El madridismo es hoy, más que nunca, un país desarrollado timorato, con historia, recursos, buenos pagadores, aduanas cómodas. Necesita demostrarse a sí mismo continuamente que la exigencia puede con la razón y esa capa de inmortalidad es la que sacude ante el enemigo cuando se acerca la broma, por desarmar su banalidad. Esto se traslada a la prensa amiga, que es importante pero sigue en inferioridad ante a la atlética -que ocupa más puestos directivos- y por supuesto la barcelonista -escindida en guardiolistas, ahora más pragmáticos, y cruyffistas, que son los soñadores-. También es el discurso oficial del club, que tiene aleccionados a sus futbolistas para barrer las derrotas y los empates al terreno del orgullo herido. Como si no fueran útiles y necesarias (pero no en ese sentido casi paródico que defendía Santiago H Solari, «no hay que subestimar los empates», cuando su equipo más sufrir los rigores de la disonancia). Como Zidane no ha logrado en su vuelta convocar quórum entre los escépticos, y el Madrid gana a horcajadas sin convencer -otra vez esa vieja España, ahora en boga cinéfila-, el madridismo ha vuelto a considerar un ídolo, una bandera del progreso. Le ha tocado a Rodrygo Goes, jugador que ha fichado varias veces por el equipo blanco si nos atenemos a las noticias de balances financieros, traspasos, millones y farándula. Rodrygo (18 años) ya es mejor que Vinícius (19), se ha escrito. Desde Brasil llegaron en su momento informes similares. Esa era también la impresión de Juni Calafat. Hay, entonces, cierta consonancia entre lo que la prensa amarillista deportiva quiera vender a cada titularidad o buenos minutos del primero frente a lo que parece una temporada de transición para el segundo.
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El madridismo, en lugar de apretar las filas y enviar señales de protesta u omisión a las fruslerías de la prensa, que parece irá escondiéndose sucesivamente tras el internacional modelo del paywall (freemium, una categoría astuta), entra al debate cortésmente. En tres meses de competición se ha leído que Zidane frenaba a Vinícius. Que lo arrinconaba. Que lo sentenciaba. Vinícius es historia del Real Madrid. Otro Robinho. No, mejor: otro Drenthe. Un triatleta. ¡No mejora el disparo a puerta por mucho que lo entrene! Cristiano seguía chutando a puerta tras los entrenamientos, cuando el resto estaba ya en casa encendiendo la Play o tomándose la segunda con alguna influencer. Y todo lo que no sea suceder a Cristiano a corto plazo (ya es tarde), será clasificado instantáneamente como fracaso, promesa sin cumplir, juguete roto. Es inevitable acordarse de la histórica, penosa y vergonzante campaña periodística de AS (Grupo PRISA) contra Ødegaard por las mismas cuando el noruego ni había cumplido la mayoría de edad. El madridismo acomplejado, que es muy ruidoso, va detrás tocando los platillos de manera compulsiva, arrítmica e inquietante. Estridente. En cambio, Rodrygo Goes bajó un balón exquisito del cielo ante el CA Osasuna, encaró desde la izquierda, buscó el hueco y goleó. Un gol muy parecido al de Lago Junior en la derrota ante el Mallorca (1-0). Lago Junior, costamarfileño no internacional que fichó por el Numancia hace diez años con la misma edad que tiene hoy el mismo Rodrygo, y cuyo tránsito por las categorías inferiores del fútbol español ha coqueteado con la precariedad y la intrascendencia. Rodrygo dijo algo todavía más valioso que lo que había hecho ante Osasuna: «al controlar bien, sabía que podía salir bien». Zidane lo había refrendado en la misma rueda de prensa posterior al partido: «su control ha sido la hostia». Está, pues, bendecido. Su titularidad en la victoria ante el Galatasaray en Turquía (0-1) también suma. Hasta que, visto está, falle un pase y Juni Calafat aconseje al siguiente astro de rendimiento visceral inmediato. Todo para seguir celebrando esa macabra tradición madridista de servir los ojos vidriosos de sus niños a los cuervos de la prensa. Vaya, Poe estaría encantado.