del área y transmitiendo la ansiedad a su competidor. Morata, aún joven, peleaba y se veía grande a cada misión. No en vano, el año del doblete contó con sus dos decenas de goles oficiales como aval principal y también con la colaboración de una segunda unidad acertada, conforme, generosa y humilde en el esfuerzo. Que la proporción no era en absoluto un valor firme era algo que quedaría patente con la decisión del propio Morata de salir, en verano, rumbo a un Chelsea que pedía modernidad a gritos: un delantero de registros, amplitud física, ubicuo y acelerado que desmenuzara las blandas defensas de la Premier y aprovechara mano a mano todas las pifias que los fans de Benzema le afeaban como para empujarlo.

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Cuenta la leyenda que se equivocó y que por eso se ha quedado sin Mundial, aunque seguro que hay algo más de fondo que se escapa al observador neutral. Morata no empezó mal la temporada y sus números no son mucho peores que los de Rodrigo Moreno o Iago Aspas; además, mejora sensiblemente las aportaciones de Diego Costa, nacionalizado a la fuerza en 2014 para relevar a Villa como punta de la selección -con garrafal resultado-. Como su valía profesional, pese a los diretes familiares, es otro valor real, sólo queda la explicación por el camino corto: su intrascendencia en los últimos meses del Chelsea, lesión incluida. Zidane ya dijo que no quería un Madrid sin Morata, extremo que confirmó el propio jugador, convencido de su capacidad de crecer fuera de su casa. De momento ha pinchado en hueso y eso le ha evitado la segunda gran oportunidad de su carrera a nivel de selecciones. Ensombrecido a última hora por Olivier Giroud -quien sí estará en Rusia-, Morata ha sido un jugador irreconocible desde enero. Ni rastro del nueve de la selección, enérgico y dinámico, joven, con cartel. En su lugar, el trotón de tropiezos, ocasiones erradas, gesto torcido y desgana vital.

Fuente | squawka.com

Pocos futbolistas han tenido tantas ocasiones como él para explicarse en los medios durante este tiempo, sin que esto ablandara a Julen Lopetegui, quien por cierto se identifica fácil en su desobediente club de fans -fue su delantero de referencia en la sub-21 que ganó el Europeo de 2013- con Isco, Koke o Thiago entre otros-. Inoportuno, Morata desconectó de su año de vuelo justo cuando le tocaba emprender una aventura a la altura de su ambición. Puede que se tuviera entonces en demasiada estima y que, estando o no guiadas sus decisiones, haya gastado un año en justificarse: puede también que en Madrid no hubiera repetido el mismo año que el anterior y que a la frustración recurrente del banquillo le hubiera añadido la ansiedad letal para el delantero que de hecho le asoma por debajo de las mangas cuando el reto exige resultados. Morata ha sido víctima, sin más, de sí mismo y de la honestidad de Lopetegui, una honestidad desconocida en la era Del Bosque para con el bloque y los habituales. Por lo demás, en lo que los nueves derrotados siguen afilando armas en la selva fuera de Madrid, Benzema tatarea como ajeno a su poder, uno que no se explica a través de números. Tampoco estará en el Mundial, por cierto: no lo necesita.

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