Una de las latitudes más enigmáticas, sospechosas y antinaturales del ser humano es la soberbia, la caracterización dada de omnipotencia. Luis de la Fuente es, a sus 61 años, nuevo seleccionador nacional absoluto. Y para celebrarlo, ha tirado de repertorio explicando al aficionado -a la prensa no le hace falta- que lleva muchos años viendo desfilar postadolescentes que en el mejor de los casos han acabado siendo suplentes en sus equipos. La década abonando semillas en las categorías inferiores de la selección es justo el periodo de tiempo en el que España se perdió. Así que si supone que reivindicar su elección para el puesto pasa por autoconfirmar su papel potenciando a la absoluta, ya está todo dicho: cada segundo que permanezca en ese banquillo es una oportunidad perdida para dimitir con la cabeza alta antes de que lo destruyan.
Porque De la Fuente no va a dirigir a la selección. Esta ha quedado en manos de Luis Rubiales y el cónclave, que es el nombre popular que se dio la prensa deportiva que despidió a Julen Lopetegui a las puertas de la celebración del Mundial de 2018. La propia federación, todavía con el cuerpo caliente de la selección digiriendo el ridículo en Qatar, ha acercado el micrófono y las cámaras a los informadores habitualmente más cercanos y amables con el régimen, a los que tanto daño ha hecho la particular concepción del negocio de Luis Enrique. Un Luis Enrique libérrimo al que por cierto e independientemente de la valoración puramente técnica, no pensaban renovar. Rubiales puede estar tranquilo, nadie va a mover un dedo por sacarlo de circulación. Como quedó patente ya con el referido episodio de Lopetegui, la relación de codependencia entre institución y medios es total. Sólo así se explica que el turbísimo affaire con Piqué, que ha acabado incluso con la retirada del jugador, se haya disuelto en la más absoluta nada.
De la Fuente es el hombre de paja para que España transicione, ahora que está de moda marear la orden con los eufemismos, a algo tomado por el poder, uniforme, hermético y repelente al debate. El staff rellenará sus excel y la prensa estará a descorchar el champán cuando se empate con Hungría o Macedonia del Norte para celebrar que el estilo no se negocia. La selección hace tiempo que se ha bajado de la élite y aunque recuerda que la calidad individual basta para ganar pachangas, está lejos de ofrecer una alternativa a lo que hoy conocemos por la cúspide de la competitividad. En circunstancias similares le impusieron a Iñaki Sáez esta responsabilidad en 2002, salvando durante dos años las acometidas de los infieles con su método recio y soso, parapetándose en el estigma de «hombre de la casa» que ahora inspira a De la Fuente para promocionarse. Y los acólitos, encantados.