La historia recordará a Éder, Cristiano Ronaldo, Pepe y Rui Patrício no necesariamente por este orden, pero la Eurocopa de Portugal ha tenido un héroe en cada uno de los 23 futbolistas dirigidos durante algo más de un mes por Fernando Santos. Hasta 21 (todos menos los dos porteros suplentes) han participado en alguno de los siete encuentros del campeonato en los que Portugal ha dejado, sobre todo, sensación de bloque. Esto que a menudo deprecia el buenismo titiritero y que asola a los profesores cuando se encarna en figuras controvertidas ha vuelto a dar resultado. En solidaridad, coherencia, fe y trabajo ninguna de las veinticuatro selecciones en Francia ha estado por encima de la portuguesa, campeona por empuje y convicción.
El fútbol, que no le debe nada a nadie, tampoco regaló nada al campeón, situado en la final a horcajadas tras superar tres prórrogas interminables, un partido a cara de perro ante Hungría en el que tuvieron que igualar resultado adverso hasta en tres ocasiones y la lesión de su estrella al comienzo de la final. La obra de Fernando Santos, completa y reconocible, desprende unos números discretos que explican a la vez lo arbitrario de la competición para con según qué cifras y lo bonito que es ser el mejor sin que nadie quiera reconocerte como tal. Claro que lo más probable es que esto a los portugueses que reinarán en Europa durante cuatro años –y que recogen el cetro de la malograda España– les importe tirando a poco. Nadie ha hecho mejor que ellos lo mejor que podían hacer.
