El buen charnego

Real Madrid 0-3 Barcelona

Durante toda la primera parte del Real Madrid – Barcelona de cierre de curso, Paulinho fue el tipo de falso nueve que todos esperaron que fuera Cesc Fábregas durante su mohíno camino de vuelta a casa en la era Guardiola. Como Zidane quiso invocar a las hadas del solsticio de verano con la titularidad de Mateo Kovacic, la reacción de Valverde fue de nuevo naturalizar el centrocampismo de Leo Messi, que jugó casi en línea con Rakitic, sobrepoblando el centro, atrayendo la atención de los marcadores y soltando a un Paulinho que pasa por ser un futbolista suficiente en lo normal pero peligroso, claro, fuera de guion. Al final lo fue hasta Aleix Vidal, con permiso de un Keylor Navas semitransparente. No se puede decir que Zidane no sea un hombre de principios, pudiendo estos estar tan equivocados como los de cualquier otro: hace dos años, a Rafael Benítez le pedía el cuerpo un Casemiro para enredar a Luis Enrique y como no se atrevió, colectó un 0-4 sonrojante -una derrota a la altura, en lo visual, de la más humillante que haya recibido el Real Madrid en su historia- que terminaría con su corta trayectoria en el banquillo local del Bernabéu. El 0-3 de esta ocasión no acarreará esa devastación, lo cual en parte ya es suficientemente duro. Nadie esperaba al Real Madrid, pese al mejor año natural de su historia, a Abu Dabi, a la Champions con baile a la Juventus, a las supercopas -una de ellas ganada con brillantez y suficiencia táctica a este mismo Barcelona- y pese al palmarés. La fisura de once puntos de diferencia ha quedado desgarrada en un corte de catorce, insalvable, que ni a los jugadores les pesó en la conciencia en una segunda parte para olvidar donde lo que se impuso fue el acierto culé.

A Valverde, un charnego agradecido, un prestado de la causa barcelonista, no lo pueden discutir ni los supremacistas. Como a Leo Messi. La cataluña separada les interesa bien poco, pero sin embargo sirven a su razón propagandística con argumentos irrefutables: resultados y capacidad. En los primeros cuarenta y cinco minutos, el Madrid controló balón y partido. El Barcelona, que parecía haber salido a celebrar el 21-D, esperaba el balón. Tres ocasiones del bando local bastaron para que el bloque occidental se ilusionara de nuevo con unas navidades rutinarias. Luego pasó que a la cacareada falta de acierto del equipo de Zidane le correspondió, claro, un severo castigo. El Real Madrid tiene, insisto, un problema grave y severo, de los que defraudan planes, con el gol. No ya con el gol: con la imaginación. La suplencia de Isco, que no disputó un solo minuto en todo el Clásico, enmarcó esta situación global. A cada contragolpe, Kroos o Modric, que eran los que rompían líneas en vertical, tenían que frenarse y esperar que llegaran a su sitio los delanteros. Cristiano Ronaldo, voluntarioso, aparecía por un lado, con el peligro contado. Karim Benzema, otra vez intangible e indetectable, llegaba cuando quería. Sin rematadores no es fácil solventar partidos de alta exigencia, y aun por esas, el resultado al final de la primera parte podría haber lucido muy distinto de no ser, respectivamente, por Ter Stegen y el palo izquierdo de la portería que defendió. Más allá del gol: el Madrid llega arriba y se atasca. La ausencia de un hombre fiable en conducción y finalización lo condena a la improvisación. Es demoledor verlos chocar una y otra vez con el centro plano en inferioridad numérica. Estará muy entrenado, pero es recurso de alevines.

El Barcelona de Valverde hizo lo correcto: desandar el nudo y clavar el juego a espaldas de lo que esperaba Zidane. El 0-1 fue nigromancia: Rakitic recibió de Busquets y emprendió la marcha en solitario. Kovacic, que lo tenía al alcance, salió de su posición para doblar a Marcelo en la vigilancia de Messi. Carvajal, fuera de sitio, cedió diez metros a Suárez. Donde el Madrid no encuentra salida, el Barcelona de Valverde dibuja puertas: fue suficiente en tres toques para desarmar a Keylor, conectado hasta el momento. El gol que acabó con la liga 2017-2018. Desahuciado, Zidane recurrió a Bale y Asensio justo antes de que Carvajal se autoexpulsara con una ridícula mano que facilitaría la foto anual de Messi. Ya en terreno familiar, el Barcelona mató todo amago de respuesta con la horizontalidad, lanzando parábolas a Suárez para que se atreviera con lo imposible. Zidane reaccionó tarde, otro rasgo distintivo de su estilo. En la segunda mitad, un Barcelona parco barrió con balón a un Real Madrid consentido, que se ha descolgado de esta pelea. Como si realmente no le fuera mucho en el envite, como si el papel de 2017 se les hubiera terminado en agosto. Zidane tiene crédito de sobra porque se lo ha ganado con títulos y la adhesión casi plena de una plantilla difícil: por menos, o similar, han canonizado en otras partes a personas que reniegan hoy de la democracia de la que mamaron y por la que son quienes son. Pero si no ataja el asunto del gol, si no se dirige a los secretarios, si no da un portazo cuando se enfade, si no agria el carácter, es previsible que bajo su mando se acaben relativizando tardes vergonzantes como esta última en la que al Barcelona le llega para golear con no fallar las que tiene. Como si estuvieran preparándose un torneíllo de verano en Andorra, tan cerca de casa que casi olieran la corrupción.

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