La Francia de Deschamps perdió hace justo dos veranos la Copa de Europa de naciones en París, ante la Portugal de Cristiano Ronaldo. Entre los 90 minutos reglamentarios y la prórroga, el equipo francés chutó 18 veces, siete de ellas a puerta, cuatro veces más que los portugueses, quienes se acercaron a Lloris sólo en nueve ocasiones, la mitad de los disparos de Francia. Tuvieron el 53% de la posesión de la pelota; sacaron 9 córners, dieron una vez en el palo y forzaron a Rui Patricio a que hiciera cuatro paradas de gol. Sin embargo, perdieron el partido. Del once titular francés aquella noche en Saint-Denis, seis lo fueron dos años después en Luzhniki. Era un 10 de julio. Catorce días más tarde, Mbappé partió como titular en el once de Francia que derrotó 4-0 a Italia en la final de la Eurocopa Sub19 disputada aquel año en Alemania. No metió ningún gol aquel día pero quedó segundo en la tabla del pichichi, con cinco en cinco partidos. De aquella lampiña Francia sólo Mbappé ha llegado a Moscú.
El Mundial de la selección croata, un canto al agonismo heroico, a la belleza del esfuerzo irrenunciable, a la negación de la derrota y a la resiliencia, no podía terminar con otra final que no fuera esta. Croacia hizo todo lo que tenía que hacer para ganar la copa. Sumando las tres prórrogas de la serie eliminatoria, los croatas llevaban encima, exactamente, un partido más que los franceses. La idea parecía ser entrar fuerte al partido, duro y con una determinación de hierro. Cuajar la primera parte, marcar un gol, quizá dos; darle un par de trallazos en la cara a los franceses, sacudirlos con la energía salvaje de un equipo memorable y defender la ventaja en una segunda mitad a puro huevo: como todo el Mundial hasta entonces. Casi lo consiguen, sobre todo con un Rakitic inteligente y frío, y un Perisic sangriento, puro veneno. Deschamps, seguramente, sacó conclusiones importantes de la derrota de hace dos años en la Eurocopa. La primera, maximizar las oportunidades. Con un tiro a puerta y un córner se fueron al descanso por encima. El plan croata estaba destruido.
Lo que no previó Deschamps, ni nadie, es que en sólo dos años, ¡menos, en uno largo!, emergiese de la nada el mayor talento francés desde Zidane, un muchacho de 19 años que en Qatar tendrá 23 y una Copa del Mundo. Para entonces es posible que haya dejado atrás a Zidane, a Platini, a Kopa, al que sea. Pero no ha ganado una como la de Ronaldo en EEUU 94. Ha sido una copa por derecho. Una como líder, como genio del equipo, como referente universal. De pronto a Deschamps le cayó del cielo un fenómeno inexplicable, una fusión entre Ronaldo Nazario y Thierry Henry, que sin ninguna duda va a reinar cuando termine la gigantomaquia entre Messi y Cristiano, si no pasa esa página de la Historia antes. Ya. Hoy. Mbappé va tan rápido como su explosiva carrera. Cuando arranca bate alas y parece el dragón de la khaleesi, un temblor sísmico, una monstruosidad. Tiene 19 años, una Copa del Mundo y algo mejor todavía: la llave del miedo de todos sus rivales. Mbappé está ya dentro de todas las cabezas, condicionando todos los planteamientos de todos los entrenadores de todos los equipos a los que se enfrente a partir de ahora. Eso es único. Sólo Messi y Ronaldo, hasta ahora, eran capaces de eso. Hay desde hoy un nuevo dueño del miedo.
Mbappé tiene 19 años, un Mundial y algo mejor todavía: la llave del miedo de todos sus rivales (…) ya está dentro de sus cabezas
Mbappé es el botón nuclear de Francia y Deschamps ha confeccionado la estrategia desde el principio contando con ello. Como para no hacerlo. En este cambio de planes Griezmann no es más la estrella de su equipo pero juega mejor. Su labor descifrando, revoloteando como una mariposa y picando como una avispa entre las posiciones defensivas de los contrarios, ha permitido que Mbappé tenga praderas por donde correr. Correr, correr, como el poema de Alberti en el que buscaba el mar, el mar donde aniquilar a los enemigos: Mbappé también ha convertido a Pogba en insustituible. Sigue siendo poco soportable con sus maneras de jugador de Houston Rockets y sus aspavientos que sugieren que a veces se va del partido, se evade. Pero tiene un tobillo de diamante y un martillo en el pie derecho. Con ellos no ha parado de lanzar a Mbappé, en plan Cabo Cañaveral. Hacia el infinito y más allá.
Resultó demoledor para Croacia. También ha permitido ver uno de los duelos más emocionantes de las últimas finales. Entre el central Vida, que parece un vikingo, y Mbappé, se estableció desde la primera jugada un baile de muerte que el croata afrontó con un estoicismo admirable. Mbappé puso a prueba todas sus habilidades como defensa, todo el saber que a lo largo de su carrera este central de 29 años que juega en el Besiktas ha acumulado compitiendo en el deporte profesional. Después del 1-0 la tormenta amenazó con desatarse y a menudo el francés se encontró con un valle hermoso y verde, verdísimo, ante él, y al croata de la coleta rubia reculando sin cambiar el rictus. Unas veces lo dribló, otras no, pero siempre halló frente a él a un gladiador que parecía jugar la final con esa resignación gloriosa de los toreros, de los que marchan a la muerte, de los soldados que van a saltar por encima de la trinchera.
Deschamps prescindió del mejor futbolista francés de los últimos años, probablemente de la última década, tal vez el más icónico por que tiene de pionera su condición de esteta. No fue una cosa nueva para este Mundial. Benzema está vetado en la selección desde que el primer ministro Valls, nada menos, atropellara su presunción de inocencia. La cuestión es peliaguda pero a nadie le importa ya después de este triunfo, imagino, más que al propio Benzema. Seguramente Francia habría ganado esta copa con un grado aún mayor de solvencia con él de titular y no con Giroud, pero eso nunca se sabrá y el campeonato de Giroud, sin ser brillante, sí que ha resultado, al final, útil. No ha metido ningún gol y apenas ha chutado a puerta y decir que un delantero lo ha hecho bien cuando no ha cumplido con las dos premisas clásicas de su profesión parece cosa de locura. Lo cierto es que el tenaz 9 del Chelsea asumió desde el principio un papel secundario en el ataque francés y la eclosión del fenómeno Mbappé, al contrario de lo que pudiera parecer en un primer momento, ha revalorizado su trabajo en el equipo nacional reforzando otras virtudes: su movilidad, su corpulencia, su cualidad de pívot para tocar siempre la pelota cuando la saca el portero y ayudar a una segunda jugada, etcétera. Lo mejor que tiene el fútbol moderno es su infinita entropía: hay tantos universos posibles como variantes sean capaces los técnicos de imaginar, teniendo en cuenta el material humano con el que trabajan.
El Mundial no lo pudo ganar Luka Modric. Puede que haya sido su última oportunidad, la gran ocasión de abrochar con oro y diamantes una carrera memorable. Le dieron el balón de oro de la competición con el cadáver del sueño aún caliente: esas no son formas. Todo el ceremonial que montó la FIFA para entregar el trofeo fue un horror, algo fuera de lugar, sin sentido. No tuvo ni lustre mercadotécnico o cinematográfico. Cuando Lloris fue a levantar la Copa se cruzaron tres tíos pisoteando cables por el medio del plano, del gran plano. Un auténtico desastre que sólo salvó la lluvia. La naturaleza le dio el barniz de mística que no supieron encontrar los organizadores, con esa obsesión repentina por el anticlímax. Ponerse a repartir galardones que a los futbolistas sólo importan en frío y a la semana del partido, llenar el césped de azafatas, de políticos. Un despropósito. A Modric no pudo consolarlo ni la presidenta de Croacia, una verdadera matriarca que bajó al campo encharcado y aguantó junto a Macron una lluvia redentora, empapándose con su camiseta de la selección y con su pantalón blanco. El agua le desligó el peinado y estaba realmente hermosa, con las trenzas deshaciéndose y el rímel empezando a corrérsele en la cara, mientras besaba como una gran madre benefactora al mejor centrocampista que el fútbol mundial ha visto en los últimos veinte años. Modric podrá seguir reinando en Madrid pero, ¿y Francia? ¿Dónde está su techo? Ni siquiera Varane, con su metro noventa de piel olivácea y su pelo negro ensortijado de guerrero antillano, puede atisbarlo. Y eso que está en la cima.
Ha sido un gran mundial, ¿acaso llegado el momento su épica va a ser menor?
Y este artículo también logra mostrar esa epopeya que ha sido la copa del mundo. Gran artículo, emocionante como esas carreras de Kylian, clarividente como ese duendecito llamado Luka, incluso, aunque dude que este último sea el mejor centrocampista de los últimos veinte años en el fútbol mundial ¿o, tal vez, debiera ser mundialista? No sé, sea como fuere, la orquesta de la España de 2010 fue grandiosa, y la batuta compartida entre Iván y Luka también.
Dicho esto, un placer leerle.