Cláusula de exención de responsabilidad

messi 2019

Leo Messi parece un tipo apocado y relativamente quieto, no se expone mucho al micrófono y cuando lo hace tampoco dice grandes cosas. Quizá esta sea la razón fundamental por la que todas las derrotas en las que participa parecen no tener nada que ver con él, sino con el colectivo que lo envuelve. Es la primera luz que apuntan sus incondicionales, y la casualidad deportiva ha impuesto que siempre haya sido así en su periplo internacional. Tanto, que las derrotas de Argentina son un paliativo en un país frustrado ante la evidencia de la infrautilización, más que de la soledad, de su estrella. A cada decepción, una retahíla de justificaciones a cual más ridícula, pero sobre todo la atea y casi autoparódica del fútbol que se ha bajado de la consumada divinidad para enredar sus pies en la tierra y enfangarse en lo rutinario: Banega no levanta la cabeza, el piso está raro, aquel perro mira de reojo, el Kun no convierte, no tenemos portero. Comenzar la Copa América perdiendo 0-2 ante Colombia entraba en los planes de cualquiera, que es lo grotesco. Son muchos años al debe de una planificación deficiente de la que cualquier futbolista, Messi incluido, es más invitado que causa. Sin embargo, ¿no cabría esperar lo imposible, incluida la derrota del figurativismo, en los pies del mejor y más grande de todos los tiempos? ¿O al menos una vergüenza sutil? Leo tira pacientemente de la cuerda en su tensa relación con la albiceleste, presagiando el adiós pero exigiéndose un margen para aliviar toda la carne que en prensa, pero más que nada en el césped, se ha hecho de su impotencia. Hizo que se iba, se fue y volvió. Como fuera, Messi seguro mastica cada partido internacional con la boca chica y los dientes apretados, con el brazalete latiendo en el brazo, flojo y sin arreglo, una imposición jerárquica que podría no convenirle, quién sabe. No hace nada se debatía si Brasil no alcanzaría la paz a través de la ausencia de su innombrable. Por eso dedicó tantos minutos a consultar con los medios la derrota de Bahía, para explicárselo a sí mismo primero y para cumplir la parte de capitán a la que no acostumbra por detrás del resultado. A enfrentarse al oficio. Que lo lograra es otra cuestión: «Nos va a llevar un tiempito asimilar esta derrota y aceptarla». Implorando margen precisamente en el único tipo de torneo que no da respiro. La imponente exigencia argentina para con su fútbol y su estrella lo sigue curtiendo camino a la retirada, que quién sabe en qué términos se cerrará, si en un lamento, un soplido o un bah, qué más da acostumbrado. A Dios le pedimos menos, era la línea más sonora de Ruggeri en el comercial de Quilmes previo al Mundial de Rusia donde se volvió a atascar el pronóstico. Y no es mentira. Tal vez de la hiperbolización mediática y un poco hiperexcitada de Messi en las buenas llega este hábito oculto en las malas, de exonerarle de culpa, cargar a los lados y buscar enemigos de goma donde la historia dice que lo constante es no alcanzar a trascender. Messi es tan responsable como Nicolás Otamendi de cualquiera de las subidas a medias de Argentina, si no más, porque dicen que gana cuando quiere y es verdaderamente difícil explicarse por qué no quiere ganar cuando no gana.

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