Tras finalizar el Clásico con derrota del FC Barcelona, Ronald Koeman fue asediado por adolescentes a la salida en coche del estadio. A la sintonía de insultos se unieron otros esputos más untuosos, volaron patadas y golpes. Uno se hizo un selfie sobre el capó, y no pude evitar cruzar esa imagen de contorsionismo deshonesto con la secuencia de apertura de Titane. Tan gender-fluid como la protagonista del cuento de Julia Ducournau han sido algunas justificaciones posteriores, y eso que el Barcelona acortó distancias en el minuto 96 y mucho. Piqué y Alba estaban tocados, pero no especifican desde cuánto. Bueno, el lateral se había perdido la última convocatoria de Luis Enrique, que permanece como la sombra gemelar de Koeman en esa resistencia sobrehumana a la crítica. Como si el Jeremy Irons de Insperables se hubiera disfrazado de Michael Myers para Halloween, impregnándose de su espíritu. De momento España es semifinalista de Europa y finalista de la Nations League y si el Barcelona hubiera ganado el Clásico habría adelantado al Real Madrid en la clasificación. Este es el fútbol de hoy.
Volviendo al escrache sobre Koeman, que en el fútbol se suele romantizar con una prodigiosa finura -el público es soberano-, hay que admitir que jugó una carta de sorpresa el adjetivo que acompañó a la escena: insostenible. Insostenible hoy en día lo es todo, desde la tensión energética hasta el concienzudo esfuerzo de España -el país, no la selección- por desaparecer. Hasta nos han intentado convencer de que la ingesta de insectos y la sustitución de plásticos por cartones que se deshacen en la boca venía precisamente a paliar eso, la insostenibilidad. No sé qué opinión tendrá Koeman sobre el cambio climático pero sí empiezo a estar bastante seguro de que Laporta no va a mover un músculo para destensar su hasta ahora lamentable e infeliz periplo en el banquillo culé. Y si tuviera suficiente dinero como para perderlo, de hecho apostaría a que al presidente le interesa, de alguna forma, que sea el entrenador el que se rinda. Por suerte esta no es una verdad oficial y ninguna de las teorías explicativas del proceso de desintegración del Barcelona se vale por sí misma sin una prueba de inverosimilitud.
Ni siquiera en la continuidad del relato encuentra el Barcelona un consuelo político con el que frotarse, porque al contrario que ha ocurrido con los indultos a los golpistas del 1-0, cerca del Camp Nou no se escuchan demasiados «volveremos a hacerlo». Más bien al contrario. Saben «lo que hay». Lo que hay es que Koeman se inventa dos laterales derechos para contener a Vinicius Jr, que a este paso va a dejar minado de nichos el cementerio de las opiniones muertas; lo que hay es que el club vive de milagro -aunque los milagros son un poco como todo-, que sus capitanes juegan a la pata coja, que Eric García no es el central de continuidad que las relaciones públicas se empeñan en contarnos y que Pedri, Gavi y Ansu no sostendrán ese escudo aunque se reciten con la letanía de tridentes predecesores, los cuales por cierto no empezaron a brillar precisamente entre los 17 y los 19 años.
Ancelotti no es que fuera descaradamente sobrado para ganar al peor Barcelona que se recuerda, aunque su planteamiento de solidaridad bastó. Fuera del fútbol narrado pasan muchas cosas: una de ellas es que el Barcelona tiene a un entrenador al que algunos chavales pueden buscar para administrarle a las bravas jarabe democrático sin que en el club nadie levante la voz, otro reflejo de la interseccionalidad política en el deporte. Pero vas al resultado y el resultado dice que 1-2. Así que si yo fuera madridista, también aconsejaría prudencia.