Ejemplaridad a la francesa

Benzema

Benzema el comunista saltaba de travesura en travesura como hacen habitualmente los ricos hasta que su país le rompió el corazón. Perseguido por parte de la opinión pública que malea las dos Francias del siglo XXI –la soñadora, enclaustrada; y la oprobiosa rebelde, a veces de ultraderecha y a veces de ultraizquierda-, el futbolista recoge la noticia de su veto en la lista de la Eurocopa como cuando convierte un balón llovido de cualquier parte en una sucia poesía del barrio latino, donde la lírica discurre cauces a menudo inquietos, inversos, equívocos. Así son la vida y el arte de Benzema: desafío a lo global y lo correcto, lo venerado, lealtad rebelde a su infancia, los suyos, su sonrisa, su coche, su dinero, su virtud. Francia, otrora buena pagadora del arte, ahora ha preferido lucir hormonado músculo moral dejando fuera, tras meses de incertidumbre, a su máxima estrella de cara a su prometedor torneo para el que además parecía que levantaba la cabeza una vez superados los años de zozobra post Zidane. Huelga decir que el favor se lo hacen sólo a los sillones de la feliz aristocracia: al pueblo le han robado otra hogaza de pan francés.

La ausencia de Benzema de la lista de Deschamps para la fiesta del fútbol que toca este verano se conduce a través del turbio carácter disuasivo, moralizante si se quiere, de las ejecuciones públicas. El jugador pasa por momentos delicados a nivel personal en su país en la medida en que se han filtrado procesos que le implican y que, esto es lo relevante, no están resueltos. Desde que saliera su nombre tanto en Francia como en España las corrientes genéticas heredadas del caos piramidal han confluido pidiéndole el castigo que aún no le ha impuesto –y veremos si lo hace- la autoridad competente. Es su desconexión de Francia 2016 pues, como es fácil de ver y arbitrar, un simple gesto: dañino para la carrera y la figura del futbolista, que además pasa por una de las temporadas más inspiradas de su carrera, y difícilmente constructivo para una sociedad que está, no nos hagamos los suecos, a otras cosas ahora mismo. Manuel Valls, emperrado en hacer política de bufanda allende la frontera, le pedía ejemplaridad. Pedir ejemplaridad a un deportista es pagarle las copas a un huidizo amor platónico: no va a saciar más que tu alma.

La efectista persecución a la que ha sido sometido Benzema en su país últimamente difícilmente obtiene eco en casos mínimo igual de controvertidos: a Neymar, por ejemplo, Brasil lo quiere para todo este verano, Copa América y Juegos Olímpicos, pasando por alto sus ya habituales y conscientes tirones con el fisco, en uno de los cuales ya se le ha caído una nada despreciable cantidad de millones defraudados. En España tenemos en activo a jugadores implicados en investigaciones sobre amaños de partidos, y a algunos incluso les hemos pedido obcecadamente para la selección nacional, que como Hacienda, es de todos ahora que pierde. Sobre estos no se ha pronunciado tampoco la justicia pertinente, pero es una colorida algarabía que celebrar el tener a McCarthy de visita en Francia mientras el viento del circo adormece así la ventaja del agravio extranjero. Contra lo que pretendían, han quedado todavía peor de lo esperado, prejuzgando no solo a un deportista, sino a uno de los mejores que, además, siempre que ha tenido la ocasión, ha corrido y sumado para ellos. Mientras el mundo señala a los patriotas, Francia se regala el lujo histórico de reordenarlos.

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