Vamos a suponer, en un ímprobo ejercicio de honestidad, que sabemos entre nada y muy poco de las razones que han llevado a Martin Ødegaard a dejar el Real Madrid seis años después de llegar como el niño prodigio de Europa que todos los grandes deseaban. Esto implicaría, en primer lugar, asumir que ha sido el jugador el que ha decidido irse y no el club el que le ha enseñado la puerta, cuando ambas condiciones son perfectamente complementarias y de hecho éste parece uno de esos casos en los que una es indivisible de otra. Lo que en el argot llamaríamos un mutuo acuerdo.
Vamos a cerrar los ojos un momento para aislarnos de opinología de bazar y a asumir que hay una vida más allá del Real Madrid, también. La Historia ha demostrado que definitivamente es eso, otra vida, pero negarla sería negar al propio Real Madrid, un sacrilegio inaceptable para cualquiera que ame el deporte. Y que quien no quiere luchar por el Real Madrid -o en el Real Madrid- no va a encontrar a cambio ninguna fuerza sobrehumana que lo retenga, menos aún en este contexto económico en el que circulamos -y siendo este uno de los equipos que, aun con asteriscos, mejor ha capeado el temporal pandémico-. Podemos preguntar sobre ello, y por este orden, a Özil, Di María, Morata, Higuaín, James Rodríguez o, por qué no, Cristiano Ronaldo. Todos, eso sí, jugadores capitales en épocas señaladas de la entidad.
Sobre todo, vamos a fingir que ya no nos enfocan las cámaras y a reconocer que sabemos quién es Carlo Ancelotti, y que desde el momento en que se anunció su fichaje todos esperábamos que Bale, Isco y Marcelo pasaran de restos de una era a innegociables en la farragosa batalla de los sentimientos. Esto a su vez implicaba que otros como Brahim, Kubo, Jovic u Ødegaard -y veremos qué pasa con Ceballos, Vallejo, Antonio Blanco, Miguel Gutiérrez, Marvin…- se notaran instantáneamente desplazados. A corto plazo es improbable que una estrategia distinta hubiera cambiado el curso natural del madridismo gris, al contrario: lo ha revitalizado. Por eso hay quien espera que todo este sacrificio vaya a tener recompensa al final en forma de Mbappé, Haaland o cualquier otra excusa para maquillar que el club que ha perdido a Ramos y Varane el mismo verano pueda decir en voz alta que mantiene intacta su competitividad.
Más allá de estas ficciones, lo único que podemos constatar es que antes del primer partido de Liga, Ancelotti valoró la no inscripción de Ødegaard como una causa aritmética, mencionando que había ocho jugadores compitiendo con él por un puesto. Estas ya eran palabras de despedida, así que no es difícil concluir que a esas alturas el Real Madrid ya estaba echando cuentas para traspasar al jugador con mejor caché de los transferibles. Algo que, de nuevo en el contexto del fútbol que se ahoga, no es una valoración menor.
Ødegaard no sale sólo porque no quiera perder el tiempo, sino también porque sabe que merece algo mejor que el Arsenal
Lo que parece más cristalino, según la despedida del jugador, su edad (22) y el destino (el Arsenal hoy es un club mediocre) es que Ødegaard no sale exclusivamente porque no quiera perder el tiempo, sino también porque sabe que merece algo mejor que ponerle balones a Lacazette. Y los de Arteta pueden ser un puente interesante para saltar a cualquier otro lugar en un mercado hiper inflado del que algunos cracks se van cayendo de maduros -con la salvedad hecha de los mencionados anteriormente, Mbappé y Haaland, únicos jugadores jóvenes que hoy pueden ser considerados estrellas de rendimiento inmediato-. Eso que nos enseñaron que había que hacer a veces en la vida, retroceder un paso para coger impulso e intentar saltar dos a corto plazo.
Pero para análisis sosegados, equidistantes y centraditos ya están los antimadridistas. La salida de Ødegaard hace también hincapié en esa probabilidad inexacta de que la política de fichajes jóvenes con proyección va camino de ser el gran trampantojo del Madrid del siglo XXI, que con todo y eso ha ganado cuatro Champions -tres consecutivas…- deleitando con exhibiciones tácticas y futbolísticas ante equipos como Liverpool, Bayern de Múnich o Juventus. El que menos se equivoca, contra lo que cómodamente se ha venido diciendo, es el jugador, que sale buscando minutos -los tendrá- y al que también se le puede atribuir el habitualmente agrio valor del riesgo. Quién sabe dónde estaremos todos en tres, cuatro años.
Y sobre todo, este es un traspaso que el aficionado ha querido traducir -sin que nadie se lo indicara así- en términos reduccionistas con la vista puesta en un premio mayor. Y si eso no llega de inmediato, la realidad será que el Madrid presentará a todas las competiciones el equipo menos ilusionante de la década, un hándicap evolutivo importante. Si acaso uno podrá consolarse pensando que el sano mensaje que envía pertenece a cuando el fútbol era fútbol y tuvieron que salir, por ejemplo, Clarence Seedorf o Fernando Redondo: por salvaguardar la viabilidad inmediata de la entidad y perseverar en la virtud de la paciencia, sospechosamente infinita, del madridismo.