Hace tiempo que Diego Simeone apadrinó algunos de los marchamos anodinos del fútbol que los mayores de edad traían mascados de otros discursos menos ambiciosos, entre ellos su castizo «partido a partido». Una declaración sonada que traicionó en la ida de semifinales en el Santiago Bernabéu, estadio al que se presentó ya imaginando la vuelta. Lo advertía en la víspera, ante los medios: «Tendremos que llevar el encuentro donde más cómodos podamos vivir». El Cholo no planteaba una batalla, sino un escondite. Impropio y al final, determinante: el 3-0 en contra los aboca al despeñadero, lugar figurado desde donde el Real Madrid de Zidane reaparece para fortuna y congoja de los suyos -originales y adoptados- casi siempre que se le requiere una acción. Y a través de él, fijo como un escándalo y transparente como una decepción, la figura de un Cristiano Ronaldo otra vez a espasmos históricos, de gracia reveladora: el portugués se hizo otro hattrick, jugueteó con los récords rechinantes de su bolsillo y desperezó como acostumbra las recurrentes simplezas en contra, muchas de las cuales por cierto las sufre directamente de la que se dice su afición. Por la etapa de su vida futbolística que quema, anclado al remate y procurando acertar cuando las tiene, liberado de la tensión de enfrentarse a lo que fue, Cristiano rinde como un doctorando perplejo ante su propia capacidad. Como si descubriera, a cada nuevo gol, otra fórmula para su madurez.
Cristiano ejecutó, pero en los procesos se destacaron otros. Hay uno, por omisión, que fue capaz de revolver la temida telaraña de todocampismo obrero de Simeone que sí resultó otras veces: Kroos, maestro de la distribución, sólo falló cuatro de los más de cien pases intentados durante el partido. En perspectiva, el alemán fue el apoyo en la salida de la defensa y en la asociación del trivote madridista, que presionó como siempre para robar y atemperar como casi nunca. Aun con la cerebral oposición de un Atlético prieto al que también ayudaban Carrasco y Griezmann en la recuperación, Kroos supo defenderse con balón, que es definitivamente su fuerte, para personarse como guionista. También funcionó. Isco, azorado por la familiar indefinición de su rol entre el centro del campo y los delanteros, agradeció el buen momento de todos sus consortes y en particular del alemán. A su lado, Modric y Casemiro únicamente tuvieron que preocuparse de devolverla rápido el primero y sangrar el segundo. La rapidez con que el Madrid combinó en campo propio deshaciendo la presión alta visitante, y la muy escasa reacción desde el banquillo de Simeone a este sometimiento, fueron dos de los puntos en los que se sostuvo la fascinante idea de que el Cholo, por primera vez quizá en su carrera en Madrid, no había planteado la semana partido a partido. Los cambios en la segunda mitad lo corroboraron.
A la vanguardia de un Atlético traicionado se cansaba Griezmann, que mira de reojo al calendario porque no podrá permitirse mucho tiempo seguir llevando el carnet de heredero. Con o sin beca, el francés está hecho para bienes mayores que el de perseguir el balón y emplearse a robar en posiciones de lateral, y será cuestión de tiempo el comprobar si él también lo cree así o no. Por rumores no será. Sólo un tiro a puerta en noventa minutos, para júbilo de un Keylor Navas manso y agradecido. Entre medias de este peligro se lograron imponer Varane, que volvía, y Ramos, que salvo un par de errores de marca puntuales en jugadas de estrategia supo demostrar por qué el madridismo le perdona sus pérdidas de cadete en defensa. Zidane no titubeó pese al jaleo del Bernabéu y reanimó la mentalidad de eliminatoria dando entrada a Asensio, que de nuevo cabalgó silbando jugadas a otro ritmo. Con la sentencia de Cristiano irrumpió la catarsis en un público desagradecido que en noches europeas parece secuestrado por espíritus sin apellido, como corriendo a cobrarse deudas de quienes lo son todo para ellos y sus inversiones en taquilla. El tercero, remate a una noche muy desequilibrada en lo futbolístico, aireó las entrañas de un proyecto, el de Simeone en el Atlético, que esperaba una última machada: y recordó, a los apóstatas, de qué está hecho, sobre todo a las duras, el Real Madrid.