Karim Benzema no fue titular en el 1-2 de Múnich, pareciendo su ausencia de inicio una virtuosa decisión estratégica al calor del resultadismo. Quienes celebran sus imponderables, que este año han tenido que echar horas extra justificando sequías impropias de un delantero de élite, observaron en su entrada un truco más: Thiago tuvo que perder metros, con lo que esto implica en el Bayern de Heynckes que ataca por espasmos, por cerrar el espacio con una defensa al límite. El otro movimiento identitario fue la entrada de Tolisso, cuya única misión era doblar literalmente la cobertura del pivote. Y ahí el Madrid acabó de abrochar un resultado familiar para los últimos en llegar pero todavía sorprendente para quienes conocieron a Salihamidzic de corto. Zidane quería marcar en Alemania y por eso optó por sentar al nueve, pues confiaba en un ataque ordenado que desafiara la rígida pizarra local, expuesta más por sus propias dudas sin balón que por la viabilidad del ataque blanco. Cristiano hizo de isla -no tiró a puerta-: Isco en la primera mitad, y Asensio hasta la entrada de Benzema, fueron quienes le acompañaron en zona de influencia, con las limitaciones que proceden a la demarcación. Dicho de otra forma: el Madrid hizo pesar el escudo en un partido planteado en primer lugar para la pelea, aplazando las escenas de asociación en corto para las que Benzema siempre está preparado. El talento del Madrid en Múnich fue, otra vez, Zidane. Es una suerte que pareciera un accidente, y que en lugar del peso de Benzema como revulsivo táctico los debates se fueran a su suplencia. También ayudó el Bayern, contagiado de antimadridismo y trabajando en la vuelta del lado del oprobio arbitral. A veces funciona.
Tan obvio era que el Madrid sacó un resultado mágico del Allianz como que en la vuelta no podría permitirse indecisiones ante un equipo obligado a estirarse que, por alusines, se adelantó a los tres minutos de encuentro. Benzema sí parecía en esta ocasión un recurso imprescindible de inicio, por una única razón: la lógica aplicada de la ida sugería que tal vez un doble nueve incomodaría más de lo soportable al Bayern. Hete aquí que el fútbol reivindicó su imprevisibilidad: en su año de peor rendimiento goleador, Benzema ejerció de rematador compartiendo espacio, literalmente, con un Cristiano hastiado que intercambió con el francés la tarea de encontrar la espalda a una defensa lenta y tensa. Heynckes, que ha dado muchos tiros -en uno de ellos ganó la Champions con el Madrid, 20 años atrás-, lo vislumbró antes y por eso alineó de inicio a Thiago y Tolisso, suplentes en Múnich. La primera mitad, salvo por Alaba frente a Lucas Vázquez, fue casi una extensión del final de la ida. Como nueve consorte, maldición lineal de la temporada, Benzema encontró los espacios para cabecear el 1-1 y reforzar el cuaderno de un Zidane a quien nadie en sus cabales se atreve ya a considerar un alineador. La predisposición del francés a ser decisivo lo llevó a perseguir el fallo de Ulreich en el 2-1, para en los minutos posteriores separarse de Cristiano para atraer defensas en la izquierda y generar superioridad por el centro. Lo logró. Ocurre que había que templar el partido para que en un contraataque festivo no se desvelaran las vergüenzas del Madrid y Zidane interpretó que para abrir el campo todavía era ideal Bale. Ahí fue donde creció el Bayern, tan bien alimentado por la desesperación que llegó a empatar. La maniobra principal, en cambio, ya había bastado y se fraguó en el vestuario del Allianz, una hora antes del pitido inicial. De la libreta de Zidane emana un conocimiento puro de los suyos que hasta Benzema, el goleador que no necesita golear, aparece cuando es estrictamente necesario.