En un vídeo promocional de Doctor Sueño, el director Mike Flanagan explica cómo valoró reconciliar a los fans de Stephen King con los de la adaptación estrella de su precuela, El Resplandor, que no hizo precisamente feliz al novelista en su momento. King lamentó entonces que Stanley Kubrick, fallecido hace ya veinte años, destruyera al personaje de Jack Torrance, un padre de familia presionado y arrinconado hasta la locura en el libro y un mero demente desde el primer plano que le dan en la película, sin evolución ni germen dramático. Esta tensión entre King y Kubrick en el hall del Overlook forma ya parte de la cultura popular. Pues bien: Flanagan, que entusiasmó con la perfecta The Haunting of Hill House (2018), ha logrado su propósito con una película excepcional, compleja, emotiva y épica sin fisuras que es, además de una gran obra de entretenimiento, el broche a cuatro décadas de disonancia. Como prueba, las enigmáticas palabras de Stephen King cuando aseguró que Doctor Sueño convencería a los incondicionales de la película de Kubrick que él odia: una vez vista, está claro que el texto de King no era más que la firma de un armisticio.
Al igual que en The Haunting of Hill House, Flanagan plantea en Doctor Sueño una película poliédrica de introspectiva personal. Bajo la promesa del horror desarrolla un drama de manual sobre Danny Torrance (Ewan McGregor), ya un adulto atribulado, perdido y, ahora sí, trazado de principio a fin: un superviviente alcohólico que se refugia en el caos para absorber los truenos de la pérdida, primero de su padre en el episodio de El Resplandor y, años después, a su madre Wendy -una espléndida Alex Essoe (Starry Eyes, 2014)-. Carga con los recuerdos y cierta culpa como carga con la maldición esotérica que Dick Hallorann le describió en la precuela y que durante años tuteló para vigilar, básicamente, que no se desbordara. Errático, humanizado a la fuerza, Danny Torrance afronta la degradación como garantía sin que medie en ello ningún tipo de ambición. Flanagan escribe su personaje para el terror de lo mundano y de hecho aprovecha esta atmósfera de pesadumbre para dirigir algunos sustos, estridencias y figuras alegóricas sobre el exceso.
Cuando Doctor Sueño va asentándose en la tenue luz de Ewan McGregor, asalta la pantalla Kyliegh Curran, que interpreta a la niña Abra Stone. Brillante, poderosa, desinhibida: el tipo de fuerza que Danny Torrance descubrió de niño en el Overlook y que parece haber dormido se despliega ante sí, de forma asombrosa, cuando se trata de contener a un enemigo común: Rose (Rebecca Ferguson), líder de un culto que se alimenta de la luz sobrenatural de los niños que resplandecen. En parte por la deuda contraída consigo mismo y en parte por la irrenunciable bondad que le arrancaron durante su infancia, obligándole a replegarse, el protagonista despierta de su letargo justo a tiempo para explorar con Abra lo que ya sería más el universo Kubrick. Para ello, Danny decide primero desintoxicarse del alcohol. Por si la idea no tuviera por sí misma suficiente fuerza narrativa, son varios los momentos en los que al pequeño de los Torrance le tientan para volver a beber, incluyendo una escena icónica hacia el final de la película en la que es imposible evitar que un cuchillo de nostalgia afile su hoja en la espalda del espectador. De estos hay varios y todos dan una dimensión especial, como de homenaje en vida, a lo que significa El Resplandor en la carrera y dentro de la prolífica y multiadaptada obra de Stephen King.
Lo que hace de Doctor Sueño una película verdaderamente especial es su último tramo, que ya es la rúbrica de Flanagan a todo lo enseñado por el camino. Y no podía ser mejor. Rodeados de espantos y amenazas, el dúo protagonista afronta lo inevitable. Danny Torrance vuelve a la casilla de salida. Abra descubre el ruido que hace el dolor al caer desde lo alto. Los fantasmas propios y ajenos, sumergidos hasta ese momento, someten entonces el desenlace y, en plena espiral onírica de cuentas pendientes, King hace las paces con Kubrick. Doctor Sueño es una gran cinta de terror, una macrometáfora a muchos niveles -desde el más íntimo al más social- sobre el derecho al olvido y una adaptación fabulosa, sin duda de las mejores del escritor a cargo de uno de los directores que mejor interpreta en el género la necesidad humana de consagrarse a una función utilitarista. Flanagan y los fans a ambos lados del debate pueden respirar tranquilos: todo lo escrito, criticado y puesto en duda durante tantos años ha merecido la pena si en última instancia ha motivado, como parece, esta excelente película de consenso intergeneracional que reposa en un espacio reservado a los grandes trabajos del terror del año, de la década y muy probablemente del siglo que vivimos.
LO MEJOR > La lectura que Flanagan hace de la novela de Stephen King, su dibujo de los personajes, la creatividad en lo autodestructivo, el homenaje recurrente a las versiones históricas de El Resplandor. las interpretaciones y la atmósfera.
LO PEOR > Hay detalles tan drásticamente referenciales que amenazan el clima de muchas escenas, incluyendo una toma de riesgos atrevida -y superada- al final, en el momento más delicado de la película (y más espectacular en la novela).