El club de los 30

Leo Messi Argentina

Muchos nos guardamos como un secreto terrible y un pecado inexcusable una extraña percepción que arrecia con los años que cumplen los demás: no acostumbramos a expresarlo en voz alta por el respetable terror al ridículo, pero late y cumple su señaladísima función depresora. Cuando los interruptores de la parte grisácea del cerebro ya están empujando a lo culpable, uno se posiciona en el mundo sólo en función del porcentaje de futbolistas en activo mayores que él. Sea por lo fugaz y explosivo de sus carreras, porque con ellos recorremos los carriles blancos de nuestra existencia o por los recuerdos que activan, lo cierto es que es imposible no ceder la propia experiencia a la de los futbolistas que soplan velas. Pensamos que nunca llegaría, pero Leo Messi ya ha hecho los 30. En su año se llevaron la primera cachetada una camada muy singular: Benzema, Piqué, Higuaín, Cavani, Bonucci, Luis Suárez, Hamsik o Arturo Vidal pueden sacar pecho, pero el malditismo generacional salpica, por incumbencia matemática, a otros tipo Joe Hart, Nasri, Drenthe, Ben Arfa o Alex Song. Si alguno de los nacidos en el 87, entre los que me encuentro, ha de reflejarse en un espejo, será muy probablemente en el de estos segundos, como apuntan algunas de las letras que se nos han escrito. A caballo entre el BUP -por interconexión y contagio- y la ESO -por experiencia-, somos una generación lacia, a medio hacer, amenazada, incrédula, obstinada, particularmente generosa e inevitablemente sensible.

Millennials por contrato, incunables de profesión, veloces mediocres o aprendices sostenidos, apoyados en el boom de la autoayuda, arrinconados por la profecía de la crisis y orgullosos, más listos que ninguno, con el músculo de la titulitis bien ejercitado: unos cumplimos nuestros sueños y otros cumplieron, con mejor o peor suerte, los de sus padres, reflejados en la necesaria comparación intergeneracional. Los más tontos, los menos capaces para la multitud, gente sin expectativa, de absorción especialmente lenta y con diez años de retraso en la incorporación a la vida adulta sólo porque el paso al mercado laboral coincidió con el fin del mundo. Proscritos precarios, alienados de teclado, pasto de los grupos subvencionados de escandalizaditos de Quintana Paz que tampoco cuentan con nosotros más que para el deadline, bilingües de palo y cosmopaletos por necesidad. Siempre con un pero, casi siempre con un es que, nunca con un claro que sí. Los que más fácil y más barato han tenido el acceso a la universidad y en consecuencia más han sudado para subirse a la noria de la demanda, luego despreciados a la lumbre del becariado perenne, culpables de todo lo que nos ha pasado y deudores como ninguna otra generación de las decisiones que hemos tomado. No digamos ya si esta decisión es, por ejemplo, estudiar Periodismo, germen de lo caduco, bosque fútil de árboles de cartón, laberintos de micros de mano y andanzas de otros -y otras- más listos -y listas- fuera de plano.

Hay otra cosa que se supone a los del 87 y que no percibo, con absoluta franqueza, en otras promociones: la hermosa inestabilidad, la aleccionadora dificultad y el empuje de la existencia en bruto, sin cláusulas. Llegar a los 30 sobornados por la inopia y aun así con capacidad de recibir órdenes y darlas con relativa frecuencia no es fácil para todos a quienes nos recibieron en la universidad con la garantía del paro y la intrascendencia, una generación de referentes laxos, sorprendida por el apogeo digital pero enteramente entregada a sus rincones, tan enterada como los que vinieron detrás y asidos a respetos antediluvianos como los que estaban de antes. Monstruos irresponsables con la mirada fija. Volviendo al éxtasis futbolero, generación paralela al pulso más apasionante de la historia entre contemporáneos del balompié del marketing y también con el zumbido del otro fútbol, el viejo y triste, en el que se han quedado los recios ochenteros. Hemos conocido los juegos de parque y las consola, hemos bebido con y sin moderación, lo hemos hecho con y sin ganas, hemos estado ya casi en todas: en las viejas y en las nuevas políticas, en las malas y en las peores noticias, y todo entre las zancadas y éxitos de los que nacieron a la vez que nosotros y guían parte insigne de esas memorias. Imagino, cabrón y conforme, que los que miran hacia arriba y ven a Mbappé o Donnarumma, otro día estarán en estas y tendrán otras que contar, ya veremos si en estos términos anfibios y heterogéneos. Pero estas son las nuestras, las de la generación contrahecha, «adults are becoming kids again»: nostálgicos de veintipico y altivos. Yo, por ejemplo, volvería a estudiar Periodismo. Imaginad la indecencia.

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