Cuando se advierte con entusiasta devoción que el maligno no descansa se pretende, como tarea subordinada, recordar que la mezquindad del mundo es infinita y encuentra siempre y pese a todo lugares por los que permear. Eso siempre que se le quiera confiar una relevancia allende la imbecilidad, porque el horror de la rutina se presenta a menudo en formas confusas de las que se sirve para incubar su particular código genético. Ha ocurrido también con ‘La La Land’, el penúltimo fenómeno cinematográfico, una historia de aristas, dizque romántica, perniciosa y sin más magia de la necesaria, nominada en consecuencia a 14 Oscars -todos los importantes más algunos de relleno, además de finalista por partida doble a mejor canción-. En la recta final hacia la gala de la Academia se ha encontrado con algunos de los obstáculos habituales: la consabida rebeldía contumaz contra el éxito, cebada con el dogma del fanatismo alternativo, y también acusaciones livianas de óptica más compleja. En concreto, ‘La La Land’ ha sido escudriñada, pero siempre a rebufo de su éxito, por racista, cínica, sexista, frívola y segregacionista. La peor película de la historia, en definitiva.
RELACIONADO » NOMINADOS A LOS OSCARS 2017
Muchas de estos comentarios se han vertido fugazmente en redes por artistas probablemente celosos o sencillamente enfadados. The Guardian recogía algunos ejemplos en este artículo en el que su autor también toma parte alimentando la idiocia. El racismo, un comodín abstracto, lo fundamenta en la observación de las líneas de guión: que el jazz, un género genuinamente negro, tenga que ir a defenderlo y salvarlo un blanco (el personaje que encarna Ryan Gosling). Ira Madison escribió en MTV: «Si vas a hacer una película sobre un artista que de verdad quiere ser fiel a las raíces del jazz (…), tienes que plantearte que ese artista sea negro». En Vulture, de paso, socaban el esnobismo de considerar el jazz un género necesitado de nostalgia y giran la batalla hacia lo puramente musical sin necesidad alguna de polemizar introduciendo la palabra «negro» por la necesidad imperiosa de la era digital de ser inclusiva y tediosa. Es otro debate, para otra minoría. La denuncia sexista y segregacionista, en cambio, no lo es, y además percute para variar como referencia simple aprovechando el indudable tirón de una película que, en líneas más que generales, ha absorbido a la crítica.
Pese a que Emma Stone ha barrido en la mayoría de premios individuales a los que se ha presentado por su papel en la película, Morgan Leigh Davies cree en LARB que ‘La La Land’ pinta «una visión masculina de la vida artística» y además explica que «en las películas de Chazelle, los hombres tienen el poder y consiguen casi todo lo que quieren». De no ser por el escrupluoso respecto que guardo a los spoilers, diría que Morgan se perdió los últimos veinte minutos de la historia que disecciona. No mucho más fina es la acusación de obviar los caracteres homosexuales en la cinta, responsabilidad del músico Rostam Batmanglij: «Ni un solo gay en ‘La La Land’. No es mi Los Angeles», tuiteó. Por suerte esta es la conspiración que menos éxito ha recabado (aunque siempre posiciona bien): en Advocate, por ejemplo, aplauden el germen de la película como fuente de inspiración y recreo para el colectivo LGBT: «No se estanca en el pasado, abraza la modernidad en una historia de amor en la que los miembros de distintos sexos aparecen en igualdad de condiciones». Out Magazine sí tituló, haciendo un malabar cómico: «La La Land no es lo suficientemente gay».
Pero sin duda la certeza que fecunda este lado oscuro de la crítica es lo feliz que aparentemente ha hecho a la mayoría que se ha dejado ir con su éxito. Esta resistencia a la fascinación, al rato de asueto y a su disfrute, al inocente goce visual de un producto destinado únicamente a tal fin, hay incluso quien ha querido situarlo en una época en la que el estadounidense debería alejarse del placer y tomar conciencia del peligro que representa para su país el tenebroso tiempo que le ha tocado vivir. Tampoco es baladí: criticar a ‘La La Land’ por frívola en tiempos de incertidumbre es faltar al respeto a toda la historia del arte, como poco. En Paste Magazine advierten de cómo ‘La La Land’ dibuja una época incompleta: «Las fantasías blancas del pasado no son inocuas: tienen relación directa con la unidad económica y la política». Este texto en concreto menciona cuatro veces a Donald Trump y de hecho alinea el metalenguaje de la película con la agresiva campaña electoral del ahora presidente: «Descansa una profunda ironía en el hecho de que los blancos pretendan con ‘La La Land’ refugiarse tras una campaña política rebosante de nostalgia supremacista».
Independientemente del resultado en los Oscars, ‘La La Land‘ ya es, por acción, omisión y malinterpretación libre, leyenda.