Begin the beguine

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Del reinado jacobino de Simeone en el Atlético de Madrid ya sólo queda Koke. Y de las cuantiosas e importantes peticiones de baja que ha recibido el club este verano, una por encima de todas, la de Diego Godín, implora frialdad y altura de gestión, porque no se trata únicamente de fichar un central por otro. Ni el Felipe del Oporto -ya oficial- ni el perseguido Mario Hermoso son los esenciales elegidos para inspirar un nuevo Atlético sin el uruguayo, tarea que parece recae más sobre esa maniobra geopolítica que es poner la rojiblanca al madridista Marcos Llorente. El buen pivote español, que adopta el 14 de Gabi y del propio Diego Simeone en su época como jugador, toma el número de Rodrigo Hernández, un activo que ha quemado en las manos al club y quien en una única temporada cumplirá el salto acelerado del Villarreal al, se supone, Manchester City de Guardiola, porque es más parecido a Sergio Busquets que el propio Sergio Busquets, históricamente otro imposible soñado por el español. En la selección, Rodrigo y Busquets se han medido la compatibilidad en lo que parece un último término del culé, algo timorato ante el empuje del madrileño. El relevo es cuestión de (poco) tiempo. Respecto a Llorente: parece claro que sin Godín, Simeone necesita un  especialista posicional más cercano a la defensa que, al menos en los primeros compases del nuevo proyecto, certifique la línea de seguridad por delante de Jan Oblak y de tiempo al equipo a construirse, como es costumbre, sobre una certeza defensiva. Este era también, justo a la plasticidad y la sencillez, el valor de Rodri, que a su vez venía a cubrir la ausencia de un Gabi más físico, hosco y empleado. Llorente ya bajó varias veces a la defensa en la temporada que el Alavés rozó Europa y disputó la final de Copa del Rey, y esa experiencia, pese a su edad (24 cumplidos este año) también le granjeó cierto valor en el Real Madrid, donde no pudo imponerse pese a sustituir con garantías, cuando le llegó el turno, a los insustituibles.

Mercado de fichajes

Casi se diría que Llorente fue de lo más destacado del Real Madrid 2018-2019, que es decir poco o decir mucho, según la importancia que se dé a la fortaleza mental de un jugador que sabe que su sitio está, en el mejor de los casos, en el banquillo. Llorente, un muchacho vigoréxico que se desvive por el entrenamiento y que además lleva la cabeza excepcionalmente bien amueblada, ha elegido por su parte el Wanda porque tiene que probarse en un reto a la altura de lo que indudablemente cree necesitar. Este es casi el primer año de su carrera profesional. De aquí en adelante no podrá sino responder de las decepciones en primera persona. Cae, por tanto, como una bendición en mitad de un año en el que además va a tocar cambiar de estrella. El vacío de liderazgo y también de pura prestación deportiva al que aboca la marcha de Godín al Inter de Conte probará otra de las fronteras inexploradas de Simeone, no muy acostumbrado a encajar varios fichajes en grandes remodelaciones consecutivas. Eso era el Atlético antes de su llegada y eso es exactamente a lo que ha vuelto en 2019. Durante todos estos años Simeone ha podido perderse a Gaitán, Jackson, Vitolo, Gelson, Vietto, Baptistão o Alderweireld porque no le han hecho falta frente a los Juanfran, Filipe -que tuvo que irse para poder volver-, Saúl, Koke, el mismo Godín o por supuesto Griezmann y Costa, este último nuevamente en entredicho y razón fundamental de la apuesta por Álvaro Morata en el pasado mercado de invierno. Una vez aliviados los complejos históricos entre rivalidades, acuciados por ese mantra tramposo y decimonónico de la caballerosidad, Llorente y el Atlético pactan un nuevo comienzo en ausencia de Godín, el jefe más próximo al poder, bastante más noble con la idea de voluntad general que con la de dejarse atropellar por el tiempo.

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