Ciudadanos y el caos

Antes de debatir sobre algo, es importante saber sobre qué se debate. Esta vez no se discutía sólo la prórroga del estado de alarma; era un debate enquistado, banal y absurdo sobre el relato en que llevamos más de un año y del que algunos no tienen ninguna intención de salir. El estado de alarma iba a prorrogarse sí o sí. Ningún político con un mínimo de cordura permitiría volver a la normalidad, había consenso sobre mantener el estado de alarma por al menos 15 días más y las alternativas posibles no diferían sustancialmente de éste. 

Se debatía pues sobre gestos, y de fondo estaba la verdadera disputa: la configuración del modelo de partidos en España, donde la principal cuestión y el factor diferencial es el papel debe jugar Ciudadanos, o si debe siquiera existir.

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Ciudadanos inició la crisis en la irrelevancia y esta se acentuó a la sombra de la grandísima gestión regional de Martínez Almeida y Díaz Ayuso. Pero a nivel nacional las cosas son muy distintas: la figura de Pablo Casado y sus decisiones están muy lejos de poder compararse con sus líderes en Madrid. El PP podría haber ejercido de partido con sentido de Estado, condenado a Ciudadanos a la nada con una oferta seria de colaboración con el PSOE, que no es incompatible con críticas a su nefasta gestión, irresponsabilidad y mala fe. Pero no lo hizo. Arrimadas, aprovechando el golpe de suerte en el no de ERC -que ha vuelto a dejar tirado al PSOE- lanzó su propuesta a los socialistas para sacar adelante la prórroga. En este acuerdo, Ciudadanos lograba separar las medidas económicas del estado de alarma. Una ganancia relativamente pequeña, pero muy significativa. Frente a ello, Casado se abstuvo pese a las críticas, justificándose en las medidas arrancadas por Arrimadas al PSOE.

Lo relevante de la votación no es que Ciudadanos se acerque al PSOE, sino que se distancie del PP


Lo relevante de la votación no es que Ciudadanos se acerque al PSOE, sino que se distancie del PP. Una postura que puede ser beneficiosa para ambos partidos y muy perjudicial para el PSOE, con un Gobierno en minoría y un socio, Podemos, incompatible con la formación naranja. Para entender las decisiones no se puede recurrir sólo a una votación con una trascendencia real mínima, sino enfocar al medio plazo: sin ERC, Sánchez tendrá que recurrir a Ciudadanos, lo cual debilita aún más su ya inestable coalición en minoría, y a diferencia de una investidura, Ciudadanos tiene la capacidad de fiscalizar los acuerdos alcanzados, pues Arrimadas puede condicionar su apoyo a futuras medidas al cumplimiento de los pactos alcanzados. Si estos se incumplen, habrá ganado el juego de culpas al que renunció a jugar durante la investidura, y cada vez que el PSOE se acerque a Ciudadanos, zozobrará aún más el multipacto. Una carrera de fondo cuya meta está en los presupuestos, a la que si el Gobierno sigue en minoría y Ciudadanos llega con suficiente fuerza, podría añadir una propuesta acorde a su programa que el PSOE no podría aceptar sin perder por el camino a todos sus socios. 

La de Ciudadanos es una apuesta arriesgada, pero necesaria dada su posición actual. Todo puede irse al traste igualmente si, una vez más, emerge su principal desafío: la competencia interna, el ego de quienes no sólo creen que sus planteamientos son los únicos posibles o que no entienden de estrategias a medio plazo sino que, incluso desde ese desacuerdo, son incapaces de optar por el mal menor haciéndoles el juego a quienes más detestan.

La jugada de Ciudadanos puede irse al traste si de nuevo emerge su principal desafío: la competencia interna


Fue lo que ocurrió en junio del pasado año, cuando en el momento más inoportuno cierto sector decidió abandonar el partido que se había construido en gran parte a su imagen y semejanza. Fue delirante ver al entonces exsecretario de programas del partido acudir a cada tertulia a disparar contra el programa íntegro que él mismo había diseñado. Lo que consiguió con sus desmedidas críticas en ese momento, ya fuera de la formación, no fue alentar la toma de otras decisiones sino fortalecer, por ejemplo, a un VOX que estuvo cerca de triplicar su representación. 

Eso es lo mismo que hoy ocurre, esta vez en el ala contraria, cuando un exdiputado decide que es necesario montar en cólera porque el que fue su partido vota a favor de una prórroga del estado de alarma. Para él y compañía esto casi equivale votar a favor de una investidura, dando la razón a cierta izquierda, que equipara este voto a un cambio en los planteamientos del partido, y según lo cual Ciudadanos vuelve al centro, aunque esté apoyando lo mismo que las tres veces anteriores junto al PP. Con ello arrebata la baza a Arrimadas de poder dividir a la débil coalición de Gobierno y recuperar una relevancia muy superior a la de sus escaños: lo que logra el exdiputado es beneficiar a quienes detesta. Otro más.

Porque en política los hechos son importantes, pero saber venderlos mucho más. Ciudadanos no lo iba a tener tan fácil como el PSOE, con los principales medios de producción de información detrás para justificar sus acciones, pero la batalla empieza perdida cuando cada decisión arrastra críticas y dimisiones. Ciudadanos no ha conseguido lo más básico para que un partido pueda tan siquiera subsistir: compartir objetivos comunes por los cuales sus integrantes sean capaces de gestionar las diferencias que necesariamente surgirán, sin que esto derive inevitablemente en su salida y posterior ataque al proyecto. 

Lo que han logrado unos y otros no es hacer un partido más democrático o un país mejor sino beneficiar a quienes tanto rechazo les causa y hundir, una y otra vez, al único partido que defendía los ideales que decían compartir. Ellos verán si mantener sus egos intactos les ha merecido la pena.

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