Confieso que me he reído

Confieso que me he reído -mucho- con el vídeo de un minuto y dos segundos de Pantomima Full sobre periodismo. Confieso que me he reído porque es de las pocas veces que lo he hecho con absoluta convicción festiva en los últimos meses, otras veces han sido muecas medio guturales. Goethe, que era un ser estupendo, sabía que la risa era el espejo del alma de las personas. Esto me recuerda a cuando Yolanda Díaz hablaba de los parados y los ERTE con una línea perfecta de dientes recortados por la edad cursándole la cara de oreja a oreja. O a cuando Ábalos sonreía ante los empresarios de la estación de Atocha que le pedían explicaciones por haber seguido pagando facturas -cuyas ayudas ni estaban ni se les espera- cuando tenían prohibido abrir. Goethe sería un triste, pero sabía de qué iba la vida. Incluso es probable que exista una relación directa entre ambas cosas.

Por fin le ha tocado al periodismo en el repaso semanal que los chicos de Pantomima Full hacen de lo parodiable, que es todo -incluso la muerte: lo vimos en los Diarios de la Cuarentena que TVE pagó a razón de más de 30.000 euros el capítulo para despedirse con un triste 6% de share, lejos del 10% que se pusieron como meta-. Los periodistas hace tiempo que nos reímos sobre todo de nosotros mismos, pero hace unos años nos tomábamos todo más en serio. Ahora sólo existen tres clases de periodistas: el parado, el vendido y el superviviente. Dados como son a pinchar sensibilidades, Alberto Casado y Rober Bodegas (el protagonista) se han quedado sólo en una superficie cómica, pero más que suficiente, sobre ese relato de multidisciplina (océanos de un centímetro de profundidad) que dicen que somos. La realidad es que al periodista medio se le presupone tanto conocimiento que la mayoría de veces que habla es de oídas. Me incluyo.

Es importante detenerse unos segundos a valorar la acogida del vídeo, que ha sido positiva en general porque en realidad Pantomima Full hace un humor semiblanco que es más de Tip y Coll -pero sin chistes de mariquitas o gangosos, que diría Arévalo- que de Roast americano. Y conste que esto último se les daría bastante mejor que a los cómicos que normalmente hacen el amago de versionarlo aquí en España, con resultados desastrosos que hay que enjundiar con el recurso sonoro de excepción en este país, las risas enlatadas. Sin risas enlatadas, España llevaría 40 años arrastrando los pies. Como fuere: está bien que se rían de los periodistas colados a la fuerza por máster, los periodistas de vocación que no tienen para comer –spoiler, son la mayoría- y ese tipo, apenas bocetado, de intensito cultural que verdaderamente quería ser escritor pero no le dio la nota.

Vista Un día más con vida, la preciosa adaptación española animada del libro de Kapuscinski sobre la guerra civil durante la independencia de Angola, uno se sigue topando con esa altanería suficiente que antes depositaba en el periodista la fe ciega de la integridad -¡hasta salían de casa!-. Luego, claro, tienes que ubicar -tal vez también estuvieran racializados en contextos anejos- corolarios como que el periodismo cambia el mundo (algo en lo que creo profundamente, pero en su versión perversa y asilvestrada) y bravuconadas del estilo que ahora sólo podemos leer en los libros porque no queda mucho por ahí que pueda asemejarse, y lo que hay, los que se parten la cara a pie de campo batallando entre trincheras, cobran tarde y mal las piezas que envían desde portátiles polvorientos manchados de sangre. Nunca he dejado de reírme del periodismo y preferiría, porque eso es lo que sostiene en parte a la profesión, que los lectores tampoco lo hicieran. La nuestra, con la de políticos -aunque ya no queden de vocación- es la única profesión que existe en parte por el odio que genera.

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