Antebellum (2020) Cierre a la trilogía del black horror

Hay películas que no pierden un sólo segundo en demostrar su grandeza y Antebellum es una de ellas. La pieza de Gerard Bush y Christopher Renz abre con un estremecedor plano secuencia acompañando a soldados confederados que atraviesan, a ritmo de percusión y violines afilados, un pueblo en el que los negros parecen atrezzo. Y lo son -el esmero fotográfico es notable- , pero sólo hasta que la acción se detiene en la tortura y matanza de uno de ellos bajo un horizonte en el que se dibuja un violento crepúsculo violáceo, señal cromática gigantesca del juego de dobles sentidos y terrores generacionales que se desarrollarán a lo largo de la cinta.

/ Crítica en aullidos.com

Janelle Monáe, decididamente una de las next big things de Hollywood, discurre en Antebellum por una pesadilla poliédrica y personalísima que le aleja de una vida ideal -que vive con los privilegios que corresponderían, según la narrativa, a un blanco acomodado- y que ha logrado alcanzar a través del activismo feminista antirracista. Su personaje, la doctora Veronica Henley, historia y reproduce ese pasado -mediados del siglo XIX- para desenterrar recuerdos que ella dice grabados de manera irrenunciable en el ADN de una raza (y un país) y que, paradójicamente, son lo que sostiene su éxito y visibilidad actual.

Quizá por ello Veronica se desdobla en Eden, una esclava encerrada en una plantación de algodón que es el alter ego que la acompaña en su carrera, sugiriendo la fantasía de un personaje de ficción en el que la protagonista se inspira para ejercer de voz crítica autorizada ante su numeroso y complacido público. Eden sufre los peores rigores del racismo de la época y sus alaridos de puro dolor parecen atravesar el tiempo, reproduciendo los ecos más infames del presente y contaminando el momento que vivimos de lo que se llama racismo sistémico, aquel que los afroamericanos -aun exitosos y aceptados en la jet set blanca- siguen sufriendo.

Lo que ocurre es que Antebellum está muy lejos de ser una película autocomplaciente al abrigo del momentum político que atraviesa Estados Unidos. Un hombre se ha encargado de ello: Sean McKittrick, uno de los productores y también nombre fuerte en los dos aclamados largometrajes de Jordan Peele, Get Out (2017) y Nosotros (2019), películas con las que comparte algo más que causalidad racial y que de hecho pueden entenderse orbitando un mismo universo. La cósmica duplicidad de Veronica Henley en la esclava Eden recuerda el cruce de sombras de los doppelgangers en Nosotros; y la completa naturalización del racismo fue una de las bazas más inteligentemente jugadas en esa obra de arte contemporánea que es Get Out. Por decirlo de algún modo, Antebellum completa una triología de miedos anacrónicos cuya vigencia se respira y sufre fuera de las salas de cine, pero sin más aspavientos de los necesarios y siempre colocando pistas, frases hechas y clichés allí donde al público más les incomodará encontrárselos -y reconocerse-.

A mitad de película, Antebellum descubre la potente carga de su propósito, cuando la protagonista empieza a perder pie en su vida real a medida que topa con micro-racismos cotidianos. La forma en que reacciona a ellos, con resignación y todavía sujeta por las fuerzas del pasado que reclama y lamenta en sus discursos, despeña a Veronica por una oscura espiral de retroceso que la lleva, paradójicamente, al mismo lugar en el que comienza la película. Esa regresión histórica, de la que ella es víctima inmediata, está planteada como un trampantojo psicológico que deja en mano del espectador si lo que ocurre está teniendo lugar en la primera realidad o a esa otra paralela en la que la escritora desarrolla su éxito.

Este complejo espectro de luces hace explotar metralla del debate en infinitas direcciones sobre la memoria, el presente, la historia y el aprovechamiento del pasado en virtud del aprendizaje presente. O dicho de otro modo: en cómo el trato que el ejército de los Estados Confederados dispensaba a sus esclavos obtiene cierta réplica en indistinguibles representaciones actuales. La horrible aventura que Veronica libra contra sus convicciones y la aplastante y dolorosa realidad sobre la que ha construido su vida de ensueño nos recuerda que nada es definitivo y que el gris es el color del mundo, apuesta con la que Antebellum no sólo suscita y genera discusión sino que además se posiciona, claramente, como una de las películas de género más estimulantes de este año.

Valoración

Puntuación: 4 de 5.

LO MEJOR: El doble personaje de Janelle Monaé, que parece beber directamente de la titánica interpretación de Lupita Nyong’o en Nosotros; la inteligencia con que redescubre la pesadilla del racismo y el atrevido e incómodo desafío moral que plantea.

LO PEOR: Cierta confusión en las líneas temporales puede dar a entender que no plantea la causa racial más que como eslogan político, cuando en realidad está bastante lejos de eso.

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