Las predicciones con la selección rusa, peor clasificada en el ránking FIFA de todas cuantas participaban en el Mundial, no preveían un pase a octavos tan limpio -y goleador- como el que finalmente se ha presentado. Es lo que son las predicciones, particularmente ahora que están en manos de neófitos: riesgos innecesarios justos de ciencia. Pocos habrían predicho, por ejemplo, el papel de Denis Cheryshev, nunca imprescindible con Cherchesov y repentino goleador y guía de ataque de una selección a la que han abandonado a todas sus promesas desde Andréi Arshavin. La otra incorporación a titulares, Aleksandr Golovin, deshizo a Arabia Saudí en el primer encuentro y disfrutó contra Egipto, el país maldito por la desgracia de Kiev en la final de la Champions League y en blanco -y sin opciones virtuales- tras los dos primeros encuentros. Son los dos nombres tempranos de un lugar al que nadie iba, desaseado en el discurso del gobierno y orden europeos en Occidente, de inspiración ya rebelde. Como Mohamed Salah iba a llevar a Egipto en volandas a cualquier meta que se propusiera y esto ha resultado no ser así -conjunción de predicción optimista y viciada-, el desayuno de los párvulos se ha estrellado contra la siempre imperativa realidad del fútbol, mucho menos arbitraria de lo que los ludópatas desearían.
Cronistas estresados y analistas desesperanzados, en grupos separados por una cortina de necesidad, se han acordado poco estos días de Alan Dzagoev, dañado en el partido inaugural y que prevé su reincorporación al grupo precisamente para octavos, donde cabe la opción real de cruzarse con, y cito textualmente, la España de Fernando Hierro. Dzagoev lleva pintando a estrella desde 2012, cuando con la edad de Golovin (22) goleó como Cheryshev (tres tantos en los dos primeros partidos). Con Dzagoev pasó lo que tenía que pasar: que se diluyó y no pudo ser Arshavin, a quien incluso se esperaba que sustituyera en el Arsenal, jugada idílica no resuelta. Luego no encajó con Fabio Capello, con quien sería suplente en los tres partidos que duró Rusia en Brasil 2014; y su fragilidad física, condicionante actual, lo dejó fuera de las citas de 2016 en Francia y la Confederaciones de 2017. Viktor Onopko jugó a las hipérboles: «Es el talento joven con más futuro del fútbol ruso». Y hasta hoy, que se han desperezado dos nuevos niveles de fútbol para un país que agradece, como régimen autoritario catedralicio, los puentes que se puedan tender, vía propaganda, al éxito de sus deportistas de élite. Escándalos de dopaje de Estado aparte, parece: el fútbol es por descontado uno de los deportes en cuarentena por la WADA, obstáculo que la FIFA blanqueó con contundencia a apenas dos semanas del primer día. Los rastros de sospecha que pudieran sobrevivir desaparecieron con la goleada a Arabia Saudí y pasará un tiempo prudencial hasta que esté bien visto hablar de otra cosa que no sea fútbol.
Puede que la incertidumbre general al buen arranque de Rusia en su Mundial -con lo que también representa el posesivo- responda estrictamente a lo deportivo (por las fallidas profecías de un continente de expertos) o también esconda razones legítimas de desafección del tipo social, humanitario o político. Hasta Qatar, organizador de la cita de 2022, ha aprobado textos en Al Jazeera cuestionando por ejemplo la Ley de Propaganda Homosexual que rige en Rusia, además validada y apoyada por Vitaly Mutko, figura en absoluto oculta del lobby pro-ruso en el cuartel del fútbol internacional. Sepp Blatter, invitado a la cita a pesar de estar suspendido por la misma FIFA, lo expresó muy ampliamente una vez, pero en relación al propio Mundial en el emirato: «Diría que los gays tendrán que abstenerse de tener relaciones sexuales». Hay gente, mucha, que no puede abstraerse de lo que rodea al fútbol y de su amplia gama de posibilidades como generador narrativo, probablemente lo último que necesita Vladimir Putin como valor internacional. A quienes sí tienen la suerte de poder separar ambos mundos con el solo poder de la voluntad, les habrá llegado estos días ecos de sobriedad, táctica y entrega de un anfitrión avasallador y sorprendentemente capacitado, fin de trayecto para los entusiastas y los europeístas. Un equipo de fútbol haciendo buen fútbol en un torneo de fútbol celebrado en un país futbolero. Los rusos buenos que hacen buena la indefinición y el ultraje de fondo.