Al riesgo le procede valentía y a la vanguardia, distracción. Dennis Nedry, el primer supervillano de la factoría Jurassic Park, era sólo un asalariado frustrado: sin embargo, el recorrido de su personaje y su especial recorte lo hacen indispensable para intuir la tensa marcha de los intangibles sobre el progreso. Wayne Knight, actor que compuso en la gran pantalla al personaje escrito por Michael Crichton en 1990, llegó al papel en uno de esos alumbramientos que el cine reserva a los señalados: «Por lo visto me vio (Steven Spielberg) en Instinto Básico y pensó: me lo imagino en primer plano, sudando, pero frente a un dinosaurio en vez de frente a dos piernas abiertas». Quién iba a decirle a Wayne Knight que a la larga su Dennis Nedry, tan despreciable en el cine como en la novela, lo iba a reseñar para la historia con mucha diferencia sobre el resto de sus papales (sobre todo desde que se acomodara en la comedia). El suyo es además uno de los pocos personajes ilustrados a la perfección: sobre el resto, Spielberg empleó imaginación inclusiva: hizo mayor a John Hammond (Richard Attenborough), mucho más resuelto al malogrado Donald Gennaro (Martin Ferrero), rejuveneció a Alan Grant (Sam Neill) e invirtió los papeles de los niños, Lex y Tim, entre otras licencias. A Dennis Nedry no lo podía tocar. Nedry es a Jurassic Park lo que cualquier esbirro de codicia a cualquier proyecto que suponga la integridad: una amenaza interna, un volcán de complejos y en definitiva, el codicioso estratega que espera el momento para afilar su propósito paralelo y herir de muerte a quien toque por el camino.
La larga marcha de la crisis mundial ha revelado seguro interminables tipos de rufián oportunista -que, de todas maneras, siempre estuvieron ahí, aunque ahora son mortales-, pero Dennis Nedry además contaba en la película con el factor definitivo que le empuja, al final, a una muerte nada triste: su personaje exhibe un desprecio indisimulado no sólo hacia el plan común, sino hacia la propia esencia natural de los animales que pretende robar. Jurassic Park, antes que una de las aventuras más grandes de todos los tiempos y un macrocosmos inolvidable, es una denuncia de la arrogancia perversa del hombre. Se encarga de recordarlo Ian Malcolm (Jeff Goldblum) a cada tanto en el primer tramo de cinta, y la irritabilidad que suscita en John Hammond, dueño del parque, no hace sino confirmar que, en lo que a la evolución respecta, no cabe más ley que la escrita si es que el objetivo es sobrevivir. Volviendo a Nedry: su batalla financiera con Hammond y la ceguera -primero metafórica- por el soborno de una corporación que pretende robar embriones del parque para lucrarse con ellos, apropiándose del sudor y la ambición de otros, representan en lo cotidiano una forma de vivir. No en vano, se sabe a posteriori que la muerte de Nedry en el parque ni siquiera es denunciada por su familia, y así cabe pensar que a su depravación moral le corresponda el incontestable olvido que la historia -a pesar de los guiños en Jurassic World: Fallen Kingdom– prepara para los destructores. Nedry no parece, en ningún caso, una víctima: es un detonador.
El hambre y la torpeza de Nedry son causas comunes: no sólo boicotea el proyecto sino que además no llega a tiempo a paliar las insuficiencias técnicas de la primera visita. Es desordenado, lento, caótico. Y en su cabeza, una misión: estorbar. Voltea un momento histórico a un baño de destrucción. Quizá no sean tan descarados ni evoquen tanto a la muerte, pero en las oficinas de la actualidad rezongan tipos y tipas similares -y este es, recuerdo, un personaje tallado en 1990: muchos consideran que sólo la recesión genera monstruos, cuando es algo mucho más complejo lo que los sostiene y alimenta en periodos de la historia sin conexión obligada-. Nedry no tiene cara de ser de los que estiran la jornada o medran en las cenas o comidas de empresa, pero su perfil está muy definido: él es su única preocupación y lo demás es simplemente un medio. Mecanicista del odio, inmoral y por encima de todas las demás virtudes de villano, la de la deslealtad. Spielberg no le concede un sólo centímetro de dignidad, de ahí su final y su olvido. Quizá fuera también en su momento un guiño: no es necesario incendiar lo que, por pura afrenta científica y rotundo deseo determinista, va a acabar ocurriendo. La disección entre ambición y codicia toma entonces una altura concreta y novedosa: pese a que su personaje y su muerte serán siempre santo y seña de la franquicia, se revela otra cuestión inquietante. Nedry intenta robar y acaba liberando a los dinosaurios, sí. Pero, ¿quién es el que los idea, los imagina y los diseña? En otras palabras, ¿quién rompió las reglas primero? Nedry era, en definitiva, lo que hoy se conoce por un antisistema. Un protosindicalista, si se prefiere.