Asoma en el cine de terror español una forma, si no novedosa al menos sí significativamente honesta, de consumir en cintas asequibles y territorios familiares los horrores cotidianos de cuya efectividad tanto hemos oído hablar. Ese fantaterror idóneo de Paul Naschy -quizá con La noche del ejecutor como aliada de cabecera-, Jess Franco (imposible destacar sólo un título de entre su sádica y extempórea filmografía) o Chicho Ibáñez (sus dos únicas películas son pura ingeniería económica del terror) tiene en varios autores de generaciones no necesariamente coincidentes una buena prolongación formal. José Luis Montesinos, director de Cuerdas, se ha apuntado a la tendencia. Óscar Martín, responsable de la excelente Amigo coescrita con Javier Botet, ya advirtió que Cuerdas era decididamente otra cosa además de «el Cujo español», como la había bautizado Ángel Sala, director del Festival de Sitges, semanas antes de sus pases en el certamen más importante del género en España. Cuerdas, como Amigo, sólo necesita tres actores y una localización. Y cuenta, efectivamente, una historia que el consumidor recurrente del terror de Stephen King considerará ampliamente reconocible. Sin embargo, añade una capa detonante de frío costumbrismo rural, aridez sentimental y remordimiento: ya es imposible que el horror, por humilde que se presente, evite apelar ese nivel base de introspección que tanto facilita la empatía y sensibilidad con los personajes.
En Cuerdas, una joven postrada en silla de ruedas tras un trágico accidente de coche debe lidiar con un compañero de casa al que la vida se le complica un poco tras un encuentro fortuito con un murciélago. Entre giros y perversiones a cual más retorcida, la protagonista y su perseguidor, llamado a priori a protegerla y ayudarla en su desgracia, no paran de tirar del hilo a causa de la supervivencia de uno de los dos. Como en Cujo, el perro sirve para recordarnos cuán frágil es la frontera entre la civilización y su desorden inesperado pero latente: pero a diferencia de la inevitablemente inspiradora obra de Stephen King, aquí la protagonista sublima otro debate, además en boga política, sobre la fatalidad de sobrevivir a tus seres queridos, el derecho a decidir sobre la existencia digna de uno mismo y la siempre polémica cuestión del adiós voluntario. Sólo a las verdaderas puertas de la muerte la protagonista -interpretada por una sublime, terca y aun así heroica Paula del Río– se retracta por necesidad de la que parece a todas luces una decisión en caliente, engrosada por la tristeza, desamparada en un marco de aislamiento. Y cuando decide luchar contra la naturaleza que ha atendido su llamada de socorro postadolescente, encuentra algún motivo para seguir adelante y plantear batalla.
La película, como digo, no es en absoluto pretenciosa y no pretende posicionar a nadie pero hay que considerar la psique de su protagonista para sobreponerse a las constantes fatalidades que ella, presa de una actitud autodestructiva, parece incluso desnivelar en su contra. Intentando autojustificarse continuamente, Cuerdas pecaría de inverosímil y circular de no ser porque es sorprendentemente fácil llegar a sentir lo que siente Paula del Río e incluso querer asistirla en su sufrimiento antes de que el perro rabioso, insisto una bonita metáfora sobre la batalla racional y el crudo laberinto que la confina, ascienda en la película como potencial ejecutor. Con dos líneas maestras de ejecución, un presupuesto medido y la fantástica carta de presentación de esta oleada de fantaterror humilde de aspiración nostálgica, José Luis Montesinos ha creado una pequeña obrita de tensión constante que cede pocos segundos para recobrar el aliento entre prueba y prueba de supervivencia. E independientemente de su arreglo comercial, se ha ganado por méritos propios la presencia en un movimiento absorbente que, bien cuidado, podría honrar dignamente a los mejores maestros de nuestro cine de género.
LO MEJOR > Terror asequible y rural sin moralina, estrictamente atmosférico y con una maravillosa vocación de servicio al género de la que es casi imposible desentenderse. No hay un solo elemento fuera de cuadro o acción.
LO PEOR > Muchas situaciones que vive la protagonista son crueles por exceso, una reiteración pesadillesca del lema «lo que puede salir mal, saldrá mal», y tanto sadismo parece más autojustificación que recurso de solvencia