Una de las encrucijadas que sirve la racionalidad es la siguiente: no hace falta ser en lo objetivo notoriamente inferior a alguien para sentirse inferior a alguien. Esto te lo pueden refrendar el ramillete de coaches de corchopán a tres mil euros el pack de diez sesiones. Quizá intervenga ese niño macabro al que los padres pasean por los medios exponiendo sin que ningún adulto le rebata una serie de fórmulas secretas para triunfar. Y nosotros, ni caso. Los padres y alguno más, digo: el pavor, como las desgracias y la lluvia de agosto, nunca viene solo. El caso es que Gerard Piqué ha ganado algo más que el Real Madrid durante su etapa como jugador del Barcelona, pero algo, quién sabe si no un trauma lejano y aparentemente enterrado para el ecosistema en el que abunda, le hace recordar continuamente al rival, al que por cierto ha declarado públicamente –en una de las comparecencias más desoladoras para el deporte que se han dado nunca- que le desea cualquier mal deportivo a cualquier hora y casi se diría que a cualquier precio. Piqué no es un perdedor envidioso. Levanta más de metro noventa del suelo, es millonario. De los mejores en lo suyo, esto sí, objetivamente. Por lo que tanta referencia al rival incluso cuando podría decirse que su grupo ha logrado dominarlo –con altibajos- en los últimos años no puede entenderse como la malsana y muy españolérrima pelusa: debe haber algo más. Algo que desconocemos. Una suerte de complejo interior que sólo exterioriza en esos lazos herrumbrosos que lanza sobre las redacciones con intervenciones muy medidas y escasamente espontáneas –reconoció, por ejemplo, que tenía preparada la gracieta de Kevin Roldán-.
También ha explicado a los medios que ha visto partidos del Real Madrid con la camiseta del rival puesta. Alguien que vive holgadamente de lo suyo y al que desde luego el propio Real Madrid ha sufrido lo suficiente en lo deportivo. Es de esperar, pues, que entendamos que detrás de la obsesión de Piqué (¿será el apellidarse Bernabéu? ¿Será Piqué un madridista irredento, un culé disfrazado que diría Valdano dentro de un mundo inhópsito y cruel de catalanismo con el que, por la cuenta que le trae, ha tenido que mimetizarse?) haya algo que no podamos reprenderle, porque quizá tenga un problema. Un problema real. Podríamos estar incurriendo en eso que ahora se llama los límites del humor si tomamos a Piqué por más inteligente de lo que nos han hecho creer que es, por lo que de momento es mejor dejar eso en pausa. No hacerle mucho caso. A cada una de sus tonterías le sigue un torrente de titulares gemelos en los medios: que se acuerda del Madrid. Claro que se acuerda. De hecho, a estas alturas de la película me juego la mano izquierda a que cuando besa el escudo del Barcelona, imagina estar besando el del Madrid. Quizá en un futuro no dominado por las caretas conozcamos la verdadera cuestión de sus evidentes y poco matizados complejos, los cuales escapan a lo estrictamente razonable si tenemos en cuenta todo lo expuesto anteriormente. Hasta entonces vamos a seguir jugando a su juego de provocador –un eufemismo muy barato, por cierto- hasta que se canse y nos diga realmente qué le pasa. Qué le hicieron. De dónde sale esa inquina tan forzada, esa alevosa tontería, y en definitiva, tanta mediocridad.
Me hiciste perder dos minutos de mi vida con un articulo tan tonto, deja de perder tu tiempo en boludeces y a lo tuyo al periodismo deportivo de verdad.