Lo más complicado de revisitar una película -sobre todo si se trata de una película con cierta perdurabilidad intergeneracional, como es El Cementerio Viviente de 1989– es dar con la medida a camino entre el respeto a la idea original y el los retoques de autor que justifiquen la aventura. Pues bien: Kevin Kölsch y Dennis Widmyer se han atrevido en esta segunda versión, y aunque los habrá reticentes, el resultado final es ampliamente satisfactorio. Cementerio de Animales invoca el espíritu de la primera, a la que homenajea constantemente con guiños inspirados, pero se desmarca casi completamente de su historia. Este equilibrio, tan difícil de lograr y de valorar en caliente, eleva la primera gran sorpresa del remake. Prácticamente nada es como en aquella de Mary Lambert, mucho más fiel a la novela de Stephen King (no es para menos: él mismo firmó el guion): hay hasta cinco cambios más que significativos -algunos de los cuales están precisamente diseñados para jugar con el recuerdo del espectador- que convierten Cementerio de Animales en una experiencia nueva. Sólo la estructura se hace familiar, algo inevitable considerando lo obvio. Sin embargo, todo a su alrededor significa cosas diferentes y esto procura a la cinta un puesto relevante en el catálogo de títulos de género del año.
🎞 Crítica en Aullidos
Pesa especialmente en el resultado final cómo ha acometido la pareja de dirección la revisión del guion a cargo de Jeff Buhler, la mano detrás de The Prodigy, redistribuyendo los roles de los personajes y proponiendo leves subtramas para enriquecer el núcleo con el miedo atávico a la muerte y su recuerdo. Porque al final, Cementerio de Animales es una película sobre la muerte y lo poco o mucho que nos espera tras ella, con la consecuente orden agresiva que implica imaginarlo. Siendo como es la muerte la única certeza de la vida, llevarla con ingenio es una de las apuestas más interesantes de esta nueva era del cine de terror que ya lleva marcados algunos hitos relacionados como Babadook o Hereditary. La cuestión en Cementerio de Animales es más llana, no cede por ejemplo a la intención de la obra primigenia en la que el vecino amigo de la familia no es el timorato y débil John Lithgow de esta versión, sino un cicerone hacia el infierno en vida bastante más consecuente. Rachel, la esposa (Amy Seimetz) impone un papel mucho más complejo, algo apenas esbozado en la primera y que paradójicamente sí es notorio en la novela: suyo es el delicado trabajo sostener la cordura entre sus propios terrores -infundidos y con poso de TEPT o estrés postraumático- y la forma en que su marido Louis (Jason Clarke) interpreta el más allá desde los rigurosos ojos de la ciencia.
El muy comentado -y criticado cuando el lanzamiento del segundo tráiler reveló más de la cuenta– intercambio de papeles entre los dos hijos del matrimonio ha sido resuelto con naturalidad impactante. No en vano, Gage -el hijo menor- apenas suma unas líneas en esta nueva versión y sin embargo el final recuerda al público cuál es su sitio. Ellie, la hermana mayor, afronta directamente esta vez la muerte que tanto teme en la novela, pero con una cierta vis cómica cuyo propósito es únicamente destensar la exigencia de las escenas más oscuras. Así, durante varios tramos destacados, Cementerio de Animales frivoliza con esa idea primitiva de reencarnación, algo común con los dos trabajos referencia anteriores. La diferencia es que, lejos de censurarla o expresarla a través de la redención, emboca en ella una oportunidad narrativa aplastante que deja repartidas a ambos lados de la carretera todas las expectativas que cabría haber puesto en personajes con mayor responsabilidad o perfilado trascendental. Como prueba definitiva, el trato que la nueva versión da a una de las escenas icónicas de la original: y sobre todo, cómo construye alrededor del gato de la familia, Church, la ambiciosa idea de que la muerte sólo es el principio.
Cementerio de Animales (2019) Featurette 'True horror' from The Last Journo on Vimeo.